La casa de Sebastián era bastante grande y aunque él no era un hombre al que le gustara alardear de ser un heredero millonario, era inevitable no notarlo y fue evidente para Paris, cuando la elevó en sus brazos completamente desnuda en el pasillo entre su estudio y su habitación. Paris se percató de la madera pulida del suelo cuando la luz de la luna ingresó por una de las ventanas, creando patrones que la iluminaban, al tiempo que recibía las potentes embestidas de su profesor.
—Ahh —gimió Paris, mientras observaba los cuadros que colgaban en las paredes, estos contaban las historias de los viajes que Sebastián había realizado alrededor del mundo y esa noche fueron testigos de los gemidos de la pelirroja, cuando Sebastián la colocó sobre una hermosa mesa que parecía ser antigua.
Paris
