Después de cerciorarse de que Isa estaba bien en su recamara, que domiría una siesta, Sophia decidió ir en busca de su padre. Pidió a uno de los choferes la llevará al edificio de operaciones Bianchi.
Apenas Sophia puso un pie fuera del auto, el personal de seguridad la reconoció de inmediato. Ella caminó con tal seguridad y elegancia, era la copia viva de su madre, una jovencita hermosa, los guardias se quedaron tiesos al recibir el “buenos días” de su parte, ni si quiera le preguntaron a que se debía su visita ya que Lucius Bianchi tenía estrictamente prohibida la entrada a personas ajenas a la empresa, aunque Sophia era de la familia, ella no trabajaba directamente ahí, aún.
Las personas en el interior del edificio también la vieron con admiración, ella sabía dónde estaba la oficina de su padre, había estado ahí en muchas más ocasiones que Isabella. Mientras tomaba el ascensor, ella pensó que las cosas eran mucho más fáciles cuando su madre estaba viva, ella no permitiría que Isa se casará con un hombre que no la amará, su hermana merecía un hombre que la amará de verdad, que la hiciera feliz por que ella era la mujer más buena que conocía, esperaba que su padre pudiera comprender lo que estaba sucediendo con su hermana.
La joven pelinegra de ojos enormes se presentó frente a la asistente de su padre dirigiéndole una gran sonrisa —buen día, busco a mi padre, podría decirle que su hija Sophia necesita hablar con él —miró detalladamente a la nueva asistente, era una señora de unos cincuenta y cinco años, ya comenzaba a notársele la edad, cabello recogido con algunas canas, lentes, algunas arrugas en la frente pero adecuadamente vestida con el uniforme tipo sastre pantalón ejecutivo color azul rey que acostumbraban usar los empleados de su padre. Agudizó un poco la mirada al pensar que seguramente Vivian había tenido que ver en que su padre contratara a una mujer mucho mayor que Vivian como asistente, él siempre había tenido asistentes más jóvenes.
—Señorita Sophia, su padre se encuentra ocupado, pero dice que tiene unos minutos para usted, así que puede pasar —dijo la asistente al momento de colgar el interfon, se puso de pie y encamino a la joven de sonrisa triunfante hasta la puerta del gran magnate de bancos.
Cuando Sophía entró al despacho de su padre se quedó por un momento quieta, no era solo un despacho de gran tamaño, su padre también lo utilizaba como salón de juntas privadas donde atendía a los inversionistas principales de la cadena de bancos.
Además de su padre, él estaba sentado al frente de la gran mesa de madera de roble ovalada, otras tres personas, el señor Ren Ishikawa el padre de Kenzo, uno de sus compañeros de la universidad, de origen japones, pero llevaba viviendo en México durante muchos años casi desde que ella podía recordarlo, era un intimo amigo de su padre. Junto a ellos se encontraba también el señor Rivera Pliego, otro inversionista que conocía sólo de vista, había un joven a su lado que no recordaba su nombre, pero casi estaba segura que era el hijo de este último.
Sophia esbozó una sonrisita nerviosa al darse cuenta que estaba interrumpiendo una reunión importante de su padre, el asunto que pensaba tratar era más bien intimo y familiar.
El gran magnate se puso de pie para recibir a su hija —¡pero que sorpresa, a que se debe esta visita mi pequeña! —soltó el hombre de 1.90 metros de altura, espalda ancha, facciones detalladas y barba perfilada, a pesar de estar en sus cuarentas, el gran magnate aún conservaba esa elegancia y porte que algún día habían enamorado a su primera esposa.
—Buen día, señores, disculpen la interrupción—saludó Sophia al sentir la mirada clavada en ella de todos los presentes —papá, ¿podemos hablar un momento? —jugó con sus manos, su espalda se encontraba tensa y no sabía si mirar al techo o al piso.
—Puedes decirme que necesitas Sophia, estamos en medio de una reunión —demandó su padre.
Sophia dudó un poco en hablar, pensó que tal vez debería buscar a su padre en otro momento que fuera mucho más oportuno pero sus pensamientos fueron interrumpidos por el señor Rivera quien la animo a que expresará sus necesidades, ya que ellos eran personas de total confianza para su padre.
—Es sobre Isabella, papá, algo le pasa y estoy preocupada… —soltó la joven.
Miró como su padre tensó la quijada, respirando profundo.
—Lamento tener que suspender la reunión señores, pero tratándose de un asunto familiar, en especial sobre mis únicas hijas, tengo prioridades, ustedes me comprenderán.
—¡Por supuesto! Lo entendemos perfectamente Lucius —exclamó el señor Rivera quien al parecer y al contrario del señor Ishikawa, no parecía estar molesto con la interrupción.
Los hombres se pusieron de pie al mismo tiempo.
—Nos vemos Lucius —se despidió el señor Ishikawa, saliendo de la oficina con prisa.
—Sophia —se dirigió a ella el señor Rivera —¿recuerdas a mi hijo Mariano?
Sophia negó con la cabeza —lo siento, no lo recuerdo.
El joven de unos veinticinco años sonrió coqueto, su mirada parecía que había algo más, Sophia sintió como Mariano paso su vista desde los pies hasta la cabeza.
—Mucho gusto Sophia, es verdad que en persona eres mucho más hermosa, mucho más de lo que recordaba.
Sophia abrió los ojos a unos enormes, ruborizándose al instante.
—Mi hija Sophia es hermosa, tan hermosa como su madre y mi joya más preciada.
—Afortunado será el hombre que se casé con ella mi estimado Lucius, recuerda aquella platica que tuvimos hace algunos días y mi oferta.
Lucius asintió con seriedad —no se me ha olvidado, y sigo pensando lo mismo sobre eso Guillermo.
El señor Rivera pareció incomodarse ante la respuesta del magnate, sin embargo, prefirió tomarse las cosas con calma, más adelante volvería a insistir con respecto a ese tema que habían discutido y era tan importante para él y su hijo.
Cuando Sophia y Lucius se quedaron a solas, ella se sintió mucho más cómoda, tanto que se acerco a su padre para disculparse por interrumpir su reunión importante y le brindo un beso en la mejilla. Lucius acarició la mejilla de su hija con mimo —entonces, ¿qué es lo que deseas hablar sobre tu hermana? —preguntó acercándole una silla frente a la de él.
Sophia se sentó con la misma elegancia que a Lucius le cortaba la respiración cada vez que pensaba que ella se parecía demasiado a su madre. Extrañaba a su difunta esposa a pesar de todos esos años nunca la había dejado de amar, cuando Marina Moretti falleció el sintió que su vida terminó junto a la de ella, lo único que lo mantuvieron vivo fue el hecho de que había dos niñas que dependían cien por ciento de él y que no era tan cruel como para dejarlas desamparadas.
—Bueno papá, ¿es que por que Isabella tiene que casarse con Alexander? —soltó de pronto la joven.
El rostro de Lucius cambió por completo de uno sereno a uno descompuesto —¿para esto interrumpiste mi reunión Sophia? —inquirió molesto —este tema no esta a discusión, y no pienso hablarlo ni contigo ni con nadie… ¿entendiste?