No soy muy creyente en materia religiosa, pero en ese preciso momento, no imaginan la cantidad de promesas que hice a la Virgen y a cuantos santos pude recordar. El hombre apestaba a alcohol, y podía sentir su aliento prácticamente en mi rostro mientras tiraba de mi cabello. Apreté los ojos y contuve el aliento, derrotada ante la avasalladora diferencia en fuerza física entre nosotros.
Por primera vez en mi vida me sentí impotente por ser mujer; odié mi debilidad física y saber que no había forma de mejorar eso. Mi deseo de poder y respeto se afianzó, prometiéndome que nunca volvería a estar en esta situación. Encontraría la forma de vengarme de este desgraciado, y Roberto no estaría maniatado en este tipo de reuniones para hacer su trabajo.
Un sonido suave, como de un engranaje, se escuchó cerca de nosotros, y los movimientos del hombre cesaron por completo. Lentamente abrí los ojos y pude ver a Roy apuntando con un arma a la cabeza de mi atacante.
—Temo, señor Pablo, que, como usted bien sabe, la señorita Lorena no forma parte de la diversión que ofrece el patrón esta noche. Por favor, suéltela —dijo Roy, manteniendo su mirada firme.
—Ella no es importante aquí —afirmó el tal Pablo con los dientes apretados—. Es solo la zorra del tal Oliver, ¿o es que es del patrón y se la prestó? Porque, si es así, yo hablo con él para que me preste su juguete. Yo aquí facturo, y facturo muy bien.
Podía sentir la indignación y la rabia del sujeto contenidas en su voz. En ese momento, muchas personas dejaron de hacer lo que estaban haciendo para prestar atención a la escena, escuchándose murmullos por todas partes.
—Solo ejecuto la orden del patrón —dijo Roy, aprovechando que el hombre aflojaba su agarre para enfundar su arma—. Si quiere hablar con el patrón, hágalo, pero no le recomiendo que sea en este momento. No creo que quiera interrumpirlo.
El hombre miró hacia donde había estado Richard con la chica unos instantes atrás, y finalmente dijo:
—No vale la pena interrumpir al patrón por este asunto. Igual, lo que quiero me lo puede dar cualquier otra, y hasta mejor cuerpo tienen —aseguró, para luego desaparecer rumbo a la piscina, no sin antes mirarme con desdén.
—Gracias, Roy —le dije, pero él solo me brindó una mirada de reproche.
—Señorita Lorena, no se siga exponiendo. No debió volver, y menos después de que el patrón decidiera entretenerse —Roy tenía razón; fue una tontería de mi parte volver a la reunión. Estaba advertida y aun así me expuse.
—Volveré a mi habitación —dije, girando sobre mis talones. Estaba por iniciar el camino de regreso a mi cuarto para darme una ducha y borrar la sensación de las manos de ese hombre, cuando se me ocurrió una pregunta interesante—. ¡Roy! —levanté un poco la voz para que el hombre me escuchara—, ¿dónde queda la habitación de Richard?
Roy frunció el ceño, pero igual levantó un brazo para señalarme la casa principal.
—Tercer piso, esa habitación con el gran balcón —respondió, antes de seguir su camino.
Mi habitación quedaba en el segundo piso, así que mi mente estaba más que tentada a subir esos escalones extra y buscar a Richard para que me recomendara cómo ganarme el respeto de esa gente. De paso, podría sacarme la espina con el tal Pablo. Sin embargo, interrumpir su momento lúdico con la rubia despampanante no sonaba como una buena idea... a menos que él disfrutara que lo viera, en cuyo caso yo podría satisfacer mi curiosidad sobre él.
Eso pensaba justo cuando abrí la puerta de mi cuarto y fui empujada bruscamente hacia la cama, donde el peso del cuerpo del tal Pablo cayó sobre el mío.
—¿No pensabas que me iba a quedar calmado como un buen niño, verdad, preciosa? —dijo, mientras se restriega contra mí de manera descoordinada, intentando besarme.
Gritar no servía de mucho; todos estaban afuera y la música no permitía que me escucharan. Tenía que encontrar la forma de defenderme sola; ya había decidido que no viviría esto otra vez y era en serio. Así que solo se me ocurrió una cosa.
El desgraciado era bastante atractivo físicamente, por lo que supuse que estaba acostumbrado a que las mujeres se le entregaran fácil y fueran serviciales. Decidí que ese sería mi juego; poco a poco, comencé a dejar salir gemidos que hicieron que el hombre bajara sus defensas.
—¿Ves que así es más fácil, preciosa? También lo disfrutarás, no te preocupes —dijo, desgarrando mi camisa y dejando expuesto mi brasier blanco, mientras mi pecho subía y bajaba de manera agitada.
Lo miré simulando lujuria y desabroché su camisa, lanzándola a un lado de la cama. Luego, procedí a hacer más o menos lo mismo con sus pantalones, asegurándome de dejar su cinturón al alcance de mi mano. Era evidente que había consumido la dichosa píldora hacía tiempo, pues la etapa de la desinhibición ya no predominaba; sus movimientos eran lentos y torpes. Aproveché eso para cambiarnos a una posición en la cama que me fuera más beneficiosa.
Su atención estaba centrada en besar y lamer mis senos, cuando golpeé su cabeza con una estatuilla decorativa y cayó sobre la cama. No lo pensé dos veces; tomé su cinturón y le até las manos a la espalda.
Respiraba, y eso era lo importante. No sabía cuánto tiempo estaría inconsciente y dudaba que el amarre durara mucho, así que le quité los cordones a mis dos pares de tenis y lo até como lo había visto en muchas películas: manos atrás, pies juntos y, de alguna manera, hice un amarre que conectaba las piernas a las manos, impidiendo que pudiera estirar las piernas o incorporarse.
Me sentía más que satisfecha conmigo misma en ese preciso momento, aunque sucia. Necesitaba con urgencia una ducha para borrar la sensación de las manos de ese hombre.