Capitulo 14

1582 Words
Aly inhaló profundo, contempló nuevamente el edificio frente a ella, corroboró que los ejecutores estuviesen cerca y se decidió a ingresar. Bueno, la Alfa Nia tenía razón, era momento de buscar ayuda y afrontar lo que fuese que ocurría dentro de su mente. Empujó la puerta de vidrio y caminó directo a la muchachita que se encontraba sonriente detrás del mostrador de recepción. Nuevamente debió luchar contra sus instintos que le alertaba correr, que fue en un edificio similar a ese, en un ambiente de medicina parecido a ese, de donde había surgido aquella mujer que la entregó sin piedad a manos enemigas, que le importó muy poco su condición de embarazada, su cachorro creciendo dentro de la barriguita, y simplemente había simulado muy bien su preocupación de obstetra para estudiar a fondo cada debilidad que pudiese presentar. «No», sentenció con firmeza, «está doctora la recomendó la mismísima Alfa y es amiga de Hernán», aseguró llegando hasta la mujer de recepción. —Buen día —saludó la muchacha. —Buen día —respondió un tanto vacilante—. La doctora Paez iba a atenderme —explicó y se sintió estúpida por cómo había dicho aquello. Para su suerte la mujer sonrió con calidez y le indicó que la doctora estaba terminando de atender a un paciente, que podía aguardar en la sala y servirse todo el café, jugo o té que desease. Aly agradeció e ignoró los deseos de beber uno de esos tés verdes que tanto amaba. Es que ya no consumía nada que no fuese preparado por sus propias manos o las de Luca, ya no confiaba en nadie y la paranoia la mantenía prácticamente encerrada dentro de su muy seguro hogar. —Aly —llamó por tercera vez la doctora. La leona elevó su confundida mirada y sonrió nerviosa. Mierda, otra vez se había perdido demasiado en sus propios pensamientos. —Un gusto —respondió y extendió la mano en dirección a la mujer, esa de cabellos negros y mirada amable, esa que era una humana con olor a sinceridad. —Me alegra tenerte por aquí —aseguró tomando la mano de Aly con suavidad—. Ven, pasemos al consultorio —propuso dando paso a la leona. —Bien —respondió insegura pero igual se obligó a ingresar a ese espacio que le resultó confortable, seguro. Es que los colores tierra siempre la calmaban, lograban apaciguar sus ánimos alterados, y todo en aquella sala se manejaba dentro de la gama del terracota. —Toma asiento donde gustes —dijo la doctora. —Bien, creo que aquí —respondió sentándose en un silloncito justo al lado de la ventana, en el punto exacto donde la suave brisa veraniega le acariciaba con suavidad el rostro mientras le regalaba un poco del perfume de aquellos árboles que explotaban en flores lilas. —Primero déjame contarte algo de mí —pidió la mujer sentándose frente a Aly. La leona asintió lentamente y recibió como respuesta una suave sonrisa. —Soy psiquiatra, no psicóloga —aclaró—. Conozco algunos detalles sobre los tuyos y este lugar es completamente seguro para tí. De todas formas tu pareja, Luca —dijo revisando unos papeles que tenía a mano—, revisó a detalle cada rincón de mi consultorio. —¿Va a medicarme? —indagó inquieta. —Solo si es necesario, para saberlo debemos hablar —aseguró y le sonrió suavemente. Tres horas, tres largas y extenuantes horas, estuvieron encerradas en aquel cuarto. Cuando Aly salió se encontró con Luca plantado en la puerta del consultorio, un ejército de ejecutores dando vueltas por ahí y a su bebé, a su dulce Oliver, bien dormido en su cochecito. —Cariño —saludó exhausta. —Ven, vamos a casa a descansar —propuso Luca envolviéndola con cariño en sus fuertes brazos. —¿Podemos conversar un instante? —pidió la doctora observando al Beta. El lobo, extrañado por aquel pedido, asintió sin estar demasiado convencido. —Pase —pidió la doctora señalando al interior de su consultorio. Luca observó aquella habitación, luego a la doctora y finalmente posó su mirada en Aly, en su preciosa leona que ya se aferraba con ganas al carrito donde su hijo descansaba. —Amor —susurró Luca buscando la aprobación de Aly. —Yo espero aquí —aseguró y se sentó en una de las sillas de la sala de espera. Luca asintió y desvió su mirada hasta uno de los ejecutores. No hicieron falta palabras, no necesitaron nada más que algo, muy poco del aura del Beta desplegándose para saber qué orden debían cumplir. —Luca —llamó con suavidad la doctora. El lobo asintió en silencio, contemplando a su compañera que le regalaba una suave sonrisa, e ingresó al consultorio sin estar demasiado convencido. Supo que era importante aquella reunión en cuanto la doctora le comentó el por qué debían conversar en privado, cuando le explicó las circunstancias que envolvían a Aly, a su dulce Aly, y cómo él podía colaborar en su recuperación. Le indicó que el proceso sería lento, que no habían recetas mágicas, que algunos días serían buenos y otros no tanto, pero que Aly podría superarlo, podría salir del pozo de paranoia y miedo en el que estaba metida. Luca aceptó hacer cada pequeña cosa que le indicaran, se predispuso a cumplir con todo lo que dijera esa doctora, a acatar cada orden solo con un objetivo en mente: que su bonita Aly pudiera sanar. —------ Abrió la puerta despacio, sabiendo que ella estaba en algún tipo de llamada laboral, debido a que su tono de voz se oía demasiado formal. La vió sentada en el escritorio que se ubicaba al lado de la cama, con la cámara de su computadora apuntando directo a su linda carita y aquellos auriculares gigantes que tanto amaba. Sonrió embobado y cerró con cuidado de no molestar. Sabía que ella era consciente de su presencia, pero el trabajo era trabajo y no podía detener aquella reunión sólo para saludarlo. Además, debía admitir, todavía nada se solucionaba entre ellos, nada había sido aclarado luego de esa estúpida pelea en donde a él se le ocurrió llamarla caprichosa. ¡Y mierda que se odiaba por aquello! Su lince no había dejado de reclamar en cuanto vieron a Paulette salir de la habitación con el enfado a flor de piel. Supo, porque Cló luego de golpearlo le explicó, que su preciosa compañera había comenzado con clases de defensa, mismas que él gustoso le impartiría pero que ella jamás le pidió que lo hiciese aunque ya llevaban más de cuatro días con esas clases de dos horas diarias. Afectado por saberse un imbécil, se quedó al costado de la puerta, contemplando a Paulette en su faceta profesional de las redes y páginas web. Le encantaba oírla hablar de aquello, se notaba de su fascinación por el trabajo, mismo que, gracias a la tecnología podía realizar desde cualquier punto en el Tierra, incluso ese extraño bunker en el que se encontraban y que contaba con una sofisticada red de Internet indetectable. —Bien, haré los cambios que me pide —respondió una Paulette sonriente a quien fuese que le hablaba—. Nos volvemos a comunicar apenas esté todo arreglado —agregó y saludó amistosamente a su interlocutor. Cuando Ian supo que ya podía moverse libremente por la pequeña habitación, saludó a su loba con sonrisa afectada e indicó que se metería a la ducha, que estaba demasiado transpirado luego del extenso entrenamiento al que estaban siendo sometidos. Paulette simplemente asintió con la cabeza y volvió a concentrarse en la pantalla, convirtiéndose, una vez más, en aquella criatura distante. No, no parecía enfadada, sino más bien dolida, un tanto decepcionada. El lince se baño sintiendo esa bola pesada en la boca del estómago, ese nudo que no sabía cómo liberar, esas ganas de llorar que cada vez se le hacían más difíciles de vencer. Salió ya limpio vistiendo solo unos pantalones deportivos y se encontró con Paulette terminando de prepararse para dormir. —¿Cenaste? —indagó secándose el pelo con la toalla que había utilizado en el resto de su cuerpo. —Sí —dijo la loba y señaló hacia un plato vacío que reposaba sobre el escritorio. —Bien —respondió sin saber qué más decir, sin encontrar la forma de romper aquel muro que se había formado entre su patética persona y la linda de Paulette. —¿Vas a dormir también? —preguntó ella abriendo la cama. —Sí —dijo y se ubicó al otro lado para meterse debajo de las colchas. Se tumbó observando al techo, aguantando las ganas de abrazarla, de rogarle por su cariño, por esas caricias que eran tan comunes entre ellos y ahora le sonaban a tesoros inalcanzables. —Buenas noches —susurró Paulette apagando la luz. —Que descanses —murmuró él sintiendo la garganta dolerle por aquella presión que parecía querer asfixiarlo. —¿Sabes que no estoy enojada? —indagó la loba en la oscuridad. —Lo sé, cariño, claro que lo sé —respondió y la sonrisa se le formó apenitas. Porque Ian sabía que no era enfado, que esa etapa ya la habían superado, pero lo que ahora llenaba a Paulette era algo mil veces peor, era el sentirse menospreciada por su propio compañero, era estar segura que él la miraba a menos y por eso la tachaba de niñata malcriada. Y eso dolía demasiado, estúpidamente demasiado.
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