El único puesto bueno en la biblioteca lo ocupa alguien
Volvió a ocupar su puesto.
El chico que mira por la ventana, volvió a ocupar el puesto de Violet en la biblioteca.
Ella no entiende por qué siempre ocupa ese lugar, cuando hay tantas mesas en la biblioteca. De hecho, ¿por qué no ocupa otro lugar en la mesa si hay tres sillas más aparte de esa?
Violet tiene la rutina de buscar el libro que va a leer y después sentarse a la mesa, pero ha visto que eso no es tan conveniente, porque las personas suelen ocupar ese lugar antes que ella vuelva. Como ese, el chico de la ventana que nunca lee y se queda observando el panorama con los auriculares puestos.
Violet no lo entiende, ¿por qué siempre viene en las tardes a la biblioteca si no va a leer?
—Estás ocupando mi lugar —espetó ella, apretando el libro en su pecho.
Le hubiera gustado que su voz sonara más convincente, pero su inmensa timidez le impide mostrarse ruda, de hecho, todo su cuerpo delgado nunca le permitiría verse como alguien intimidante. Tal vez, por eso las personas nunca la toman en serio y menos cuando quiere reclamar lo que siente que es suyo; como ese puesto, que es el único en toda esa inmensa universidad que no la hace sentir incómoda.
El joven volteó sus ojos azules a ella y la observó fijamente. Violet mostró un rostro aburrido (intentaba mostrarse como alguien fría, pero solo se veía así, como si estuviera aburrida).
Llevaban una semana en aquella tónica, desde que Violet le pidió el primer día que se corriera de puesto, él ha venido sin falta a sentarse en esa silla. Comenzaba a creer que lo hacía para molestarla.
Se quitó un auricular y tornó todo su rostro bronceado sumamente serio (a él sí que le salía; y muy bien).
—¿Cuándo compraste este lugar? —inquirió con voz irónica.
Ella odiaba el tono con el que siempre le hablaba, era como si todo lo que ella hiciera, le fastidiara.
Ojalá Violet pudiera sonar así de irónica.
Era mucho más mayor que ella. Debía tener unos veintidós años; se notaba que ya era veterano y que no le intimidaba ningún espacio de la universidad, porque era su espacio, era su mundo. No como Violet, que el único espacio en todo el campus que no le intimidaba era ese metro y medio de la biblioteca, donde podía ver todo desde la ventana; bueno, también se sentía cómoda en su habitación: y eso, porque allí casi nunca había alguien. Por momentos estaba Teresa y su novio Brian, pero ellos ya no le ocupaban espacio figurado como tal; o sea, ellos ya pertenecían en su mundo y nunca le incomodaban (por ahora).
—¡Sabes que siempre ocupo esa silla a esta hora, ¿lo haces adrede?! —espetó ella en un pequeño grito, para que su voz no sonara alta e incomodara a las demás personas.
—Sabes que siempre vengo a esta hora y ocupo esta silla, ¿por qué sigues pidiéndomela, primípara? —Ladeó una sonrisa satisfecha, se notaba de lejos que le encantaba molestarla.
¡¿La acababa de llamar primípara otra vez?!
—Que me dejes de llamar así —gruñó la joven entre dientes.
—¿Acaso no eres de primer semestre?
¿Era tan obvio que apenas estaba comenzando su primer semestre en la universidad? Usaba ropa casual para intentar pasar desapercibida, como le aconsejaba Brian, ya que, si usaba ropa que se obviaba que era nueva, pasaría como una “primípara” y eso era vergonzoso.
Resignada, se sentó frente a él, dejando el libro sobre la mesa marrón. Con él de frente y su ancho pecho de atleta, tapaba todo el paisaje que daba la ventana, y eso era triste, muy triste; porque ninguna otra ventana daba tan buen paisaje del lago donde nadaban los patos, flamencos y los estudiantes que subían a las canoas.
Abrió el libro y buscó la página donde había dejado anteriormente su lectura.
—¿Por qué no te lo llevas y ya? —preguntó el joven—, ¿no has sacado el carnet?
Violet sabía que podía sacar los libros de la biblioteca, pero para eso primero debía sacar el carnet que le permitiera hacerlo. Según Teresa (que ya lo había hecho) era sumamente fácil, debía mostrar su documento estudiantil en la recepción y pagar un pequeño excedente para que le hicieran el carnet y ya.
El problema estaba en que Violet debía acercarse a los bibliotecarios (siempre le parecía que estaban ocupados) y preguntarles por el dichoso carnet. Además, la recepción siempre estaba llena de estudiantes preguntando cosas y sacando libros.
Pasó saliva e ignoró al chico.
Por alguna razón, comenzaba a acostumbrarse a que se sentara frente a ella. El día anterior, cuando fue a buscar un libro que necesitaba, al volver, notó que todas las mesas estaban llenas de estudiantes y él le cuidó su lugar, montando un bolso en su silla, así ella no se quedó sin lugar.
Quería preguntarle cómo se llamaba, pero no se atrevía. De hecho, él era el único que hablaba cuando Violet intentaba leer, lo que producía que no avanzara nada en su lectura.
—Debes hablar con el bibliotecario y él te dará el carnet —le explicó el joven.
—Ya lo sé —soltó ella, subiendo la mirada al él y acomodó sus lentes grandes con una mano.
—Pero no te atreves a hacerlo. —Volvió a mostrar esa sonrisa torcida.
Violet se ruborizó por completo y volvió a tragar saliva.
—En algún momento deberás hacerlo —prosiguió—; no piensas pasar todo el año peleando conmigo por sentarte al lado de la ventana, ¿o sí?
La verdad, el plan de Violet era hacerlo todo lo que pudiera permitirle la biblioteca.
—¿Tú no estudias? —preguntó ella, intentando cambiar la conversación.
—Sí, pero me gusta ir a mi cuarto, con el silencio; ya sabes, para concentrarme más. —Ahora parecía estar burlándose de Violet—. La biblioteca tiende a volverse ruidosa en la tarde, y más cuando llega la semana de parciales, en unos meses lo sabrás. Y me darás la razón.
Violet sintió la ansiedad golpearle el estómago, hasta hacerla sentir la falta de aire. Y con ese muchacho observándola fijamente, con esos intensos ojos azules, como si la reparara a detalle…
¡Por Dios, ¿por qué la observaba tan fijamente?! ¿Es que tenía algo raro en el rostro?
Comenzó a ruborizarse y acomodó los lentes en el inicio del puente de su nariz. Inspiró hondo e intentó relajar sus hombros.
—¿Quieres que te ayude a sacar el carnet? —propuso el joven.
Ella no respondió, porque él ya se estaba levantando de la mesa y wao… era bastante alto.
Violet nunca lo había visto de pie, porque siempre se iba antes que él. Ahora que lo veía desde ese ángulo, parecía imponente, con su pecho y brazos anchos; tal vez era la chaqueta del equipo de fútbol lo que lo hacía ver así.
Pero, cuando Violet se levantó, se dio cuenta que sí, definitivamente era bastante alto, ella le llegaba un poco abajo del hombro y con todo su cuerpo languiducho, era obvio que se veía insignificante al lado de él.
—Vamos —pidió el joven.
Vaya, realmente no era tan malo como llegó a creer. En serio la estaba ayudando.
Caminaron en silencio, sobre todo porque Violet se estaba mostrando más tímida que de costumbre y dejaba que él caminara unos centímetros más delante de ella.
Cruzaron los pasillos de las estanterías atiborrados de libros y llegaron hasta la recepción, donde se encontraba un hombre bajo, con barriga y se notaba la caída de su cabello en la cabeza.
—Buenas tardes, Julio —saludó el muchacho.
—Ah, hola, Gael —saludó el bibliotecario, parecía que había estado distraído con algo.
Así que se llamaba Gael…
—Ella necesita sacar su carnet —informó Gael, señalando a Violet con el pulgar de su mano derecha.
La joven se sintió compungirse de a poco y se rodó un tanto para esconderse (disimuladamente) detrás de Gael.
Julio (el bibliotecario) mostró una cariñosa sonrisa.
—¿Primera vez? —preguntó a Violet.
—Ah, sí —respondió, ruborizándose.
El bibliotecario le pidió a Violet una información y después la hizo firmar un documento. Por último, tuvo que pagar el excedente.
—Seis mil pesos —informó el bibliotecario.
Ella iba a sacar su cartera de un pequeñito bolso n***o que traía consigo, pero Gael se anticipó y lo pagó.
—Así te recompenso todo lo que me has tenido que soportar —dijo, pagando el excedente.
Violet no fue capaz de decir palabra alguna, solo apretó los labios y, una vez recibió el carnet, pidió que le dejaran sacar el libro que desde hace minutos llevaba apretujado entre sus brazos y pecho.
Se sentía rara, incómoda y extrañada, porque Gael terminó siendo un muchacho bonachón. Bueno, seis mil pesos no era mucho, pero sabía que nadie hacía tan poco por otra persona, y menos si es un desconocido. ¿O ellos no eran desconocidos? Llevaban una semana sentándose en la misma mesa, aunque era poco tiempo. ¿Por cuánto tiempo se deja de ser desconocido para alguien?
Cuando le dieron el libro a Violet y por fin supo que ya lo podía llevar a casa, volvió a apretujarlo en su pecho.
Comenzaron a salir de la biblioteca y Violet se preguntaba cómo podía despedirse de Gael.
—Bueno… —trató de hablar.
—¿Ves? No era tan difícil —comentó Gael, desplegando una sonrisa—. Ahora puedes sacar los libros y leerlos en tu cuarto.
—Gracias —balbuceó, ruborizándose.
Gael la observó de pies a cabeza y ensanchó su sonrisa.
—¿Cómo te llamas?
—Violet —contestó.
—Violet —musitó Gael en sus labios. Peinó su cabello n***o y liso con una mano, después, procedió a decir—: es un muy lindo nombre, te queda.
Violet tragó en seco y todo su rostro y cuello se tornaron rojos. Intentó hablar, pero solo produjo que sus labios se entreabrieran, para después cerrarlos y apretarlos con fuerza.
—Eh… gracias —se despidió.
La joven bajó los diez escalones que había a las afueras de la biblioteca casi que corriendo y se adentró en los pasillos estilo antiguo con farolas coloniales.
Comenzaba a caer la noche en el campus y el clima se sentía frío, pero Violet comenzaba a sudar. Además, su corazón palpitaba a mil por segundo.
¿Por qué le dijo eso?
Es un muy lindo nombre, te queda.
¿Por qué peinó su cabello de forma tan seductora?