Valessa recordó que todos se habían reído. Pero después de eso habían empezado a enviarla muy temprano a la cama cuando sus padres tenían invitados. Cuando fueron a Francia no la dejaban andar sola. Al mirarse en el espejo pensó que era poco probable que ahora alguien la considerara bonita. Se había quedado tan delgada que sus ojos resultaban demasiado grandes para su cara. Como constantemente estaba hambrienta, le resultaba difícil sonreír y completamente imposible reír. Su pelo, que en el pasado brillaba, como si tuviera la luz del sol en él, aun cuando todavía lo tenía largo, estaba ahora opaco y lacio. Lentamente, porque suponía para ella un esfuerzo excesivo moverse con rapidez, aun cuando se sentía bien alimentada, Valessa empezó a vestirse. Su ropa, toda vieja y gastada, colga