Capítulo Seis

2166 Words
Canon trajo noticias más rápido de lo que esperaba, al parecer se había hecho de una muy buena información y por lo que veía, de una buena paliza; tras relatar lo que había sucedido con los ángeles y con la muchacha llegue a la conclusión de que como suponía los pollos estaban cuidando de la chica, pero, ¿De qué la cuidaban? O mejor dicho, ¿De quién? ¿Quién amenazaba su vida como para solicitar protección angelical?  La muchacha era nefilim, por la descripción que me dio el pequeño demonio, una muy especial, mi curiosidad afloró, necesitaba constatar yo mismo sus niveles de poder o sus dones, o porqué carajos protegió a un demonio… La realidad era que quería verla nuevamente, ver sus ojos, su cabello, sus labios... Basta, concéntrate sólo es una chiquilla humana, no te hagas esto, no puedes sentir nada por ella, no puedes sentir algo por alguien de nuevo, a menos que no sea más que aversión. Esto de hablar conmigo mismo no me ayuda en nada pero escuché en un programa mundano que ayuda a clarificar la mente, lo único que estoy clarificando son las ganas de darme un buen puñetazo por idiota. Por otro lado, aún más importante, aun debía averiguar quién era mi supuesta perdición, aquel que me haría caer ante el lado bueno, aquel que los ángeles deseaban que me exterminara, ¡Esos malditos pollos! Siempre estaban molestando, no hacían más que fastidiarme desde antaño, ojalá se pudran con todo y sus alas de princesas. Okey, sí lo admito, estoy siendo infantil, ¿Y qué? Canon me sacó de mis pensamientos, lo observé un momento tan solo para darme cuenta de que yo no era el único perdido en la nebulosa del pensar, algo lo tenía entretenido y bastante, ¿Acaso ocurrió algo más esa noche y no me lo ha dicho? No creo, es uno de mis más fieles súbditos y uno de los pocos a los que les tengo una especie de afecto extraño, tanta era mi confianza en ese pequeño demonio que esperaba que en un par de siglos más, ya tuviera la madurez suficiente para mandarlo al Inframundo y tomar lugar del inútil de Lucifer. Se cree dueño y señor, juro que lo enviaría de vuelta al Cielo sólo para que los ángeles le pateen el rostro de niño bonito pero no puedo, aun cuando me exaspera, saca lo peor de mí y me vuelve loco, no puedo… ─  Señor Kaia, ¿qué le ocurre? ─   preguntó Canon con su ceño fruncido. ─  Nada, sólo me desquito mentalmente ─  solté serio ─   Ésta noche le haremos una visita a la chica, quiero conocerla mejor. -─  Sí, señor ─  Canon se veía feliz por mi anuncio. ─  ¿Por qué tanta felicidad? ¿Acaso la chica te agrada? ─   pregunté elevando una ceja bastante confundido. ─  Sí señor, me agrada, ella salvó mi vida. ─  sonríe ─  De alguna manera estoy en deuda con ella, además, no es igual a los demás nefilim que conozco, ¿Sabe? Su expresión dubitativa me sorprendió un poco. ─  Ya veo, bueno supongo que lo comprobaré ésta misma noche ─  respondí saliendo de la sala. Para mi infortunio, el tiempo en la tierra pasa realmente lento, me costó mucho mantener la calma hasta ver aparecer la noche, mis ansias eran demasiado grandes, no puedo con mi genio realmente. Tras haber seguido el consejo de Canon y mantener el lugar esperando la mejor oportunidad, llegamos hasta la casa de Anael, el vecindario estaba sumido en silencio total, el frío calaba los huesos y podía sentirlo aun cuando yo era un ser sobrenatural, sí, sentía el doloroso frío atravesar cada célula de mi cuerpo. La noche prometía, mi reino tomaba más fuerza cuando el sol desaparecía, durante la noche las energías del mundo bajan, descansan y es entonces cuando las nuestras suben y se vuelven locas de poder,  me encanta y no me malinterpreten pero la noche sin duda es mejor que el día, todo es más vivido, divertido, salvaje, fuera de control y nada importa ya, pues cuando caes en manos de la oscuridad no hay manera de que salgas de ella… Hay cierta libertad oculta… Observé a mis alrededores, parecía que la mayoría de lso vecinos descansaba o estaba en esos planes, no podía tocarle la puerta y presentarme, por lo que me acerqué al árbol principal del jardín de la casa, de un salto estuve entre las copas más frondosas, me oculté entre las ramas y observé todo; la sala de estar apenas tenía una leve luz encendida mientras que la habitación de la joven me daba la mejor vista, en mi campo visual solo estaba ella, Anael, sonriendo mientras hablaba por teléfono, gesticulaba animadamente, parecía estar cuestionando, preguntaba mucho y parecía confundirse por momentos, no sabía cuál era el tema de conversación pero podía adivinar su comportamiento tan solo observándola a detalle; de repente observó en mi dirección, dejó el móvil a un lado y caminó hasta las cortinas para cerrarme la vista, se mantuvo unos segundos inmóvil, tenía la sensación de que estaba viéndome a pesar de todos los obstáculos pero no me importó, estaba embobado con su sonrisa, tal vez, demasiado. La vi salir corriendo de la alcoba, a continuación, todas las luces que quedaban encendidas en la casa se fueron apagando una a una, fruncí el ceño, ¿Me había descubierto? Bajé con sutileza, Canon seguía todos mis pasos y movimientos en silencio, llegué a la entrada del hogar, sin problemas abrí la puerta puesto que ni el seguro podía detenerme, me adentré sigiloso y cerré detrás de mí pero antes de que pudiera recorrer más espacio me vi siendo empujado torpemente, golpeé mi espalda contra uno de los viejos muebles y mis ojos encontraron los suyos. Me apuntaba con una daga dorada adornada con piedras preciosas azules, una daga nefilim, mal empuñada por una chica asustada y temblorosa… ─  ¿No sabes que es de mala educación entrar en hogares ajenos? ─  dijo agitada ─  La policía viene en camino, deberías irte si no quieres tener problemas. Comprendí inmediatamente que ella estaba mintiendo, si supiera que las autoridades están en camino o cerca se mostraría más segura de sí misma y de la situación sin mencionar que no ha dejado de temblar desde que hicimos contacto visual. ─  Bien ─   susurré. Con un rápido movimiento tomé su muñeca con fuerza, la obligué a dejar caer la daga y comenzamos a forcejear, no podría vencerme con ese estado deplorable de su persona física por lo que divertido con la situación barrí el suelo con mi pie y ella cayó de espaldas conmigo sobre ella y su propia daga en su garganta, jaque mate. ─  No eres tan valiente ahora ─  susurré. ─  Aléjate de mí ─   respondió ─  Tendrás problemas. ─  No tanto como los que tienes tú en este momento ─   sonreí ─   Deja de mentir, sabes que la policía no vendrá porque no fuiste capaz de llamarlos cuando tuviste oportunidad. ─  ¿Qué quieres? ¿Por qué espiabas? ─  pregunta, puedo sentir su aliento a escasos centímetros de mi boca, agradezco a la oscuridad porque no pueda ver lo mucho que estoy disfrutando esto. ─  No estaba espiando, me ocultaba, niña tonta ─   respondí divertido pues técnicamente era lo que había querido hacer desde un principio. ─  ¿Quién eres? ─  habló de pronto ─   No hay dinero aquí, nada de valor que pueda servirte. ─  Vine a conocerte oficialmente ─  me incorporé soltando sus muñecas, con chasquido de mis dedos las luces de la sala se encendieron y la vi tratar de acostumbrarse al regreso de la luz. Apenas pudo verme con claridad quedó inmóvil, me estudió unos minutos que para mí parecieron horas, sus verdes ojos pasaron por mí rostro una y otra vez, hasta que su semblante me dejó saber que había recordado de dónde nos conocíamos, o por lo menos, dónde nos habíamos visto; retrocedió unos pasos, parecía no saber cómo actuar ante lo que pasaba pero yo solo ladeé la cabeza curioso. ─  Tú, eres el chico del museo ─   susurró sorprendida. ─  El mismo ─  comenté mirando a mí, una casa como cualquier otra. ─  ¿Cómo? ¿Qué haces aquí? ¿Quién te dijo dónde vivo? ─   añadió cautelosa. Estaba asustada, podía sentirlo. Por lo general, ese sentimiento hacia mí me gustaba, pero que viniera de ella me dejaba una extraña sensación en el pecho. ─  Yo le dije dónde encontrarte, Anael ─   Canon apareció sorpresivamente. ─  ¡¿Tú?! ─   retrocedió hasta caer de espaldas.--El demonio de la otra noche. ─  Así es, mi señor quería conocerte y me pidió verte, además yo también quería venir, agradecerte por lo que hiciste aquella noche. De no ser por ti, esos ángeles hubieran acabado conmigo ─   sonrió inocente. ─  Merth no sería capaz de hacerte daño ─  respondió tan segura de sus palabras como de que el cielo es color azul dijo la chica ─  ¿Tú señor? ¿Quién es tu señor? ─  Veo que no conoces del todo a tu querido amigo arcángel ─  la observé serio ─   Es capaz de cosas que no te imaginas niña, pero te agradezco que ayudaras a Canon. Mientras le hablaba toque la cabeza del pequeño que me acompañaba, éste esbozo una sonrisa de lado a lado en agradecimiento por mi acto, Anael nos observaba sin poder creerlo, supongo que su mente analizaba a toda velocidad lo que acababa de decirle, parecía que fuera muy difícil tratar de asimilar las verdades del mundo y creo que el idiota de Merth  ─como ella lo llama─   no le ha dicho todo sobre esa noche, por la tanto ella no sabe de mí. No todo lo que hay que saber. ─  Si tú eres su señor, eso quiere decir... Qué... Qué eres... ─  me observo atenta pero calló repentinamente. ─  Dilo ─  la reté. ─  El príncipe del Abismo ─  susurró viéndome incrédula. Sonreí dejando ver mis blancos dientes, mis ojos se tornaron uno de cada color  ─verde y celeste─ brillando intensamente por la oscuridad de la noche, tal rasgo me había caracterizado desde tiempos de antaño pero solo lo dejaba ver cuando la situación me agradaba o me divertía, era un toque que los demás no esperaban ver; la muchacha se puso de pie, se alejó de mí en dirección opuesta, me percaté de que sus intenciones eran regresar a su cuarto por el móvil, seguramente esperaba poder ponerse en contacto con el pollo alado. Tan rápido como pude me moví en el reducido espacio, en menos de lo que ella lo esperaba me encontraba a sus espaldas, cubrí su boca con mi mano para que no gritara, con la otra la tome por la cintura y la adentré a la sala siguiente, la que parecía ser una vieja oficina olvidada, Canon me siguió y cerró la puerta principal, Anael luchaba por liberarse y vaya que era fuerte. ─  ¡Deja de moverte! ¡No voy a hacerte daño! ─   exclamé lanzándola al sofá más cercano, de lo contrario me hubiera plantado un buen cabezazo. ─  ¿¡Qué quieres de mí!? ─   se alejó aterrada. ─  Conocerte, saber cosas. ─   solté aproximándome. ─  No temas Anael, no vamos a hacerte daño, sólo queremos conocerte ─   agregó Canon saltando en otro sofá. ─  ¿Cómo puedes decir que no tema? ¡Tengo en mi casa a un demonio y al Príncipe del Abismo en persona! ─   Chilló histérica. Dios, las mujeres y sus dramas, ahora recuerdo por qué no tengo una Princesa del Abismo, ¡Son desesperantes! ¿Acaso era necesario perder los estribos y comportarse tan estúpidamente? ¿A que le tenía miedo? No se comportaba tan temerosa cunado le habló a mi estatua en el museo, ruedo los ojos, es frustrante en cierta forma tener que lidiar con las emociones y pensamientos de un humano. Estaba considerando golpearla y que cayera dormida, pero así no podría hablar con ella, creo que extremarme a ese punto no lograría nada, usar la telepatía no parecía ser buena opción, sí hablando cara a cara estaba entrando en una especie de frenesí descontrolado definitivamente colapsaría mentalmente si escuchara mi voz en su cabeza; suspiré cansado, me dejé caer entre los almohadones del sofá más grande y la observé un momento, me veía en silencio, parecía meditar la situación y yo esperaba que pudiera aceptar el tema rápidamente puesto que siendo nefilim no debería costarle tanto. Con disimulo la observe detenidamente, que mujer más hermosa había encontrado, sí me hubieran dicho que eligiera una compañera de vida, estoy seguro que sería ella, me intrigaba de tantas maneras, desde lo que pensaba a lo que quería ser, su historia, sus poderes, todo. En ese momento llegó a mí mente el recuerdo del día en que la vi en el museo, quién diría que la chica que hablaba con mi estatua sería un nefilim, que ayudaría a uno de los míos y que en cierta forma, despertaría mi curiosidad, pero, ¿Curiosidad por qué? ¿Me atraía? Sí, pero sólo eso, era una cuestión de energías, estaba seguro, no sentía nada más por ella, claro que no, ¿O sí? No, no podía ser, no podía gustarme un nefilim, muchos llegar a enamorarme, que babosadas estaba pensando… ¡Era imposible! ¡No podía sentir nada por alguien que acababa de conocer! ¡Ni siquiera era atracción!
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