CAPITULO 1

1632 Words
La noche anterior fue sexualmente buena, y prueba de ello es el estado en que se encuentra mi habitación. El camino entre la puerta de mi apartamento y mi cama puede ser seguido fácilmente a través del reguero de ropa y calzado, que genera una imagen mental de cómo evolucionó el fogoso momento. El hombre, cuyo nombre creo que es Alexander, duerme profundamente en mi cama y tiene al aire ese grandioso trasero trigueño que recuerdo haber apretado muchas veces hace unas pocas horas. ¿Que si fue un buen amante? No estuvo mal. Me dio un pre más que decente, pero ya entrados en materia, he conocido hombres más creativos en la cama. Este fue algo clásico, así que estuvo bien para una noche, pero no aguanta para dos. El sol está a punto de salir y no lo quiero más en mi cama generando calor, así que me levanto, preparo café y despierto a mi amante, quien intenta tomarme entre sus brazos y meterme a la cama nuevamente. —Aaaah —grita por el dolor que indudablemente le ocasiona el café caliente sobre su piel—. ¿Estás loca? ¿Cómo se te ocurre acercarme algo caliente cuando estoy dormido? "¿Estás loca?" Qué juego de palabras tan mal elegido, y yo que pensaba sacarlo decentemente de mi apartamento. —Discúlpame, baby —le respondo poniendo ojos de perrito triste—, yo solo quería consentirte un rato y por eso te hice café. —Me alejo rumbo a la cocina, haciéndome la sentida. Tomo mi celular y le envío el siguiente mensaje a Roberto, mi hombre de confianza: "Marido". Él ya sabe qué hacer. Mientras tanto, aquel hombre se levanta y entra al baño para refrescarse y limpiarse todo lo que debe ser limpiado (y eso incluye el café). Unos segundos después, sale con una actitud muy diferente. —Discúlpame, nena, es que me sorprendiste y mi mente seguía dormida —dice mientras llega a la cocina y me abraza por la espalda, completamente desnudo. Mientras besa mi cuello, se escucha que están abriendo la puerta del apartamento y la voz de un hombre grita antes de terminar de abrir la puerta. —¡Amor, sorpresa! —entra Roberto, con su casi insuperable 1.93 de altura y gran musculatura. La reacción del hombre es como si mi cuerpo quemara, pues automáticamente se separa de mí y me mira con horror. Nos escondemos detrás de la isla de la cocina. —¿Tienes marido? —susurra, mientras busca con la mirada su ropa, sin mucho éxito. —¿Qué carajo es esto, Lorena? ¿De quién es esta ropa? —grita Roberto, mientras corre, supuestamente, a emboscarme con mi amante al cuarto. —Se supone que llegaba dentro de dos días —le digo tratando de esconder la sonrisa que amenaza con salir ante la cara de miedo del sujeto. —Yo lo entretengo, tú sal de la cocina y ve directo a la puerta de salida, mientras lo detengo en la habitación para que no tome a Lucien, su bate —le digo y tomo rumbo a la habitación, sonriendo por el cambio de color en el rostro del hombre tras mis palabras. —¡Amor, déjame explicarte! —grito dramáticamente apenas entro a la habitación. Roberto está sentado al borde de mi cama y ha recogido del suelo la mayoría de prendas del moreno que estaban en la sala. Miro de manera divertida al arrume de ropa y levanto una ceja, como pidiendo una explicación por la prenda faltante. Se escucha como se cierra la puerta principal con un golpe seco. No puedo evitar caer a su lado presa de un ataque de risa. Es tan revitalizante iniciar con un drama la mañana. —¿Solidaridad masculina? —pregunto una vez que puedo calmarme y respirar nuevamente. —Algo así —responde Roberto—. No es culpa de ese desgraciado tus excentricidades, así que lo mínimo era dejarle la camisa para que se cubra y la billetera para que pague el carro. —¿Quieres café? —pregunto tomando rumbo a la cocina para finalmente poder tomarme el mío en paz. —Es lo mínimo que debes darme a esta hora de la mañana —dice, y se sienta en una de las butacas que acompañan la barra de la cocina. Tiene suerte de ser el único, fuera de mis padres, a quien le permito hablarme así. ════════════════. ❀~✿ .═ Mis fuentes me avisan que hoy se cierra un gran negocio en uno de los lugares más exclusivos de Los Ángeles, el Club Cicada, así que mi reservación ya está hecha. Mi negocio es tan respetable como cualquier otro. Soy la dueña de una cadena de galerías de arte, ubicadas en ciudades con altas tasas de violencia y drogadicción, por lo que nuestro eslogan "apoyamos al talento, no a la escuela" es bien recibido entre la población de escasos recursos. Por eso, nos consideran una empresa comprometida con las causas sociales, lo cual es magnífico para organizar grandes eventos. No imaginan la cantidad de gente rica y políticos que quieren alardear del apoyo que prestan a este tipo de comunidades, así que no me siento culpable por lucrarme de este negocio. Al fin y al cabo, yo sí ayudo a esos artistas; solo que, de paso, me ayudo a mí misma, y eso no es pecado. Examino por última vez mi reflejo en el espejo y sonrío de satisfacción. Nunca antes me había sentido tan a gusto con mi cuerpo como ahora. Tomo mi pequeña cartera y me dispongo a entrar al lugar en compañía de tres chicas, quienes son mi tapadera para la noche, aunque mi escolta está siempre al pendiente de todo. Mi presa es el señor Richard Brown, y es bien sabido que él no habla de negocios antes de la cena, sino que concreta todo durante las rumbas, dependiendo de qué tan buenas vibras haya recibido esa noche. Eso me resulta muy beneficioso. Lo veo terminar su comida y levantarse de la mesa, seguido por su séquito de guardaespaldas, no tan disimulados como los míos. Inicia el show. La zona de discoteca tiene un estilo moderno, la música es movida, y el juego de luces te invita a soltar todas tus inhibiciones. Debo darme un par de cachetadas mentales para no ir directamente y sentarme en las piernas del hombre guapo y de hombros anchos que intenta inútilmente hablar de negocios con el señor Brown. La mirada del señor Brown recorre el lugar en busca de compañía para la noche, y ahí estoy yo con mis chicas. Salto enérgicamente al compás de la música y hago un brindis en su dirección, provocando que la sonrisa del hombre se ensanche y que su mirada hambrienta recorra mis curvas y las de mis chicas; el anzuelo fue lanzado. El hombre habla con el sujeto que está sentado frente a él, quien nos observa con poco interés, lo cual enciende mi instinto de maldad. Nadie me mira de esa manera. Así que me lo como con la mirada y muerdo mi labio inferior para provocarlo. Me apuesto a mí misma que esta noche me llevaré a ese bombón y cambiaré esa mirada por una que me agrade mucho más. Mi objetivo se acerca y muestra interés por una de mis acompañantes, quien le sonríe coquetamente y le ofrece un poco de lo que estamos tomando. —Gracias, preciosa —le dice a la chica y se toma la bebida de un solo sorbo—. ¿Qué hacen tres hermosas damas solas en un lugar como este? —abre la conversación el señor Brown. —Celebrando la apertura de mi nueva galería —respondo sin titubeos—. ¡Mi galería número diez! ¡Siiii! —grito levantando la copa para que todos bebamos al tiempo, haciendo que mágicamente un nuevo trago llegue a la mano del hombre—. Esta noche ninguna llegará sobria a su casa. Me habría encantado poder grabar la expresión de su rostro al escuchar mis palabras. —Pues celebraremos con ustedes, esta noche todo lo pago yo —dice el hombre con mucha animosidad, y luego acerca a su acompañante de mesa—. Tu mirada te delata, así que aquí está mi regalo para ti esta noche —me dice al oído—. Yo te doy el regalo, tú verás si eres capaz de destaparlo. Río como loca ante su comentario; este condenado hombre me cae bien. Así que hago lo mismo. —Tu regalo está en un muy ajustado vestido azul. Deberías sacarla a bailar, a ella le gusta —le digo, centrando mi atención en unos hermosos ojos grises (obviamente veo mucho más que sus ojos). Britanny atiende muy bien al señor Brown. Ella sabe perfectamente de qué temas hablarle para suavizarme el camino. Richard Brown es un hombre de unos cuarenta y tantos; no está físicamente mal, aunque tiene un poco de sobrepeso, y dice uno de mis artistas que pronto será quien gobierne clandestinamente la ciudad. Esta amistad de negocios la gano o la gano. Estoy lista para dar el siguiente paso. Mi bombón de esta noche es un hueso duro de roer; su nombre es Oliver Taylor y tiene una fábrica de enlatados. Aunque tiene menos glamour, es también una buena forma de transportar drogas. Poco a poco, Oliver empieza a relajarse y a mostrarme una faceta mucho más divertida de su persona. El licor y el baile comienzan a hacer lo suyo, y rato después estamos en un rincón oscuro haciéndonos un poco de exploración. Amo esta sensación de anticipación. Solo espero que este sí sea bueno y no pierda el encanto con los primeros rayos del alba.
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