POV. DAMIÁN.
Cuando la puerta del despacho se cerró lentamente por el peso de la madera detrás de Charlie, sentí como si todo el aire hubiera sido arrancado de la habitación.
—¡¿Qué demonios hiciste?! —gruñí, apartándome de Lizeth como si su contacto me quemara.
—Yo no... tú estabas... —balbuceó, pero no quería escucharla.
El dolor en los ojos de Charlie había sido suficiente para romperme por completo.
No había parado de negar y rechazar la realidad, la necesitaba.
Corrí tras ella, pero cuando llegué al exterior del castillo, ya se había ido. Su olor aún flotaba en el aire, pero se desvanecía rápidamente.
—¡CHARLIE! —grité desesperado, pero solo el eco de mi voz me respondió.
Nunca antes en mi vida, me había sentido tan dolorido y tan desquiciado como en ese momento. Sentía que era la basura más grande y no quería ni mirarme en el espejo porque me daba asco.
Sabía que no podía cambiar mi destino, que algún día encontraría a mi compañera, realmente pensé y rogué que fuera más tarde que temprano, pero ahora que estaba a mi lado, todos mis planes y rumbo eran inciertos.
Volví al castillo con un vacío en el pecho, ignorando a Lizeth y cualquier excusa que intentara darme. Mi mente estaba en un solo lugar: Charlie y lo que acababa de perder.
POV. CHARLIE.
El camino de regreso a casa fue un borrón de lágrimas y dolor. Cada paso era más difícil que el anterior, pero me obligué a seguir andando. Cuando finalmente llegué, Amelia estaba en la cocina, pero al verme, dejó caer el cuchillo que sostenía.
—Charlie, ¿qué pasó? —corrió hacia mí y me sostuvo antes de que mis piernas cedieran.
No podía hablar, solo me dejé caer en el suelo, temblando de frustración, rabia y tristeza.
—Lo vi... con ella... —susurré, casi inaudible. Las lagrimas ya no me dejaban ver, mi pecho estaba convulsionando por el llanto.
—¿Damián? —preguntó, sus ojos oscureciéndose al comprender.
Asentí, abrazándome las piernas. Sentía como si mi mundo se desmoronara. Había ido allí con la esperanza de encontrar algo de luz, algo de paz, pero todo lo que había recibido era un golpe directo a mi corazón.
Amelia no dijo nada más. Me abrazó fuerte y me dejó llorar hasta que no tuve más lágrimas que derramar.
POV. DAMIÁN.
Ethan me encontró en el despacho, sentado en el suelo, con las manos en el cabello y la respiración pesada.
—¿Qué hiciste? —preguntó, aunque su tono no era de juicio, sino de decepción.
—No lo sé... —murmuré, apretando los dientes—. La perdí.
—¿Qué ocurrió exactamente?
No podía responder. Las palabras no eran suficientes para explicar la magnitud de mi error. Mi cuerpo se sentía vacío, y el olor de Lizeth en la habitación solo aumentaba mi repulsión.
—Tienes que arreglar esto, Damián —Ethan me miró con severidad—. Es tu compañera destinada, y sabes lo que significa. No puedes dejar que esto termine así.
—Ella me odia... —mi voz se quebró al decirlo.
—¿Qué esperabas? —replicó, y sabía que su paciencia estaba comenzando a agotarse—. No puedes jugar con Charlie de esta forma y esperar que todo esté bien. No puedes tratarla como si solo fuera una herramienta, como si fuera algo que se usa y se deshecha cuando ya no lo necesitas, es tu compañera, puede sentirte, amarte, aconsejarte, apoyarte, respetarte, aún cuando el mundo este en tu contra.
Su silencio posterior fue una sentencia.
Sabía que tenía razón, pero el daño ya estaba hecho.
POV. CHARLIE.
Los días pasaron lentamente. Intenté enfocarme en mi salud y en el bebé, aunque el peso de lo que había visto en el castillo no dejaba de perseguirme.
Amelia insistió en quedarse conmigo, cuidándome como si fuera una hermana mayor. Por momentos lograba arrancarme una sonrisa, pero en el fondo sabía que el dolor no desaparecería tan fácilmente.
Nina me envió muchos mensajes, se sentía culpable por lo que había sucedido, pero al mismo tiempo me animaba constantemente a regresar al castillo por lo que "era mío".
Reí, porque era perfectamente consciente de que lo único que yo tenía era a mi cachorro y el anhelo más grande de regresar a la posada y volver a mi aburrido pero confortable trabajo, olvidarme que alguna vez tuve un compañero y de un ridículo y absurdo sueño de hadas que cree para mi misma en mi cabeza.
Una tarde, mientras me acurrucaba en el sofá con una taza de té, Amelia entró corriendo con el rostro lleno de preocupación.
—Charlie, alguien está aquí.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Quién?
—Damián.
El aire se volvió denso en el instante. Me puse de pie lentamente, mis manos instintivamente sobre mi vientre.
—No quiero verlo —dije con firmeza, aunque mi voz temblaba.
Amelia asintió y salió al porche, donde escuché murmullos que fueron subiendo de tono hasta un gruñido de mi pequeña Amelia. Momentos después, volvió, cerrando la puerta detrás de ella.
—Dice que no se irá hasta que hables con él.
Mis manos se apretaron en puños. La idea de enfrentarlo me aterraba, pero una parte de mí sabía que esto no podía quedar así.
—Está bien —susurré finalmente, con mi voz apenas audible—. Pero que sea rápido.
Amelia asintió y abrió la puerta.
Cuando Damián entró, mi corazón se detuvo. Se veía cansado, como si no hubiera dormido en días. Sus ojos buscaron los míos, pero yo los aparté, enfocándome en un punto cualquiera de la habitación.
—Charlie... —comenzó, y su voz parecía llena de arrepentimiento.
—¿Qué quieres? —lo interrumpí, mi tono era frío como el hielo.
—Tengo que explicarte...
—¿Explicarme qué? —lo miré finalmente, dejando que todo el dolor que sentía se reflejara en mi rostro—. ¿Qué lo que vi no significa nada? ¿Qué no fue lo que pareció? Esto no es una telenovela y ambos somos adultos.
Damián bajó la cabeza, incapaz de sostener mi mirada.
—Fue un error... —dijo, su voz rota—. Yo no... Ella... Tu prima esta loca.
—¿Un error? —solté una risa amarga, sintiendo cómo la rabia se acumulaba en mi pecho—. Yo fui un error, Damián. Nosotros somos un error.
—No digas eso.
—¿Por qué no? Es la verdad, ¿no? —mi voz se quebró, y las lágrimas comenzaron a caer de nuevo—. Me humillaste, me traicionaste... y aún así tengo que estar aquí, escuchando tus excusas.
—Charlie, yo... —dio un paso hacia mí, pero levanté una mano para detenerlo.
—¡No! Basta.
Hubo un largo silencio entre nosotros, y por un momento pensé que se iría. Pero en lugar de eso, sus ojos se dirigieron a mi vientre.
—¿Estás...? —¿Cómo lo sabía? ¿Acaso Nina se lo había dicho?—. Charlie, mi cachorro, esta allí, puedo sentirlo, tu olor ya no es solo tu olor, esta mezclado con... —Inhalo profundamente, se acercó a mi, sus ojos azules profundos cambiaron de color, ahora eran negros.
Kian estaba tomando el control.
Mi loba pudo sentirlo y empujaba por salir.
—Sí, estoy embarazada —respondí antes de que terminara la pregunta—. Pero eso no cambia nada.
Su rostro se llenó de emociones: sorpresa, alegría, culpa, pero sobre todo, miedo.
—Charlie... por favor, déjame demostrarte que puedo cambiar. El cachorro no tiene la culpa.
Quise creerle, quise aferrarme a la idea de que las cosas podían mejorar, pero el recuerdo de Lizeth en sus brazos era una herida demasiado fresca. Y sus palabras llenas de frialdad también.
—No necesito promesas vacías, Damián.
Él asintió, aunque el dolor en su mirada era evidente.
—Haré lo que sea necesario. Yo no esperaba una compañera, nunca la quise, pero ahora...
—Ese es tu problema, haces esto por que es tu obligación, no porque así lo desees y yo no quiero estar con nadie que no me desee, no quiero estar con nadie que no me ame, ni que me de el mundo entero, como yo lo haría.
—¿Cómo sabes que no te deseo, que no te amo, que no daría el mundo por ti?
—Lo has dejado en claro muchas veces —reí—. Sí, sobre todo cuando tus labios estaban muy enredados con los de mi prima.
Y con esas palabras, se quedo en silencio y sus ojos cambiaban de color en milésimas de segundos.
—Quiero que te vayas, que me dejes en paz.
—Charlie, no...
—Sabes perfectamente que sigo aquí por la señora Miri y esa bondad que estas mostrando como Rey, al dejar que se recupere con tu personal médico. Pero nada, ni nadie más me retiene en estas tierras.
Podía sentir su dolor y su ira, pero aún así, no me importo.
Apretó sus manos en puños y se marcho.
Con ese mínimo acto, simplemente termino de hundir la daga en el dolor y la verdad que yo ya sabía, él no iba a luchar por mí.