Capítulo 1

2051 Words
Abrió sus ojos, sintiendo su cabeza explotar de dolor, sus párpados pesados y esas ganas increíbles de vomitar hasta lo último que podía estar alojado dentro de su estómago. Intentó moverse, volver a sentirse al mando de sus extremidades, salir debajo de esas suaves sábanas. No pudo. Algo aprisionaba su cuerpo contra el cómodo colchón. Frunció el entrecejo y, con esfuerzo, enfocó aquello que reposaba sobre sus piernas. Bueno, definitivamente algo no iba bien. Primero, ella debía estar bien muerta y enterrada bajo varios metros de tierra. Segundo, esa cabellera cobriza tendría que estar en igual condición que ella. No pudo, no logró articular palabra para llamarlo, para susurrar su nombre. No pudo porque, si todo resultaba ser un sueño, ella no encontraría la fuerza para reponerse de tan retorcido golpe. Prefería mantenerse unos instantes allí, en ese cómodo y feliz sueño, que comprobar el alto estado de alucinación en el que se encontraba. Prefirió no hacer nada por temor a que él desapareciera, a que volviera a marcharse lejos, arrancándole el alma y la vida, llevándose hasta lo último de su ser junto con esa sonrisa tan linda que poseía. De a poco esa cabellera se removió con pereza, hasta que esos ojos oscuros, casi negros como la noche, la volvieron a contemplar con ese amor infinito. De nuevo volvió a sentir su corazón latir, de nuevo pudo conectar con su entorno, otra vez sintió el refrescante aire descender por su garganta y llenar sus pulmones. De nuevo volvió a la vida. —Bruno —susurró con la voz quebrada. —Amor —respondió él en igual tono, poniéndose de pie para acercarse hasta su bella leoncita, esa que llevaba demasiadas horas inconsciente, completamente dormida sobre aquella pulcra cama de ese improvisado hospital. —Bruno —repitió dejando que las lágrimas descendieran por sus mejillas mientras volvía a sentir aquellas ásperas manos posarse sobre su piel, sostenerla con una delicadeza incalculable, acunarla con suavidad para luego acercar esos labios bien finitos hasta los suyos, hundiendo esa lengua exquisita dentro de su cavidad, degustando por completo nuevamente aquel sabor que tanto amaba. —Te extrañé tanto —susurró Bruno contra los labios de su compañera. —¿Pero qué… qué sucedió? —preguntó realmente confundida. Se suponía que ella había muerto, que él había muerto, que ambos ya no habitaban en este mundo, pero ahí estaban, besándose como hacía días no lo hacían. No se estaba quejando, solo exteriorizaba su confusión. —Ya te explicaremos todo, por ahora lo más importante es saber que estés bien —dijo sin dejar de besarla entre sus palabras. —Pero tú… Yo te vi… Hernán te vio —susurró dejándose besar. —Digamos que morí, pero pude recuperarme a tiempo —bromeó besando ahora las mejillas de su preciosa, preciosa, leoncita. —Pero en el hospital… —Sí, lo sé. Es verdad, en el hospital morí, o eso creyeron —afirmó confundiendo aún más a la leona. —¿Qué? No entiendo nada. —¡Y no lo entenderás hasta que te contemos a detalle cada maldita cosa! —exclamó Nate ingresando a la amplia habitación bien iluminada, siendo acompañado por Ian. Cló frunció el entrecejo y recorrió con su mirada a ese trío que la contemplaba con unas extrañas sonrisas. —Bien. Cojo con mi lobito y los alcanzo en un rato —dijo seriamente. —Les damos media hora. Cuando terminen Bruno te llevará a la oficina — explicó el humano y salió de allí a paso lento. —Me alegra verte con vida —aseguró Ian guiñando su ojo antes de dejarla completamente sorprendida. ¿¡Él trabajaba con Nate!? No, no entendía absolutamente nada. —Creo que tenemos cosas más importantes que hacer que estar intentando adivinar lo que sucede —susurró Bruno pegándose a ella. —No creas que no me enojaré contigo cuando sepa la verdad, pero ahora solo quiero que estés adentro mío —ordenó antes de atraerlo para besarlo con ganas, con todo ese dolor, ese anhelo que la había desgarrado por días, cuando ella pensaba que jamás lo volvería a tener así, entre sus brazos, solo para ella. Y Bruno no pudo más que consentir a su leoncita, que realizar cada uno de los movimientos que, sabía, la llevaban al delirio. Se hundió en ella con ganas luego de haberla probado con su boca hasta hacerla explotar, se hundió y la llevó a un segundo orgasmo, seguido por un tercero para finalizar con suaves empujes que los llevaron al cuarto y último, agotándolos en extremo, uniéndolos de nuevo, reconciliando esas almas que habían sufrido demasiado la separación. —Lamento tanto haberte engañado así —susurró Bruno aún sobre el cuerpo de su leoncita. —Sentí… Yo pensé… Yo solo quería morir —explicó acurrucándose contra él, necesitando tenerlo pegado a su piel, absorbiendo su calor con desesperación. —No, mi amor, tu no puedes desear eso solo porque yo no estoy —suplicó dolido, sintiendo en su propia piel el dolor causado a esa mujer que tanto amaba. —No es vida sin tu presencia —explicó mirándolo a los ojos, besándolo suavecito para reafirmar sus palabras. —Te dije, te juré que o los dos vivíamos o los dos moríamos, así que ya que hicimos ambas, creo que solo nos queda estar juntos para la eternidad —aseguró con una suave sonrisa de lado. —No vuelvas a morir antes que yo —pidió ella al borde del llanto y lo volvió a besar con desesperación, sintió la urgente necesidad de no dejarlo apartarse, de tenerlo bajo su mirada todo el tiempo, como si así pudiese asegurarse que su precioso hombre no la volvería a dejar atrás nunca más. —Lamento todo tu dolor —susurró aún pegado a esos labios exquisitos. —Vas a tener que hacer mucho para compensarme —bromeó con la voz afectada, intentando no llorar allí mismo, derrumbarse por todas esas emociones que la confundían. —Te amo, preciosa —respondió él acariciándola con cariño, notando como su dulce mujer cerraba sus ojitos y dejaba salir la primera de muchas lágrimas, esas que mezclaban tristeza y felicidad, alivio y dolor, que extirpaban todo lo malo de su interior, que la limpiaban por completo y le devolvían la fuerza que siempre la había caracterizado—. Te amo demasiado —aseguró y le besó con cariño la frente, se aseguró que su leoncita estuviese bien, un tanto confundida, pero bien al fin. —------------ Salieron luego de más de dos horas, importándoles una mierda el plazo establecido por Nate. Entraron en aquella elegante oficina de la mano, porque, no lo sabían en ese momento, pero desde aquel evento Cló necesitaría sentir a Bruno directo contra su piel en todo momento y lugar, y si aquello no era posible lo mantendría bajo su segura mirada. No se arriesgaría a perderlo por segunda vez, por eso se aseguraría de no perderlo de vista, de controlar que nada, absolutamente nada, lo dañara. Y Bruno no se quejaría demasiado, simplemente la dejaría hacer porque el peso de la culpa, el saber que la había hecho sufrir a aquellos niveles, lo aplastaba, entonces soportaría las aún más extrañas actitudes de su mujer, la complacería sin importarle qué, sin detenerse en las miradas ajenas y sus posibles comentarios. —Suerte que hacen caso a mis órdenes —dijo Nate tomando asiento en un enorme sillón n***o de cuero, con Ian a su lado y un vaso de whisky en la mano. —¿Por qué tienes un lugar tan lujoso? —indagó Cló observando el amplio espacio de negros pisos relucientes, con gigantescos ventanales que daban a pasillos interiores de aquel extraño lugar y techos en extremo elevados, como si un maldito gigante fuese a entrar en aquella habitación. —Cuestiones de la vida —respondió desestimando el asunto—. Aquí lo importante es que te comiences a poner al día con tu tarea. No tenemos demasiado tiempo e Ian está molesto porque Paulette sufre demasiado la muerte de éste —dijo señalando con su dedo índice hacia Bruno. —Mejor no me recuerdes eso —susurró Bruno con cierta molestia, no queriendo ser consciente del dolor que causaba en todos sus hermanos. —Bien, solo… ¿Por qué están los tres juntos? —indagó la castaña sentándose en otro sillón de igual dimensiones en las que estaba Nate y su amigo, arrastrando a Bruno al mismo para ubicarlo a él primero y ella sentarse elegantemente sobre su regazo. —Hay más espacio en el sillón —señaló divertido Ian. —Sí, sí, sí —respondió desestimando la propuesta de su amigo, porque ni es sus más locos sueños bajaría de las piernas de Bruno para dejar atrás el contacto de esos dedos contra la piel de su abdomen —. Ahora lo importante, ¿por qué de repente son amiguitos ustedes tres? —indagó con seriedad. —Verás, hay un detalle, minúsculo detalle que no sabes —indicó Nate sonriendo de esa manera tan extraña. —¿Qué otra personalidad ocultas? Porque, déjame decirte que con tus tres facetas ya tengo suficiente —dijo refiriéndose al Nate policía, el Nate criminal, y el Nate a quien gustosa le arrancaría una pierna. —Bueno, resulta que mis múltiples y encantadoras personalidades —dijo sonriendo— se deben a que debo cumplir con ciertos mandatos que el mismísimo Consejo imparte. Digamos que soy parte de ellos —aseguró acomodándose mejor en el sillón. Cló entrecerró los ojos, analizó al sujeto delante de él, a esa persona extraña, en nada seria, demasiado irritante y un tanto estúpida. Luego giró levemente su cuerpo para encarar a Bruno que sonreía debajo de ella. —Creo que ya puedo matarlo, terminó por perder la cordura —aseguró seriamente a su hombre. —No creo que sea buena idea, linda, en serio es parte del Consejo —aseguró con calma Bruno. —Y ya te pegó su locura a tí —susurró impactada—. No te ví cuando esos inmundos me llamaron —indicó Cló volviendo a mirar a Nate. —No, porque yo estaba en la ciudad, si mal no recuerdas. Además solo viste a tres de los siete, o sea que no estábamos todos. —¿Cómo puedo saber que es cierto lo que me dices? —preguntó con desconfianza. —¿Cómo crees que sé todo lo que sé?¿De dónde crees que obtuve el poder para hacer todo lo que hice?¿Acaso no es extraño que siempre, siempre, hubiese estado un paso delante de todos? —preguntó Nate con una extraña sombra en sus facciones. —¿Ian? —preguntó Cló despegando lentamente sus ojos de Nate para dirigirlos hasta el nombrado. —Sí, linda, él es parte del Consejo, yo estoy bajo sus órdenes en este momento —indicó el lince y la sinceridad de sus palabras se vió en lo brillante de sus ojos. —Carajo. El Consejo contrata a cualquiera —susurró dejándose caer sobre el pecho de Bruno—. No es por tí —dijo rápidamente a su amigo que sonrió a modo de respuesta. —Bueno, cosas de la vida —desestimó Nate mientras se paraba en busca de más whisky. El morocho sirvió un vaso para él y luego le acercó otro a Clo, suponía, y no se equivocaba, la leona necesitaría de un buen trago para pasar toda la información que aún faltaba por revelar. —No solo él trabaja para el Consejo, sino que ese tipo que nos abrió las puertas del ascensor también lo hace —explicó Bruno y Cló se giró rápidamente para contemplar a su lobito. Bueno, agradecía tener esa bebida en su mano porque un trago era lo que necesitaba para ver si su mente se despertaba y por fin comenzaba a comprender todas aquellas palabras. —¿El sujeto raro de traje? —indagó bebiendo apenitas. —Martin —respondió Nate—. Trabajaba con Lewis. —¿Por qué? —indagó la castaña. —El Consejo está detrás de los avances de Lewis… Ellos… —Ellos se quedaron con la fórmula de la mutación —susurró Cló y observó a los otros tres. Mierda, la situación era realmente jodida.
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