PREFACIO
Abrí la puerta del baño de mujeres del Phonox casi con furia, ella caminaba tras de mí mientras la sujetaba de una mano, la jalé con desespero, puse seguro a la puerta y nuestros labios se devoraron con ansias; corté la poca distancia entre nuestros cuerpos y la alcé para llevarla hasta los lavabos. Rodeó mi cintura con sus tonificadas piernas y mi erección pedía a gritos ser liberada de ese calabozo en el que la mantuve por más de un año.
Increíble.
Le acaricié los muslos mientras nuestros labios jugaban a inflamarse. Llevé mis manos a esos preciosos senos que pedían atención, acaricié sus pezones con mi dedo pulgar sobre su vestido, estaban tan duros y perfectos, tal como los imaginé mientras me hablaba, como los sentí cuando me atreví a tocarlos hace un rato, por encima de la tela de ese vestido que los cubría en vano. La deseaba tanto como un ermitaño desea el agua en el desierto.
Le quité el vestido, apreté y pellizqué sin compasión sus pezones, solté su boca en llamas y fui directo a ellos, los saboreé con intensidad, necesitaba guardar conmigo su sabor, su olor… Ella gemía bajo, aunque el ruido de afuera podría ser perfectamente cómplice de nuestro encuentro; acaricié su firme trasero mientras ella se aferraba a mi cuello, nos separamos solo para arrancarnos lo poco que nos privaba de lo deseado; le quite las bragas con facilidad y ella casi me arranca el pantalón sin remordimiento.
Busqué un preservativo, me lo puse y sus piernas ya me tenían preparado un banquete hacia el fondo, uno del que no me iba a escapar. Mis dedos buscaron su sexo, estaba tan húmeda que no me pude resistir, hundí en ella dos dedos y echó su cabeza hacia atrás de placer. Liberé a mi prisionero en todo su esplendor, pude ver como su rostro se enrojecía al verlo, pero sus ojos, esa mirada, me deseaba tanto como yo a ella.
La penetré sin permiso, con violencia y unas ganas tremendas de recorrer sus pasillos más internos. Ella derrochaba lujuria en su mirada, su piel me invitaba a poseerla… La penetré una y otra vez, entraba y salía como si solo me perteneciera a mí.
Nuestras bocas se buscaron nuevamente al ritmo de nuestra danza s****l, me soltó y empezó a gemir más alto; juro que no entendía nada de lo que su boca me decía, ya yo estaba perdido en su túnel, ese del que no quería salir.
Sus caderas se movían pidiéndome más y yo no me negaba en lo absoluto. Hice que se bajara del lavabo y se pusiera de espaldas, ella no se oponía a nada; rápidamente la embestí por detrás mientras jalé su hermosa cabellera. Todo era perfecto en ella.
Arqueó su espalda para que mi pene pudiera entrar por completo y así lo hizo, ella gemía como loca mientras la penetraba duro, una y otra vez, mi erección entraba con furia y facilidad, sí, necesitaba derramarme dentro de ella; me pidió que no parara y ambos nos sentimos al borde del orgasmo cuando las embestidas empezaron a ser más rápidas y sin control, ella terminó primero y yo le seguí. Contemplé su cuerpo embobado mientras los últimos restos de semen llenaban su interior.
Nos miramos fijamente con esa cara típica después del sexo de tu vida. Luego cerró los ojos, mordió sus labios, estuve a punto de devorarlos nuevamente, pero alguien tocó la puerta, ella abrió los ojos y yo reí. Nos limpiamos de cualquier evidencia y casi se desmaya cuando escuchó que alguien afuera gritaba que iba a llamar a los de seguridad para que abrieran. En ese momento nada me importaba.
Sonó su móvil, ella contestó nerviosa y luego se dirigió a mí.
—Me tengo que ir, me están buscando afuera.
—Quiero volver a verte —confesé sin pensarlo dos veces.
Claro que no estaba pensando.
Estaba divagando aun en la locura del momento.
—Dame tu teléfono. —Así lo hice y ella guardó en el su número dándome carta blanca.
Abrió la puerta y un montón de mujeres se sorprendieron al verme. Caminó rápidamente entre la gente, yo traté de hacerme paso y le grité.
— ¡Oye! —Ella volteó hacia mí—: Feliz Cumpleaños.