Sebastián ladeó una sonrisa al ver la sorpresa en los ojos de Paris, se veía emocionada, las comisuras de sus labios luchaban por no expandirse y sonreír como tonta. Paris guardó dentro del sobre la tarjeta con la dirección de aquel lugar y pronto tomó asiento, evitando a toda costa cruzar su mirada nuevamente con la de su profesor para no sonrojarse como un tomate. Por su parte, Sebastián caminó hasta el escritorio como era costumbre y se retiró su abrigo. Esta vez llevaba una camisa de negra y un pantalón gris oscuro, la figura del profesor se acentuaba de una manera perfecta, cada línea de tela se adhería a su piel con elegancia y sutileza y por supuesto, eso fue evidente para muchas de sus alumnas, en especial Christina, quien últimamente ocupaba una de las mesas de trabajo al frente