Capítulo 20

2712 Words
La Beta había llegado a la casa de su hermano solo con un pedido, uno en extremo específico. Le había ordenado a Matt el colarse dentro de páginas ya existentes para dejar pequeñas pistas sobre una futura rebelión sin que se supiera a ciencia cierta si sería en contra de los humanos o si, por el contrario, contra quienes se rebelarían serían los cambiaformas. Sin ser demasiado detallista en tal objetivo, tal como si solo quienes fuesen partes de dicha rebelión sabrían a quiénes dirigir sus acciones, Matt debía dejar una cosa bien en claro: dicha rebelión se llevaría a cabo gracias a un as bajo la manga que pronto sería revelado a todo el público participante. Le indicó también que debía crear otras páginas en la deep web donde fomentaran aún más este nuevo movimiento y le indicó que debía parecer que varias organizaciones estaban al tanto de todo el asunto. Matt aceptó encantado tal trabajo, sabiéndose experto en mentir a niveles virtuales, un maestro en la creación de fake news y de perfiles inexistentes. Creó tres posibles organizaciones distintas que luego puliría y llevaría al mundo de Internet. Alma también le ordenó colarse en los sistemas de las empresas pertenecientes a Stallocca y Hammer; dejar allí sin que nadie lo notase, algunos documentos encriptados donde se dieran ciertas pistas sobre el conocimiento de los movimientos pedidos anteriormente. El ejecutor anotó todos con cuidado y preguntó algo evidente a sus expertos ojos. —Si solo está en la web fácilmente podrán decir que son historias falsas. —Por eso también lo haremos en la realidad, en las puertas de sus empresas y en las entradas a sus coquetos barrios. Lo verán en las calles del supermercado, en los puertos y en los restaurantes elegantes. El símbolo aparecerá en todos lados, tanto que alguien cuestionará y allí deberán dar con toda la información que tú plantarás. —Bien, entonces debe ser información que parezca que no quiere salir a la luz salvo que específicamente la busques. —Exacto —afirmó Alma. —Bien, se puede hacer —afirmó Matt y sirvió algo de vino en una copa que luego le alcanzó a su hermanita—. ¿Algo más? —Nada, con eso podremos comenzar —afirmó y bebió luego de chocar su copa contra la de su hermano, la de ese hombre que adoraba con el corazón por haberla cuidado de tanto mal. —------- Había llegado bastante agotado porque el viaje hasta la ciudad de los pumas le llevó más tiempo del que creía. Además, sacarse toda esa mierda que Alma le había puesto para pegarle esa barba falsa, terminó siendo un trabajo mucho más complicado de lo que sospechaba. Ingresó al cuarto de ambos, dejó sus cosas sobre la mesa y levantó la mirada hasta encontrarlo. Apenas lo vió, en cuanto sus ojos se toparon con aquellos tan oscuros, una extraña sensación se apoderó de su persona, era la exacta certeza de haber regresado a casa, eran esas ganas de encerrarse allí para siempre junto a esa otra persona que le sonreía tan bonito, que había esperado por él aunque jamás indicó su horario de regreso. Todo aquello bien macerado durante las horas de separación le hicieron dar de una vez y para siempre con aquellas palabras que siempre escapaban de su mente. —Hola, cariño —saludó Marcel y eso fue todo. Supo con claridad que lo hablado con sus amigas era cierto, que sus miedos lo paralizaban y no le daban la oportunidad de disfrutar de aquella relación a pleno. Supo que ya no podía seguir mirando para otro lado, que la tristeza de Marcel se hacía cada día más palpable y todo culpa suya, de su cobardía. Ya no, ya no más. —Te amo —le dijo sin filtros ni preparativos, le confesó aquello de una buena vez. Marcel escuchó esas dos palabras, mismas con las que había soñado cientos de noches, esas que ahora abandonaban los labios de Nate para impactar en sus oídos y encadenarlo a ese humano para toda la eternidad, porque sí, todo ese tiempo retuvo algo de sus sentimientos, fue cauteloso para no dañar ni a Nate ni a él mismo, pero ahora, con esas dos palabras flotando en el aire ya nada lo retenía, ya no había que fingir, no tenía sentido seguir haciéndolo. Sin despegar sus ojos de aquel hermoso humano, caminó a paso rápido hasta sujetarlo por la nuca con ambas manos y llevarlo en un camino directo hasta sus labios, mismos que no podían evitar la sonrisa que solita se le formaba. Con ganas metió su lengua dentro de la deliciosa boca de Nate y se tragó todos esos roncos gemidos que arrancaba de los más profundo de aquel humano. Con esfuerzo se despegó de los labios del hombre y, apoyando su frente en la del otro, inhaló despacito. —¿Me lo repites? —Te amo —afirmó Nate mirándolo de frente, notando que Marcel mantenía sus ojitos cerrados, asimilando así su confesión—. Lamento haber tardado tanto en decirlo. —Debemos marcarte —aseguró el lobo abriendo sus dilatados ojos, ajustando el agarre en aquel humano, entregándose en alma y cuerpo. —Cuando desees —respondió Nate y se ganó el mejor beso de su patética vida, porque Marcel lo besaba con todo su ser, con cada célula puesta en aquel acto, demostrando su completa entrega, su infinito amor. —----------------------- No es que lo había decidido enlazarse sin meditarlo antes, mucho menos que se sintió presionada por el lobo. Simplemente fue que la conversación con su hermano había decantado en otros temas y terminaron en ese, en aquel que a Alma la inquietaba y la calmaba al mismo tiempo casi de una manera extraña. —Deberías hacerlo —dijo Matt tomando un poco de vino. Alma observó a su hermano un tanto impactada y sonrió al verlo así, tan elegante como siempre, con ese porte de quien nació y se crió en una casa de la alta sociedad, algo que bien lejos estaba de su verdadera historia ya que los hermano nacieron en un barrio pobre, marginado de la cosmopolita ciudad perteneciente a los leones. Ambos surgieron de las entrañas de la parte más humilde de aquella región, lucharon con padres violentos que los golpeaban sólo porque no podían enfrentar la realidad, esa que les gritaba a la cara la falta de recursos, la escasez por todos lados; cuestión que los frustraba y terminaban pagando esos dos pequeños que alguna vez habían sido tres. Apenas Matt ideó un plan de escape, tomó a su hermanita de la mano y la guió por las oscuras calles en las que se vieron obligados a vagar por semanas, robando algo de comida, pidiendo limosna en las esquinas, durmiendo debajo de puentes y escaparates. Finalmente recordaron aquella escuela, esa de gente con demasiado dinero que llegaba de todas partes del mundo solo para depositar a sus niños allí y olvidarse de que existían por una buena temporada. Sabían que una imponente cocina se montaba en la esquina sur del edificio, así que hacía allí fueron, trepando con habilidad el muro, cayendo del otro lado en un cuidado jardín listos para correr hasta la ventana de la cocina, colarse dentro y robar todo lo que sus pequeñas manitos pudiesen llevar. Repitieron la misma operación varias noches hasta que Alma se topó con aquellos dos que no dudaron en ayudarlos. Matt, el más cauteloso de los hermanos, siguió con desconfianza a los humanos hasta aquella extraña habitación devenida en depósito, misma en donde encontró varias computadoras que a duras penas aún funcionaban. Así Matt dió con su pasión, con ese amor extraño que surgió desde el primer momento por las computadoras. Descubrió que tenía buenas habilidades y que Nate era un excelente profesor, no demasiado paciente, pero sí lo suficientemente claro. Jamás sospechó que él mismo fue quién llevó al humano a descubrir sus propios gustos en cuanto al sexo, que Nate nunca se había sentido realmente atraído por nadie hasta que lo conoció. Aunque el humano bien supo el poco interés que despertaba en ese muchacho y, rápidamente, se deshizo de los posibles sentimientos que pudiese tener, enfocándose solo en enseñarle al idiota todo lo que deseaba con respecto a la computación. De a poco Nate le pudo llevar hasta su escondite unos cuantos libros, una mejor computadora y una conexión a Internet decente. Así Matt pulió sus habilidades y terminó hundido hasta el cuello en el mundo virtual, conociendo todas sus mañas, modificando las cuestiones necesarias para salir beneficiado él junto con su hermanita. También era real que cuando el león decidía salir terminaba metido en algún que otro conflicto, viéndose obligado a aprender técnicas de defensa que rápidamente se convirtieron en ataque. Bueno, era lógico que si necesitaba robar alguna cuestión para mejorar su software o llevarle a Alma esas zapatillas que tanto deseaba, alguien se opondría a aquello. Jamás imaginó que su hermanita, luego de verlo regresar varias veces un tanto lastimado, comenzaría a salir a buscarlo en cuanto sospechaba un mínimo de problemas, imponiéndose ante cualquier idiota, comenzando a desprender ese aura autoritario que nadie se atrevía a desafiar. Sólo una vez una muchacha casi de la edad de su hermana se le plantó haciéndole frente, pero Alma sabiamente había desistido de provocarla al notar cierto semblante determinado en el rostro de aquella chiquilla, misma que luego conocerían como Mía, su actual Alfa. —¿Estás seguro? —indagó pensativa—. Porque si es un error no se puede revertir —Le había contestado ante la afirmación de Matt. —Alma, nos merecemos esto, merecemos que alguien esté por siempre a nuestro lado, no estar solos. Cada maldita noche te llamo porque estoy aterrado que te sientas sola, que luego de tantos años de mi valiosa compañía ahora no sepas qué hacer con tanto espacio en nuestro departamento —explicó con seriedad, aunque esa sonrisa de lado justo al terminar la frase, justo antes de beber un poco de su copa, le indicó a Alma el nivel de imbecilidad de su hermano. —Te amo, pero juro que soy muy feliz sin tus manías de limpieza —respondió sonriente. —Hay que vivir en un ambiente limpio, hermanita —aseguró y le guiñó el ojo. —Entonces… —Entonces, hazlo, es lo mejor que me ha pasado, es una conexión que no puedo explicar, imposible de poner en palabras. Es saber que nunca más estarás solo. —Pero te tengo a tí, tú no me puedes abandonar —ordenó un tanto enfadada, frunciendo apenitas el ceño. Matt rió fuerte y se puso de pie para envolver a su hermanita en un tierno abrazo. —Jamás podría. Eres mi vida —aseguró y la besó en lo alto de la cabeza. —¿Duele? —Vas a tener el mejor puto orgasmo de tu vida —aseguró. —Me gusta tener sexo —dijo sin apartarse de su hermano. —Lo sé, compartíamos departamento por si no recuerdas —respondió fingiendo irritación. —Tú tampoco te quedabas atrás —dijo elevando su carita para ver a su hermano. —No —aseguró y la besó en la frente—. Ahora ve, no seas cobarde —Le había ordenado mientras la soltaba solo para empujarla a la puerta, para obligarla a ponerse en marcha hacia la casa de aquel enorme lobo y cumplir ese deseo que sentía desde que había hablado con Hernán aquella noche en el hospital. Porque Alma sabía lo que sentía, estaba bastante segura de qué significaba todo eso que se removía en su interior, pero el saber que tendría un lazo tan importante con alguien la volvía cautelosa en extremo. No quería ser impulsiva, no quería hacer las cosas mal, por eso se tomó el tiempo necesario para analizar sus opciones, estar segura de no cometer una estupidez y mucho menos terminar lastimando al lobo hermoso. Con enorme sonrisa en el rostro montó en su vehículo, giró su cabeza para sonreírle a Matt que se encontraba de pie en la puerta de su hogar, y se puso el casco para partir directo hasta los brazos de Hernán. Llegó en nada, se bajó casi sin detener su vehículo y se abalanzó hacia ese pecho que ya estaba listo para recibirla. —Quiero que nos enlacemos —Le había dicho al lobo apenas despegó sus labios de los de él. Hernán gruñó excitado mientras sus pupilas se dilataban, mientras se aferraba con más ganas a esas caderas y su respiración se volvía pesada. —Van a esperarnos desnudas, de rodillas al lado de la cama —Había ordenado el lobo ni bien tomó el mando de aquel enorme cuerpo. Alma asintió con seriedad y comenzó a subir las escaleras directo hasta la habitación que había adorado en cuanto la descubrió, esa que estaba detrás de la primera puerta del pasillo que contaba con una cama, varias sogas, unos látigos de diferentes grosores y texturas; además de un gancho en donde podía ser colgada en algunas ocasiones. Alma había descubierto que amaba que Hernán la atara, que le impidiera moverse y la sometiera en esas condiciones. Volaba muy alto cada vez que lo hacía, se alejaba por un ratito del mundo y se entregaba por completo a su compañero. Con rapidez se desvistió, dobló su ropa dejándola sobre un sillón dispuesto para eso y se arrodilló tal como a Hernán le gustaba. Inhaló profundo en cuanto lo escuchó ingresar mientras sentía su sangre viajar a toda velocidad por sus venas. —¿Recuerdas las palabras? —indagó el lobo colocando su dedo índice debajo del mentón de la leona para obligarla a elevar el rostro y mirarlo a la cara, no a los ojos, eso estaba prohibido mientras jugaban. Alma sintió sus pupilas abrirse aún más para poder observarlo a él metido dentro de un glorioso traje completamente n***o, mismo que lo hacía ver más grande, más imponente. —Verde, amarillo y rojo —susurró excitada diciendo las palabras de seguridad bien establecidas antes de comenzar con tanta cuestión. —Perfecto. Ahora quiero que te quedes muy quieta —ordenó con seriedad, logrando que Alma apenas si pudiese asentir con la cabeza. Y la llevó lejos, muy lejos, más lejos que nunca. Jugó con todo lo que sabía que a ella la volvía loca, la ató de esa manera particular, con las manos en la espalda, los tobillos bien pegados y la soga envolviendo todo su delicioso cuerpo. Jugó con ella, la excitó hasta hacerla rogar y luego la dejó acabar con la ayuda de su boca. La recostó con cuidado en la cama, dejándola con la boca pegada al colchón y la tomó por detrás, embistiéndola sin darle oportunidad de nada, sometida por completo a él. La llevó al borde de otro orgasmo y apenas se sintió listo para liberarse acercó sus labios al hombro de Alma, susurró un tierno «ahora» e incrustó sus dientes llevando a la Beta a un mundo en donde solo existía el placer, Hernán y esas cuerdas que muy bien la sujetaban. —Amor —escuchó llamar a Hernán—. Con cuidado —dijo y sintió que sus manos eran liberadas, que el escozor que le dejó la soga le causaba un hormigueo delicioso y luego percibió el olor de aquellos aceites que Hernán le untaba con cuidado. Apenas si pudo abrir uno de sus ojitos y sonreír completamente exhausta. —¿Te mordí? —indagó frunciendo apenitas el entrecejo al ver esa marca en el tricep de su lobo. —Sí, cariño, ya estamos unidos para siempre —afirmó feliz y la besó apenitas en la mejilla—. ¿Quieres un caramelo? —indagó. Alma apenas asintió y luego sintió ese sabor dulce explotar dentro de su boca. Gimió de placer, no solo por el caramelo, no solo por el suave masaje, sino porque Hernán y su olor mezclado con el suyo propio le encantaba. —Amo nuestro olor —susurró. Hernán rió bajito y le besó de nuevo la cabecita. —También lo amo, tanto como te amo a tí —aseguró logrando que su bella leoncita sonriera todavía un poquito más.

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