Capítulo 17

2341 Words
Despertó un tanto mareado, bastante confundido, pero sobre todo en extremo rodeado de gente. Bueno, de algo estaba seguro, su rutina con exceso de trabajo y nada de descanso por fin le había pasado factura. —¿Cómo te sientes? —le preguntó Hernán apenas notó que ya estaba despierto. Nate lo observó en silencio unos segundos y luego desvió su mirada hasta Cló y Bruno que se mantenían de pie al lado de la cama. Bueno, ¿y ellos estaban allí para más o menos qué? No tenía idea y tampoco les iba a preguntar. —Como la mierda —bromeó apenitas Nate y sonrió con esa soberbia que lo caracterizaba, misma sonrisa que mutó a una llena de arrepentimiento y pedidos de perdones silenciosos en cuanto sus ojos se encontraron con los de Marcel, con los de ese lobo que lo vigilaba desde una de las esquinas del cuarto mientras mantenía sus facciones endurecidas y sus enfadados ojos posados en él. —Bien, creo que demás está decirte que te desmayaste debido al estrés. Te hicimos un análisis de sangre que demuestra tus niveles de anemia y además se te percibe en extremo cansado, por eso, por los próximos días, deberás permanecer en la cama hasta que recuperes peso y el color en el rostro. Pareces un maldito papel de impresora —bromeó Hernán mientras guardaba sus cosas en aquel maletín n***o. —Sabes que no puedo… —rebatió comenzando a sentarse en la cama, pero un gruñido bien lo supo ubicar, uno que surgió de la misma esquina que había observado momentos atrás. —No creo que te deje —susurró Hernán agachándose apenitas, como si su hermano no pudiese escuchar aquella frase que tan alegremente le dedicaba. —Calma, estoy bien —respondió Nate—. Estoy bien —afirmó clavando sus ojos en Marcel. —Bueno, me alegra que no hayas muerto —exclamó Cló—, no quería perderme la oportunidad de ver cómo dejas este mundo —agregó y sonrió bien amplio, bien burlesca. —Siempre ha sido un placer trabajar contigo —aseguró Nate con igual ironía—. Ahora váyanse antes que los eche a patadas. —Ya quisiera verte intentar hacerlo —bromeó Bruno tomando de la mano a su preciosa gatita para obligarla a salir de allí ya que notaba, con extrema claridad, que su hermanito necesitaba un momento a solas con aquel extraño humano. —Nos vemos, cuñadito —dijo Cló pasando por al lado de Marcel—. Puedes golpearlo un poco para hacerlo entender —agregó y sonrió con cariño. —Adiós —Fue la corta respuesta del menor de los Oliviera quien despegó solo por una fracción de segundo su mirada de Nate, solo para saludar a aquellos que habían venido a visitar a su precioso humano. —Te encargas que coma algo antes de dormir —ordenó con suavidad Hernán a su hermanito, apoyando con cariño su enorme mano en el hombro de Marcel. —Ya pedí que me trajeran una bandeja con comida, creo que Ian iba a hacerlo —aseguró serio como jamás había estado. —Bueno, los dejo descansar. En cuatro horas debe volver a tomar las vitaminas, esas que te expliqué —recordó Hernán antes de salir de la habitación, cerrando apenas abandonó el espacio, aislando a aquel par de todo el mundo. —¿Puedes no mirarme como si me quisieras asesinar? —preguntó con cierto tonito risueño Nate. —En un instante Ian trae la comida, debes terminar todo lo que haya en la bandeja y beber suficiente agua —explicó con extrema seriedad Marcel. —Entendido, papá —respondió sarcástico el humano. —No es chiste —gruñó apretando los dientes, aguantando el mal humor que amenazaba con aflorar solo para escupir unas cuantas verdades que estaba conteniendo. —Bien, bien, entiendo —aceptó al percibir que su precioso lobito no aceptaría ni una sola broma—. Ahora ven, te ves cansado —invitó haciendo espacio en la cama. —La cama es para tí, debes dormir cómodo para descansar mejor —explicó acercando las dos sillas al costado de la cama. —¿No pensarás dormir allí? —indagó casi en shock al verlo intentar acomodarse entre las dos cuestiones diminutas. —Tú descansa. Cuando llegue la comida te despierto —ordenó terminado de apoyar su espalda en el incómodo respaldo de la silla mientras que sus pies descansaban en el asiento de la otra. —Es una locura. Hay espacio de sobra para los dos en la cama —rebatió un tanto enfadado Nate. ¡Es que solo a Marcel se le podía ocurrir aquella idea! ¡Nadie en su sano juicio podría conciliar el sueño en tan extraña posición! —No voy a ir a la cama, debes dormir bien —respondió el lobo cerrando los ojos y cruzando sus fuertes brazos sobre el pecho. —Que pena, ya me acostumbré a dormir contigo —dijo Nate girando sobre uno de sus costados para verlo de frente, notando que Marcel apenas entreabría uno de sus oscuros ojos para observarlo con cierta curiosidad—, así que si no vienes no podré dormir y permaneceré el resto de la noche en vela —agregó y se supo triunfante en cuanto Marcel desenredó sus brazos, bufó con cierto cansancio y se incorporó de aquellas sillas devenidas en cama—. Así me gusta —dijo haciendo más espacio en el colchón. —Esto no hace que esté menos enojado contigo —murmuró el lobo acostándose al lado de Nate. —Yo sé que sí —rebatió divertido y se pegó al cuerpo tan calentito de su bonito lobo. —Nate, cariño, debes cuidarte —rogó mientras lo envolvía entre sus brazos, sintiendo que nuevamente podía respirar, que una vez más percibía su corazón latir. Es que aquellas horas en las que Nate estuvo inconsciente él se sintió morir, supo que el hueco que comenzaba a abrirse en el centro de su pecho no lo dejaría vivir, que si no volvía a contemplar los oscuros ojos de su dulce humano ya no tendría una sola razón por la que seguir con vida; y estuvo seguro, completa y determinantemente seguro, que Nate era parte de su alma, parte de él, que nadie, jamás podría ocupar su lugar si el humano no volvía a abrir sus ojitos para contemplarlo con ese brillo tan único. —Lo sé, lo siento. Prometo comer mejor y descansar más tiempo —aseguró en un susurro mientras se apretaba más contra su lobito, contra ese hombre que comenzaba a ser una pieza esencial en su pequeño mundo. —No sabes cuánto me alegra oír eso —respondió con los labios aplastados contra el cabello de Nate. —Sh, ahora déjame dormir —ordenó sintiéndose repentinamente tímido, en extremo intimidado por tan bonitas palabras dirigidas a su persona, solo a él, a nadie más que él. —---------------- Luca no le había explicado demasiado, solo le pidió que le entregara a Oliver y lo acompañara hasta un lugar dentro de aquel extraño edificio al que habían arribado hacía apenas una hora. Extrañada por tantas órdenes sin sentido, siguió a su compañero mientras veía a su pequeño dormir bien apoyado en el hombro de su padre. Arribaron a una extensa sala que contaba con una larga mesa en el centro junto a una docena de sillas bien acomodadas alrededor de ésta. Aly giró apenitas para clavar su confundida mirada en Luca, pero una sombra detrás de su compañero la distrajo, un movimiento bastante sutil que la puso en completa alerta, que disparó tanto miedo como recuerdos mal guardados. Lentamente, casi como si no quisiera, dio un paso al costado y la vió, pudo observar a su hermanita parada unos pasos detrás de su lobo, contemplándola con ojitos cargados de culpa mientras retorcía sus manitos con nerviosismo. Aly estuvo segura que jamás, en toda su vida, su corazón se había acelerado al punto tal que parecía querer salir expulsado de su cuerpo, que la respiración pocas veces se le había atorado en el medio de la garganta y que el sudor frío de sus manos se debía a la anticipación. Y sintió el peso de la culpa abandonarla de una vez y para siempre, notó que ya el pecho no lo sentía oprimido ni tampoco percibía esa presión en las sienes que no le permitían pensar con claridad. Supo que las noches de insomnio junto a los ataques de llanto comenzarían a desaparecer de una buena vez y, esperaba, para siempre. —¿Cló? —indagó con la voz estrangulada por tanta emoción. Porque allí estaba ella, su hermanita, su preciosa hermanita se encontraba sana y salva, respirando el mismo aire que ella, observándola directo a los ojos como tantas veces había ocurrido. Allí estaba Cló, devolviéndole la vida, la paz; regalándole una vez más la felicidad que parecía haberla abandonado en cuanto supo que su tierna hermana caminaba directo a esa aguja que la dormiría para siempre, todo por su culpa, a causa de su estúpido afán por investigar más allá de lo que debía, por haber metido las narices en donde nadie le pidió. Porque Aly estaba segura que su hermana pagaba los pecados que ella había cometido y esa injusticia le cerraba la garganta, no la dejaba vivir, apreciar los colores de la vida, disfrutar la risa de su niño, los besos de su compañero, nada. Todo en su vida había perdido sentido en cuanto supo que la de su hermosa hermanita se acababa por causa suya. —Aly, lo siento tanto —dijo Cló comenzando a llorar debido a tanta culpa y felicidad mezcladas de una manera extraña. Es que Cló no podía más que temblar ante la imagen de su hermana, de esa mujer que siempre había sido su roca, su norte. Ella no sabía qué podía llegar a ocurrir en la cabeza de Aly, si eran los pensamientos de traición los que la llenaban hasta arriba o, por el contrario, se sentía aliviada al verla. No podía asegurar nada y supo que nunca jamás había sentido tanto miedo como en ese momento. —Ay, Dios mío, ¡Cló! —exclamó feliz luego de varios segundos en silencio, justo antes de abalanzarse directo a los brazos de su hermanita quien se dejó envolver por aquella mujer que tanto amaba, que había extrañado con demasiadas ganas y que ahora volvía a apretujar contra su cuerpo—. ¡Bruno también! —exclamó feliz al notar al cobrizo y lo obligó a abrazarla sin soltar a su hermana, porque de algo estaba segura, a partir de ese momento ella se encargaría de proteger a Cló. Ya no más estupideces de su parte, ya no más ser débil, ahora sería la hermana mayor que siempre debió ser y la cuidaría de todo mal. —Hola, Aly —saludó Bruno envolviendo a ambas leonas en un apretado abrazo. —¿Cómo es posible? —indagó despegándose de ambos, girando su sonriente carita solo para contemplar a su compañero que le devolvía el gesto con un aura un tanto cómplice—. ¿Hace cuánto lo sabes? —indagó con buen humor. Es que ¡claro que iba a estar de excelente humor! ¡Su hermana y su cuñado estaban vivos! ¡Vivos, maldita sea! —Solo unas horas —respondió Luca y rió con ganas al notar ese gesto de falso enojo que le regaló su dulce Aly, mismo que le demostraba la felicidad que emanaba de ella. Por desgracia su fuerte carcajada logró despertar a Oliver, a ese pequeño que se removió en los brazos de su padre y levantó su cabecita abriendo sus ojitos, contemplando todo un tanto desorientado. Cló contuvo el aliento sin poder despegar su mirada de su sobrino, de ese ser perfecto que apenas sollozaba un tanto molesto, bastante adormilado en realidad. De ese pequeñuelo que no había visto nacer pero que ahora disfrutaría hasta agotarse y más. —¿Puedo? —indagó Cló sin mirar a nadie más que el precioso Oliver, completamente incapaz de observar nada que no fuese ese niño tan tierno que apenas si parecía algo despierto, aunque bastante aferrado a su padre, a ese hombre que sonreía orgulloso. —Claro, ven —aceptó Aly—. Debes conocer a tu sobrino —agregó tirando de la mano de su hermanita que no se decidía a moverse de su lugar, jalando de ella hasta lograr plantarla frente al pequeño—. Oliver, cariño —llamó suavemente tocando apenas la mejillita regordeta de su bebé—. Ella es tu tía Cló —explicó al niño que de palabras poco comprendía. El pequeño analizó a su madre, luego observó con cautela a la otra mujer y arrastró sus ojos hasta su padre, como preguntando si confiaba o no en aquella leona que lloraba en silencio, que a duras penas podía contener el sollozo y muchos menos disimular el temblor de sus manos. Luca asintió con la cabeza y le besó la mejilla, raspándola con su creciente barba, logrando que su hijito se removiese molesto por aquella cuestión que tanto le pinchaba. —Hola, pequeño —saludó Cló en cuanto logró encontrar su voz, aunque ésta salió temblorosa, bastante afectada. —Saluda, campeón —ordenó bien suavecito Luca. El pequeño analizó a su tía, olfateó sin disimulo el aire y, finalmente, extendió los bracitos en dirección a Cló, misma que lo sujetó con ganas y lo llevó directo hasta su pecho, feliz de tenerlo por fin así, de poder oler su perfumito a cachorro directo de su piel. Aly dejó a su hermana disfrutar del momento y se enfocó en su cuñado. —¿Me van a explicar qué sucede? —indagó volviendo a sentirse ella misma, notando que esa energía pura y brillante comenzaba a desparramarse por todo su interior, curándola con suavidad, haciendo que todo su mundo volviese a girar como hacía tanto tiempo no lo hacía.
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