Me sentía extraña sin el señor Brown merodeando entre los pasillos. Me había acostumbrado a sus conversaciones y su risa contagiosa, pero entendía a la perfección cómo se sentía y que la decisión que había tomado de retirarse y dedicarse a su esposa y su salud, era justamente necesaria. Habían pasado diez días desde el infarto del señor Brown. Me había mantenido muy al margen con el señor Singh, evitándolo a como de lugar, a menos que fuese algo estrictamente necesario, y odiaba que me buscara más seguido de lo que yo hubiese deseado. Cada vez que lo veía, sentía que mi corazón se saldría por la boca, o que su latir tan desenfrenado me delataría en cualquier minuto. Sobre todo, cuando por horas de la tarde, se hacía el desentendido y venía a mi sector para robarse una manzana e intentar c