UNO

1811 Words
Caminaba tranquilo por la calle, sentía las gotas de lluvia caer sobre su abrigo y su cabeza, era típico que lloviera por las mañanas, el pueblo en el que creció estaba situado en una zona cuyo clima no pasaba más de las lluvias, el frío y la niebla. Le agradaba mucho escuchar la caída estrepitosa de las gotas en el vidrio de la ventana, especialmente durante las noches, el silbido del viento entre los árboles, la manera en que las mañanas se presentaban frescas y cubiertas de una ligera capa de neblina que te obligaba a entrecerrar los ojos para poder ver algo a lo lejos; las montañas a un lado del pueblo, más precisamente al oeste, siempre con sus cumbres blancas por la nieve, con ese aire misterioso y ese toque de suspenso que tanto se ven en las películas extranjeras. Hoy es la graduación en el Instituto St. Marie, sus compañeros de último año están ansiosos por tal acontecimiento, incluso han preparado un festejo para entrada la noche con el único fin de celebrar finalmente haber completado una etapa de sus vidas que les abre las puertas con gusto a algo nuevo, muchos de ellos irán a la ciudad a inscribirse en las mejores universidades, otros tan solo esperan poder conseguir un empleo y salir del pueblito aburrido en el que sus vidas han transcurrido, sin duda alguna hay mucho por lo que festejar esta noche, pero, ella no está invitada a ello, como cada vez que hay una reunión social. Cabe decir que no tiene amigos, no es muy sociable y le cuesta mucho entablar una conversación con gente de su edad pero, con adultos, no tiene ese problema e incluso puede llegar a decir que se encuentra mucho más a gusto con ellos, como si pudiera empatizar de mejor forma todo a través de las anécdotas de los abuelos, o de las viejas historias de amor de mujeres grandes que ya tienen su vida casi resuelta y apenas tienen algo que hacer en sus hogares. Su nombre es Alina Prince, el apellido no es realmente suyo sino que se lo ha brindado el orfanato en el que ha crecido, muchos le dicen “Casa hogar” —tal vez porque “orfanato” suena brusco o porque para los niños no suena acogedor—. Llegó al lugar con tres días de nacida, su madre desapareció de la faz de la tierra sin dejar siquiera una nota de si seguía con vida o quién era la persona que la había dejado en la puerta del enorme y viejo edificio, de su padre nadie sabe nada —probablemente se marchó dejando a su mamá sola o tal vez ni siquiera su progenitora tenía idea de quién era el sujeto con quien concibió a esa niña— y no tuvo hermanos al parecer o por lo menos eso es lo que se estipula. Tiene dieciocho años de edad, por ley ya debe dejar el orfanato —pues son muchos los niños que esperan un lugar para poder pasar su transición hasta la adopción definitiva— y buscar su camino. La cuestión es, que no tiene idea de lo que va a ser de su vida, no posee trabajo, ni casa o departamento, no hay familiares y jamás ha tenido familia adoptiva o de transición, no sabe cuáles son sus posibilidades en un mundo que aparenta ser frio y doloroso, que te golpeará tan duro hasta que caigas y de ti dependerá si realmente puedes levantarte o no, entonces, ¿Qué hará? ¿Cómo va a salir adelante? Está sola y es el peor sentimiento que puede tener una persona. ―Oye, Alina, ¿Irás a la fiesta de esta noche? Todos estarán allí, creo que es la última oportunidad que tenemos de vernos todos antes de que comiencen a marcharse por la mañana ―la voz de una de sus compañeras de clase la hace voltear, la sonrisa de la muchacha se le contagia―. Será divertido. ―No debes preocuparte por ella, Susanna ―ríe otra de las féminas que se aproxima junto a un grupo de adolescentes―. No puede conseguir una familia, ¿Crees que podrá ir a una fiesta como una persona normal? Descuida, Alina, no nos perderemos de nada si no te presentas. Su sonrisa se borra inmediatamente, ¿Por qué ser tan cruel? ¿Qué ha hecho de malo para que no pueda tener amigos? ¿Por qué la dejan de lado? Ella no es menos ni diferente a los demás, suspira, resignada sigue su camino hasta aquel antiguo lugar que es tan visitado por los pueblerinos y por quienes viajan por algo de tranquilidad, un punto turístico, el Puente de las Nubes —el cual la lleva hasta el orfanato si lo atraviesa, una vía más corta—, pero se detiene una vez ha llegado al lugar, asoma su cabeza por el barandal y puede ver su propio reflejo en el agua del río, el cual atraviesa parte del pueblo y el gran valle; sube a la baranda pudiendo así ver el reflejo de su cuerpo completo, levanta la vista encontrándose con el río y con una intensa neblina blancuzca que hasta hace unos segundos no estaba allí, pero, ¿Qué más da? La naturaleza se comporta de manera extraña a veces, algo realmente fenomenal, difícil de controlar, poco probable de predecir. ― ¿Vas a saltar? ―una voz suave interrumpe sus pensamientos, estaba seguro de que se encontraba solo. ―No… ―susurra volteando lentamente. Observa a su alrededor, no hay nadie cerca, coloca sus pies sobre el suelo nuevamente y vuelve a ver a detalle todo lo que la rodea pero la niebla le dificulta la tarea. De pronto, se oyen pasos cerca de Alina, retrocede cautelosa sin poder encontrar al dueño de ese sonido. ― ¿Hola? ¿Quién es? ―pregunta agudizando su vista, estando ya a la defensiva y preparado para soltarle un puñetazo a lo que sea que se presente ante sus ojos. ―La pregunta aquí es, ¿Quién eres tú? ―responde la voz con cierto matiz de diversión, probablemente es alguien que está jugándole una broma de mal gusto. ―Mi nombre es Alina ―susurra creyendo que se está volviendo loca, hablando a la nada pero seguro de estar oyendo. ―Un placer conocerte, Alina, no suelo tener visitas a estas horas, bienvenida a mi hogar ―los pasos reanudan su andar. ― ¿Tú hogar? ―eleva una ceja incrédula―. Es un puente. Por lo tanto, le pertenece a todos y a la vez a nadie. ―Interesante teoría, ¿Sabes? Me pica la curiosidad, ¿Por qué no te defendiste de esa molesta chica de la misma manera en que me increpas a mí? ―aquella pregunta lo toma por sorpresa. ―Lo siento, de verdad, no fue mi intención hacerte sentir mal… ―observa entre la espesa niebla, apenas puede ver un par de zapatos pues el resto está cubierto por las nubecillas que de manera extraña han bajado tanto que en poco más rozarán el suelo. ―Te disculpas, me sorprende, hoy en día muy pocos tienen la capacidad de pedir perdón sincero ―sonríe sabiendo que no puede verlo―, Aunque no lo creas, éste es mi hogar, lo ha sido durante mucho tiempo incluso mucho antes de que tú nacieras, por ello te pido que no lo dañes o las consecuencias de tus actos serán severas. ―Para ser el anfitrión del lugar no estás siendo cortés ―coloca sus manos sobre sus caderas. ―No tengo por qué serlo, siempre se burlan de mí y hacen destrozos en el puente en sus intentos de diversión que fracasan en absurdas borracheras. Además, en todo caso, no te he faltado el respeto ni nada parecido. Te he pedido educadamente que respetes mi hogar ―el silencio reinó, no había mucho que objetar ante tal desplante. Alina ladeó la cabeza esperando poder ver algo más de ese desconocido pero no obtuvo nada a cambio, sin embargo, estaba seguro de que no se trataba de un vagabundo pues la manera educada y culta de hablar de ese hombre era abrumadora y encantadora a la vez, incluso, le llevó a pensar que no era de esta época sino de una anterior, quizás, de esos años en los que la cortesía y buena diplomacia eran bien vistos, que las mujeres amaban y los hombres se esmeraban en tener como parte de sus encantos y atributos, una forma de expresarse digna de un filósofo . Por su parte, el extraño entre la neblina no había apartado la mirada de la joven frente a él, fue mera casualidad que se encontraran ya que suele ver el paisaje del lago casi todos los días a la misma hora y nadie se encuentra con él; la chica le pareció demasiado buena, tal vez en exceso al punto de no defenderse de los ponzoñosos comentarios de su compañera de colegio pero no intervino por ella, no la conocía y algunas personas no son lo que aparentan; para su fortuna la pequeña “charla” —si es que se le puede llamar así a lo que han tenido— le ha revelado varias cosas sobre esa chica curiosa. ―Me marcho ahora, tengo asuntos que atender ―da media vuelta sobre su eje, elegantemente―, Gracias por tu tiempo, Ali, sé cuidadosa al volver a casa, se avecina una tormenta y promete ser intensa. ―comienza a marcharse sin siquiera voltear a verlo. ― ¡Espera! ―avanza unos pasos hacia él―, ¿Y tú? ¿Cómo te llamas? ―grita al no escuchar sonidos. ―Nuée…―se escucha al cabo de unos segundos, como un susurro en todo lo ancho y largo del puente, como si el mismo viento hubiese dicho su nombre con suma delicadeza temiendo profanarlo al no pronunciarlo debidamente o con el respeto que merece. Una vez los pasos han desaparecido, con ellos lo hace la espesa niebla, dejando ver nuevamente el tradicional puente del pueblo, no hay absolutamente nadie y tampoco indicios de que lo hubo. Alina voltea algo confundida y puede ver a muchos alumnos acercarse al lugar para pasar el tiempo, ¿Acaso no vieron la niebla? ¿No les llamó la atención verla sola entablando una conversación con quién sabe quién? ¿Quién es Nuée? Muchísimas preguntas se arremolinan en su mente, la ansiedad se estanca en su pecho deseosa por saber un poco más, por indagar curiosamente en cuanto pudiera para tener una idea de lo que había pasado o quizás, darle una explicación lo más humana y real posible a la peculiar experiencia que ha vivido, de algo está completamente seguro, no lo ha imaginado.
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