Por un momento mi mente queda en blanco. No existe nada. Ni la vida ni la muerte. Tampoco el avión que nos transporta, ni mucho menos el hecho de que sea mi jefe y yo su empleada; y sin mencionar que soy la hermana pequeña de su hermano, el cual había ignorado toda su vida porque, por alguna desconocida razón, nos odia.
Ahora solo existimos él y yo.
Los labios de Maxon son suaves y calientes sobre los míos, exactamente como me los había imaginado desde el primer día. Al principio me niego a devolverle el beso, pero mi deseo es mas fuerte que mi sentido racional.
Nuestro ritmo es hambriento y casi tan desenfrenado y testarudo como nuestras personalidades. Intento sacar mis manos de su agarre, pero me es imposible, me tiene clavada contra la puerta. Su lengua me pide permiso para entrar
