Prólogo
Destinada a ti es una novela exclusiva en la plataforma Dreame y Sueñovela.
Escrita por Andrea Paz PS y registrada en SafeCreative bajo el código: 2201130238600.
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—¡Te he dicho mil veces que todo el dinero que consigas, me lo entregas a mi!, ¡hija de puta! —Cubro nuevamente mis oídos, y me abrazo a mis piernas, escondida en el armario de mi habitación.
—¡Perdóname Jack! —El sonido de un golpe y los sollozos de mi madre, me hacen estremecer—. ¡Te prometo que para la próxima te lo entregaré! —Otro golpe y un gemido de dolor, me hacen morder el interior de mis mejillas, conteniendo las ganas de gritar—. ¡Tenía que alimentar a la niña, Jack! —Grita mi madre entre llanto.
—¡No me interesa, Agnes!, ¡Yo soy el que administra el dinero aquí! —Le grita mi padre y se escucha que alguien cae y platos rompiéndose en el suelo—. ¡Pero ya me voy a desquitar contigo, perra! —El sonido de la tela al rasgarse, me hace volver a cubrir mis oídos, esta vez con más fuerza, cerrando los ojos y dejando que todas las lágrimas salgan de una vez.
Niego con la cabeza, sin soportar más la situación, por lo que me paso las manos por el rostro y abro una de las puertas del armario, intentando no emitir ningún ruido. Salgo en puntas de pie y miro hacia la ventana, donde se ve que llueve torrencialmente.
Tomo mi mochila, meto un par de camisetas, algo de ropa interior y mi cuaderno sagrado, con mis pensamientos y apuntes. Los pocos ahorros que tenía escondidos debajo de una tabla suelta debajo de la cama y doy un pesado suspiro.
Amo a mis padres, pero no soporto verlos discutir y maltratarse cada vez que están pasados de copas, sobre todo a mi padre que se pone sumamente violento. Creo que me irá mejor estando sola o de cualquier otra forma, pero quedándome aquí, no voy a llegar a ningún sitio.
Me acerco a la ventana y miro con nostalgia mi habitación. Suelto un largo y sonoro suspiro y abro la ventana con todo el cuidado del mundo, para no llamar la atención. Se escucha a mi madre gemir y llorar en la sala, mi padre no deja de insultarla y probablemente golpearla. Niego y trepo por la ventana, asegurándome de no resbalar por la cantidad de agua que cae.
Uso una de las escaleras de emergencia del viejo edificio, para bajar en absoluto silencio hasta llegar por completo al primer nivel, al oscuro callejón. Poco antes de llegar al primer piso, doy una mirada por si no hubiera algo con lo que deba tener cuidado, pero solo hay un par de perros hurgando en la basura.
Me lanzo hasta el primer piso, ya que las escaleras solo llegan hasta aquí, porque se han robado la escalera retráctil que conecta con el primero.
Estoy completamente empapada, ya que llueve torrencialmente. Camino a paso rápido hasta conectar con la calle, justo cuando dos hombres se acercan a la entrada del callejón, me dan una mirada lasciva y sonríen con malicia, por lo que apresuro mis pasos y cuando me aproximo a ellos, los empujo hacia un lado y me pongo a correr a todo lo que el cuerpo me da. Corro y corro, sin detenerme y agradezco al cielo que me han tocado las calles más desocupadas sin tanto tráfico, seguramente, por causa de la lluvia.
Sigo corriendo, sin dirección predeterminada, sólo sé que no quiero mirar hacia atrás y quiero dejar todo ese pasado a un lado. Doy vuelta en la esquina, sin mirar nada ni a nadie hasta que choco de frente con alguien, cayendo al suelo.
Mi cuerpo tiembla ante la adrenalina y el frío, ya que estoy empapada.
—¿Estás bien, pequeña? —Un joven, de unos veinte años me tiende la mano, para ayudarme a levantar. Asiento, y tomo su mano, con desconfianza, poniéndome de pie lo más rápido que me da el cuerpo, aunque mi respiración sigue agitada, por correr tanto.
—G-gracias —murmuro, y no creí que mi voz saldría tan apagada.
—Estás toda mojada —Alza la vista y mira hacia todos lados, como buscando a alguien—. ¿Estás perdida? —pregunta preocupado y niego, poniéndome nerviosa.
—N-no —Me hago hacia un lado y cuando pretendo echarme a correr una vez más, me detiene de un brazo.
—Déjame invitarte a un chocolate caliente —Me mira a los ojos, y puedo notar que los suyos son de un azul impresionante—. Hace frío y nos estamos mojando —Me señala, ya que también se está mojando, porque al chocar con él su paraguas se cayó y se rompió.
—L-lo, lamento —contesto, al mirar su paraguas. Mi mentón tiembla, ante el frío que siento, por lo que me frunce el ceño.
—Caminemos por aquí, creo que unos puestos más allá hay un negocio de veinticuatro horas, abierto —dice, tomándome del antebrazo y caminando de prisa hacia donde me indicó.
Llegamos a un negocio, como un minimarket, donde hay unas mesitas dentro y máquinas dispensadoras de café de distintos sabores y chocolate caliente. Me quedo de pie en la entrada del lugar, ya que hay una gran alfombra, donde intento estilar un poco la ropa empapada que tengo. Me quito el gorro de la sudadera, el cual me ha protegido un poco de la lluvia.
—Ven, pequeña, sentémonos aquí —Me llama el joven, por lo que, con timidez, asiento y voy hacia la mesa donde se ha sentado—. Compre dos chocolates calientes y unos sándwich, tengo mucha hambre —dice con una hermosa sonrisa, llena de brackets.
—G-gracias —contesto, tímida.
Ambos volteamos a ver cuando el chico a cargo le avisa que los chocolates están listos, por lo que se pone de pie rápidamente y va a buscarlos.
—Aquí tienes, pequeña —pone frente a mi un humeante y oloroso chocolate caliente, el cual pongo entre mis manos para sentir su calor, ya que me tiembla el cuerpo por el frío que siento.
—¿Cómo te llamas? —pregunta con la boca llena, ya que le ha dado una mordida a su sándwich. Dudo si realmente decirle algo a este joven desconocido, pero algo en el me da confianza, ya que no me ha cuestionado por estar sola, ni le veo malas intenciones.
—Zoe —contesto en un murmuro, como si el sólo hecho de decir mi nombre, hiciera que mis padres me encontraran.
—Come, Zoe, está delicioso —Me da una sonrisa cordial, mientras le doy un sorbo al chocolate, el cual disfruto como si supiera que sería la última comida que tendré en el estomago, por al menos, un par de días.
Asiento y le doy una mascada al sándwich de queso caliente y jamón. Los sabores se entremezclan en mi boca, haciéndome suspirar y soltar el aire que no sabía tenía retenido.
El joven me mira con detención, pero no veo juicio en sus ojos, sino apoyo y comprensión, lo que me hace sentir demasiado cómoda.
—Entonces, ¿qué hace una pequeña como tú, en un lugar como éste? —dice con voz de galán y poniéndose en plan gracioso, lo que me hace sonreír.
Termino de masticar lo que tenía en la boca y comienzo a contarle los hechos que hicieron que decidiera huir de la casa de mis padres.
—Eres una pequeña muy valiente, Zoe —dice, sonriente—. Y sé que, si tuviste el valor de salir ahora de un lugar así, serás una luchadora siempre —Me alienta, lo que hace empoderarme aún más de mi decisión—. Sólo te voy a pedir, que no deambules por ahí, sal adelante y pelea por lo que quieres, siempre —agrega y le sonrío, sintiéndome mucho mejor.
—Lo prometo —digo, con una sonrisa.
—No me lo prometas, hazlo —dice y sigue comiendo de su sándwich.
—Sí, Señor —digo, como obedeciendo a un capitán del ejercito. Nos reímos.
Terminamos nuestro chocolate caliente y nuestras ropas ya se han secado bastante y mi cuerpo se ha entibiado con la comida caliente, lo cual agradezco. Volteo a mirar hacia la calle y ya a dejado de llover tan torrencialmente, así que probablemente, no me moje tanto.
El joven a mi lado me toma la mano, con dulzura y me pierdo en sus ojos azules por un segundo.
—Zoe, ¿necesitas que te lleve a algún sitio? —pregunta y me encojo de hombros, ya que ni siguiera había pensado dónde pasar la noche. Lo veo pensar por unos momentos—. Espérame aquí, por favor —Pide y asiento.
Se pone de pie y va donde el chico que atiende el lugar. Conversan un poco y en un momento ambos me miran, por lo que me siento sumamente nerviosa. Veo que el chico le entrega una bolsa con algunas cosas a mi acompañante y un papel.
Mi ángel de la guarda camina hacia la mesa nuevamente.
—Ya sé donde te iré a dejar —dice en tono calmado—. Si no tuviera que tomar un vuelo a primera hora mañana, te llevaría a casa, pero como ya lo dije, me iré por un largo tiempo del país —confiesa, lo que me hace soltar un sonoro y sentido suspiro.
—Yo… no… No te preocupes —Le digo, y tomo mi mochila, aferrándola a mi, y agradezco que sea impermeable, así sé que todas mis cosas están seguras.
—Me preocupo, así que vamos —dice, haciéndome un gesto con su barbilla, para que lo siga—. ¡Buenas noches John, y gracias! —Se despide del locatario con una sonrisa y moviendo el brazo. Le hago un asentimiento a John, en agradecimiento.
Sigo sus pasos en completo silencio, mientras lo miro de vez en cuando. Es un chico muy lindo, a decir verdad, es como un ángel. Muerdo mis mejillas, intentando contener una sonrisa, ya que mi imaginación siempre me ha hecho ponerme en situaciones irreales, casi como en sueños, como si viviera en una fantasía y es por eso que traigo conmigo mi cuaderno y mis lápices.
Llegamos al lado de un auto de último modelo, que estaba aparcado cerca de donde choqué con mi ángel de la guarda. Mete las manos a un bolsillo de su chaqueta y le quita la alarma al vehículo.
—Sube, pequeña Zoe —dice amable, mientras me abre la puerta.
El olor a cuero y hombre inunda mis fosas nasales, transportándome a un mundo imaginario, donde un guapo y galán hombre me invita a un baile elegante, tendiéndome su mano y yo, bajando lentamente y apoyando unos hermosos zapatos de tacón de color plateado. Imagino toda la escena en cámara lenta, hasta que el sonido de una puerta al cerrarse, me saca de mis fantasías.
—Te llevaré a un refugio que hay por aquí cerca —dice, dándome una sonrisa y poniendo en marcha el auto.
—Gracias… —contesto y me pierdo mirando el paisaje a través de mi ventana.
—Sé que te irá genial, Zoe —dice, mientras nos detenemos en un semáforo en rojo—. Veo en ti a una gran luchadora, y eso es algo que se lleva en las venas —menciona—. Mi padre era así, Zoe… comenzó desde muy abajo, y con ganas, entusiasmo y coraje, salió adelante y le fue bastante bien —confiesa.
—¿Por qué hablas de él en pasado? —Me atrevo a preguntar y me da una mirada nostálgica.
—Falleció hace un par de meses —responde—. Cáncer al estómago —agrega y sólo puedo poner mi mano sobre su brazo y darle un apretón, en apoyo.
—Lo siento mucho —digo, sin saber qué más decir.
—No lo sientas, pequeña… —Suspira—. Ahora está descansando, después de tanto batallar —Sonríe—. Ahora es mi turno, de enaltecer su nombre —dice, con la mirada fija en las calles.
Lo observo con detención, intentando grabarme sus facciones, sus rasgos y recordarlo por siempre, como el ángel que me ayudó cuando no tenía a nadie más en el mundo.
—Hemos llegado, pequeña —dice, al aparcar a un lado de una gran iglesia.
Me ayuda a bajar del auto y me pasa la bolsa que le había dado el chico del minimarket.
—Esto fue cortesía de nuestro amigo John —menciona, sonriente. Miro en su interior y encuentro chicles, chocolates, y cosas para comer. Sonrío agradecida.
—Has sido como un ángel para mí… —confieso, haciéndolo sonreír.
—Tu eres un ángel, pequeña Zoe —Me deja un beso en la frente—. Te acompañaré hasta adentro y nos despediremos —señala, por lo que asiento.
Apenas entramos, se siente el calor del refugio. Unas hermanas nos miran con detención.
—Bienvenidos al refugio Santa Clara —dice la mayor.
—Traigo a esta pequeña —Me mira y sonríe—. Se llama Zoe y es una chica muy, muy valiente —Les comenta mi ángel de la guarda, por lo que lo miro embobada.
—Bienvenida, Zoe —dice la hermana mas joven—. Ya tendremos tiempo para conversar tu y yo —Me guiña un ojo y sonríe.
—Bueno, pequeña, espero que tengas éxito en tu vida —Me da un caluroso abrazo, permitiéndome sentir su olor. Suspiro.
—Gracias… —respondo—. Que te vaya increíble en el extranjero —menciono, recordando que me dijo que tomaría un vuelo por la mañana.
—Así será, pequeña —Me deja otro beso en la frente y se voltea, para hablar con la superiora.
—Gracias, joven… —dice la hermana más joven a mi lado, que me toma del brazo y me hace caminar hacia el interior del lugar.
Caminamos un poco hacia el interior, cuando me doy cuenta que ni siquiera le pregunté el nombre, por lo que me detengo en seco y volteo caminando rápido hacia la salida, por lo que la hermana a mi lado me sigue el paso.
Termino por correr hacia la salida y lo veo mientras se va subiendo a su auto.
—¿¡Cómo te llamas!? —Le grito, desde la puerta del refugio. Me mira y sonríe.
—Vamos adentro, Zoe —dice la hermana, tomándome por el brazo… Mi ángel se sube a su auto y baja el vidrio.
“Ammm”, es lo único que le comprendo, mientras veo cómo su auto se aleja, dejándome con la intriga, de cual será el nombre del ángel, que me encarriló hacia un mejor destino.