Era verano, las clases del último curso estaban por finalizar en la mejor universidad que pudiera existir de todo Nuevo León, ciudad del norte de México, lugar que la familia Bianchi eligió para asentarse hace muchos años y fundar la cadena de Bancos Bianchi por todo el país. La familia Bianchi ya era adinerada desde siempre, pero en México los frutos de las inversiones se convirtieron en algo que jamás imaginaron, una fortuna inmensa que en la actualidad Lucius Bianchi administraba.
Era casi mediodía, el maestro de matemáticas explicaba una ecuación de variables complejas que se podía adivinar por el rostro de sus alumnos millonarios que no entendían nada de lo que estaba hablando a excepción de la chica que escribía con tal rapidez en su cuaderno.
Isabella Bianchi miró el resultado de la ecuación con orgullo, le había tomado tan sólo unos minutos resolverla y ni si quiera el maestro terminaba de explicarla. Isabella miró a su hermana gemela Sophia, sonrío divertida al ver que ésta en lugar de hacer operaciones matemáticas hacía un dibujo de un perrito en el cuaderno. Su mirada fue a dar hasta su medio hermano Alexander, cuando el maestro lo pilló durmiéndose en clase.
—¡Alexander! —exclamó su nombre de manera gutural el Profesor Madrid de la Vega, un reconocido y respetado catedrático de la universidad quien tenía cierto desdén hacia su alumno predilecto —¡pasa al frente!
Alexander se levantó de la silla de un brinco, adormecido, sus compañeros de a lado se mofaron de él al presentir lo que venía. Dio unos pasos al frente hasta llegar al pizarrón, como un venadito asustado miro al profesor quien agudizaba la mirada con desprecio. Alexander era un año mayor que las gemelas Bianchi, había repetido curso en el colegio, su madre tuvo la fortuna de haber logrado casarse con el hombre más rico de la ciudad, pero ese hecho no le salvaba del poco interés que tenía por terminar la universidad.
—Resuelve la ecuación —sentenció el profesor.
Alexander tragó saliva en seco, sabía que estaba en la cuerda floja, necesitaba aprobar la materia o seria la comidilla de todos los conocidos de sus padres, la vergüenza de la familia como se lo dijo su madre quien hacía todo lo posible por que con sus influencias los maestros tuvieran un trato especial para con su hijo, para su mala fortuna uno de los únicos profesores que no estaba dispuesto a soportar a un estudiante tan flojo era el profesor Madrid de la Vega.
—Se arrepentirá… —musitó Alexander mirando a su maestro de reojo. Miro al pizarrón, su mente estaba en blanco no sabía ni si quiera por donde empezar.
—Multiplica por X, sustituye en Z… —se escuchó la voz de Isabella Bianchi tratando de ayudar a su hermanastro. Ni así Alexander supo que hacer.
Sophia Bianchi miraba divertida como su hermanastro estaba en aprietos, seguro durante la cena se vendría un nuevo sermón de su padre.
—¿No sabes que hacer verdad? —recriminó el docente acercándose a donde estaba de pie Alexander —sabrías que hacer si en lugar de dormir en clase pusieras más atención, siendo un flojo nunca serás ni la mitad de lo que es el señor Bianchi, en cambio tus hermanas si que se preocupan por sus estudios… Sophia, pasa al pizarrón a resolver la ecuación.
Alexander observó como la chica delgada y menuda, cabello recogido en media coleta que le llegaba casi a la altura de la espalda baja se puso de pie con gracia, él sentía una especie de cosquilleo y molestia cada vez que ella sonreía de esa manera. Sophia Bianchi era una joven muy hermosa, alegre, vivaz y enérgica que disfrutaba mucho los placeres simples de la vida, a comparación de su hermana que era más introvertida y siempre enfocada en sus estudios.
Sophia quien ya había visto de reojo el procedimiento en las notas de su hermana Isabella, se dispuso a resolver la ecuación, en menos de un minuto entregó el plumón en manos del profesor, antes de regresar a su lugar le dirigió una sonrisa triunfal guiñándole un ojo a su hermanastro. Ese acto provocó que él se retorciera por dentro puesto que a pesar de que se llevaba mejor con Sophia que con Isabella a veces su manera de ser terminaba con su paciencia.
Al finalizar la clase, el profesor dejó el aula creándose un barullo.
—No te preocupes, sólo tienes que dedicarte a estudiar, aún puedes aprobar los exámenes finales hermanito… —se mofó Sophia quien ya había guardado todas sus cosas en la mochila.
—Tuviste que haber visto las notas de Isabella, tampoco estabas poniendo atención, te vi Sophia…
La pelinegra sonrió divertida.
—Pero soy inteligente —le guiñó un ojo de nuevo —vamos, te invito al centro comercial por un helado, se te pasará el coraje.
Alexander se cruzó de brazos —no quiero ir, ya no iré a ninguna parte contigo, me humillaste frente a todos.
—Puedo ayudarte a estudiar en las tardes si quieres Alex —dijo Isabella añadiéndose a la plática.
Alexander frunció el ceño, él era un joven alto, de espalda ancha, facciones cuadradas. Tenía una lista de admiradoras y lo sabía, ser el hijastro de Lucius Bianchi le había subido el ego hasta el cielo.
—No, no quiero tu ayuda Isabella, mejor ocúpate de tus asuntos —contesto de manera seca.
Sophia notó como su hermana enseguida bajó la mirada, sintió lastima por ella. Alexander abandonó el salón y Sophia aprovechó para darle ánimos a su hermana.
—No puedes ocultar lo que sientes por él… Alexander es un tonto… seguro la idea de que se comprometieran fue de Vivian, ¿no crees? —espetó Sophia mordiendo su labio inferior, pensativa —piénsalo, si tú y Alexander se casan, él y tú heredaran el mando de la familia, de otro modo no podrían pues Alex no es nuestro hermano de sangre.
—Deja de decir esas cosas Sophia —la regaño su hermana —fue un acuerdo, por la seguridad de la familia y tengo la esperanza de que algún día él me vea como algo más que un matrimonio arreglado entre nuestros padres, tal vez no le soy tan indiferente, él se hubiera negado el día del compromiso.
—Como negarse si la fortuna de los Bianchi queda en sus manos, ni yo me negaría, pero olvida lo que dije a papá no le gusta que hablen mal de Vi… via… na… —terminó la frase con voz juguetona.
—Vivian —la corrigió Isabella.
—Ella quiere que le digamos Vivian cuando se llama Viviana, todo mundo sabe que fue la asistente de papá durante tantos años, no es un misterio su procedencia.
Isabella puso los ojos en blanco mientras ambas se encaminaban hacia la puerta del salón. Si bien, su padre tenía apenas un año de casado con su nueva esposa, Vivian Soto Valencia no era la peor madrastra, incluso a Isabella le alegró saber que su padre había decidido rehacer su vida después de tantos años dedicándose sólo a sus hijas después de la muerte de su madre.