CAPÍTULO 2

1235 Words
Estamos ansiosos por terminar lo que iniciamos en aquel rincón oscuro, y la discoteca definitivamente no es el lugar para eso. Después de intercambiar teléfonos con mi nuevo mejor amigo, el señor Richard Brown, y recibir un guiño de felicitación de su parte, salimos bastante apurados del lugar. —Vamos a mi apartamento —le digo mientras subimos al vehículo. —Claro que no —contesta con firmeza, mientras me atrae hacia su cuerpo y hábilmente introduce su mano bajo mi falda—. Vamos al Beverly Hills Hotel —le dice con voz firme al conductor, quien solo echa una mirada rápida por el espejo retrovisor. —De inmediato, señor —contesta el sujeto, poniendo en marcha el motor. No tengo tiempo de refutar, pues sus labios ya están sobre los míos, exigiendo atención, mientras su mano excesivamente juguetona pasea entre mis muslos, generando estragos mayores en cierta zona especial de mi cuerpo. Una sonrisa socarrona baila en sus labios cuando descendemos del vehículo, y lo acompaña todo el trayecto hasta el lobby del hotel. Allí, una chica muy sonriente le entrega la llave del penthouse, donde supe más tarde que se está alojando desde el día anterior. —¿Y esa sonrisa? ¿Tan feliz te tengo? —pregunto mirándolo de reojo mientras nos dirigimos al ascensor vacío. Deben ser cerca de las 2:30 am, y salvo por unos pocos empleados del hotel, el lugar está prácticamente desierto. Aunque aquí debemos guardar las apariencias por aquello del decoro y la decencia, logramos filtrar uno que otro beso y caricia en el trayecto. El asunto en el ascensor es completamente diferente. Todo el mundo sabe que los ascensores de la zona VIP no tienen cámaras, y no es necesario ser un genio para saber el porqué. —Algo así —contesta por fin, y voy a parar contra uno de los costados del ascensor, sintiendo a mi espalda como su cuerpo se impone sobre el mío y cierta zona de su anatomía cobra vida mientras se frota contra mi trasero. Aprisiona sin problema con una sola mano las mías sobre mi cabeza, mientras con la otra constata el estado de mi ropa interior y frota estratégicamente sobre esta. La escena me parece tan malditamente sugestiva que ya estoy incómoda con el exceso de humedad que se genera en mi zona íntima. —Más te vale que seas tan buen amante como te estás vendiendo —atiné a decir mientras la puerta del elevador se abre y acomodo nuevamente mi vestido en su sitio. —Ya me lo dirás en un rato —responde, y el brillo de sus ojos me dice lo seguro que está de sus habilidades. Una vez cruzamos el umbral, la temperatura del lugar sube drásticamente. Mi espalda termina ahora contra la pared, mientras sus labios aprisionan nuevamente los míos y nos enfrascamos en una lucha de poder por una supremacía que no puede ser definida. Un jadeo escapa de mí cuando sus labios forman un camino húmedo que atraviesa mi cuello y se enfrasca en mis senos. Una de sus manos envuelve mi pierna alrededor de su cadera, haciendo que esa parte especial de su anatomía esté más en contacto con la mía; mis dedos se enredan en su cabello y ayudan a marcar el compás inicial, hasta que los dos requerimos un cambio de ritmo. Mis brazos rodean su cuello y termino aprisionando sus caderas entre mis piernas, siendo evidente que nuestra ropa está sobrando. El hombre no se hace de rogar y nos conduce a la cama. Puedo sentir parte de su peso sobre mí mientras sus manos recorren mi cuerpo con la presión necesaria para hacer que mi piel se erice, terminando su recorrido en mi intimidad. Mis manos acarician su espalda, y de manera involuntaria muevo mi pelvis, como ayuda para marcar el ritmo que exige mi cuerpo. En poco tiempo, diferentes sonidos y olores de connotación s****l llenan la habitación a medida que nuestros cuerpos se perlan. La experiencia es un ataque a mis sentidos. No sé cómo lo hace, pero las sensaciones se intensifican a tal grado que pierdo la cuenta de las veces que el orgasmo me asalta. Este hombre es un dios del sexo, y mi comentario no tiene nada que ver con su tamaño, el cual es más que respetable, sino con su técnica. Sabe perfectamente dónde tocar, cuánta presión hacer, pero sobre todo, el ritmo correcto para torturarme y hacer que pierda la cabeza. Mi ego no será lastimado esta noche. Llegado el momento, cabalgo sobre él sin limitación alguna, inspirándome cada vez más con la amalgama de sonidos que este hombre es capaz de producir para acompañar el choque de nuestros cuerpos sudorosos. Supongo que mi desempeño también es bueno para él, porque termina tan cansado como yo. Dormimos muchas horas, y extrañamente su presencia a mi lado no me molesta. Despierto primero y observo su rostro cubierto por la sombra de una barba. Este hombre acaba de lograr una hazaña: hacer que después del sexo no quiera espantarlo. Mis dedos recorren suavemente el contorno de su rostro y terminan perdiéndose por la línea que atraviesa sus abdominales, regresando al punto inicial del recorrido. Sus brazos me atrapan nuevamente y me pegan a su pecho. —Duerme —me dice—, a menos que busques ya una próxima ronda. Sus manos ya están posicionadas para masajear mis senos, cuando mi celular replica. Mi mente está nuevamente concentrada en temas más placenteros que los que puede ofrecerme esa llamada, así que lo escucho sonar en repetidas ocasiones, hasta que dejan de marcar. Ahora el celular que suena es el de Oliver, que está al alcance de mi mano. Veo el nombre de Richard Brown en la pantalla. Se lo entrego de inmediato y detiene toda acción para hablar con el hombre. Es ese instante cuando el espíritu de maldad me invade y no resisto la tentación de hacerle algunas travesuras durante el tiempo que dura la llamada. —Maldadosa, el señor Brown nos quiere ver hoy —me informa antes de continuar con la tarea muy comedidamente. Debo volver a mi apartamento para arreglarme y estar lista para el paseo de fin de semana que quiere Richard, pero nada impide que en ese momento disfrute del manjar visual que se está vistiendo frente a mí. Oliver es un hombre en sus treinta años. Tiene un cuerpo definido, y un gran tatuaje ocupa casi todo su brazo derecho, algo difícil de imaginar cuando lo miré por primera vez con traje formal en la sección del restaurante. Sus hermosos ojos grises están enmarcados por unas cejas gruesas y tan oscuras como su cabello. No posee el tipo de belleza que lo convertiría en un modelo de revista, pero tiene esa constitución ósea y el porte que hace que lo mire por donde lo mire, desprenda masculinidad y fuerza. Una sonrisa maniaca se apodera de mis labios cuando mi mente toma una decisión. Yo, Lorena Andrea Rajoy Meritano, decreto que Oliver Taylor será mi hombre, y ahora la intervención de un juez no podrá hacer que me aleje ni ponga límites a mis deseos. Al fin de cuentas, por este motivo fue que estudié derecho. —Bombón, te informo que eres mío —le digo, mientras paso por su lado y le palmeo el trasero—. Nos vemos en un rato.
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