Hellen amaneció acostada en su cama, solo con un suéter sin sujetador y un pequeño short. Estaba cansada y adolorida. Cada extremidad de su cuerpo le pesaba. Casi no podía respirar, ni abrir los ojos. Estornudó de manera repentina. Se tocó la frente con el dorso de su mano y sintió su piel caliente. Soltó un resoplido, lo menos que necesitaba en esos momentos era resfriarse. Se arropó con la sabana, porque el frío le molestaba en sus articulaciones.
—Hellen, ya va a ser mediodía. ¿No te vas a levantar? —preguntó su hermana menor, entrando a la habitación.
—Me siento mal, Hellan. ¿Puedes traerme una pastilla?
—Tú nunca te enfermas. ¿Te mojaste ayer? No sé a qué hora regresaste.
—Ni yo —respondió Hellen de forma vaga y sin ganas de hablar, porque le empezaba a dar una rasquiña en su garganta y comenzaba a sentir un dolor de cabeza. Detestaba las migrañas, de cualquier tipo, podría soportar la gripa, la fiebre, el frío, pero las cefaleas eran su talón de Aquiles, ya que no la permitían hacer nada—. El agua que sea caliente. Si la tomo helada, me dará más tos.
—Ya voy por la pastilla —comentó Hellan. Abandonó el cuarto, para asistir a su hermana con el resfriado.
La Madame había llegado a su majestuosa mansión. Se la había pasado todo el día anterior buscando a una mujer que cumpliera con los requisitos que habían solicitado los tres chicos. Se sentó en su sofá y soltó un suspiro de cansancio, aunque en realidad, nada más había estado sentado el auto, mientras sus empleados realizaban la investigación por medio de la internet y con sus burdeles aliados. Había perdido su tiempo en vano, ya que no había nadie, que tuviera el perfil deseado. Una virgen de treinta años, era más difícil de encontrar, que una aguja en un inmenso campo lleno de paja.
—Alicia, trae vino para refrescar la reseca garganta de tu señora —dijo la Madame, ordenando a su linda ama de llaves, que era como un personaje de cuentos de hadas. Vestía un atuendo de sirvienta n***o. Sus trabajadores, que eran ocho, le habían dado la bienvenida y se habían colocado alrededor del mueble acolchado, y se marcharon cuando ella se los indicó—. Hamish, quítame los tacones y luego dame un masaje. —Le indicó a su joven mayordomo, que era como un modelo de revista; era atractivo, como un protagonista de una novela—. ¿Dónde puedo encontrar a una virgen de treinta? ¿Por qué hoy en día es tan complicado llegar pura al matrimonio? Si mi hija, no hubiera salido igual a mí, hasta a ella la ofrecería a ese millonario, para poder obtener esa maravillosa fortuna. —Resopló, con negatividad
El encantador mayordomo, Hamish, obedeció a su señora en silencio, no era tan hablador y pocas peces emitía frases largas. La Madame suspiraba con placer y se le escapaban leves gemidos, ante las diestras manos del chico, que la hacían olvidar de todas sus preocupaciones.
—Mi señora, aquí tiene —dijo Alice y le entregó una copa resplandeciente de oro. Bebió con avidez, y la vació de un solo trago.
La Madame, solo podía hacer una cosa para aliviar su estrés.
—Vayan a la recámara y prepárense —dijo la Madame—. Iré en algunos minutos.
—Como ordene, señora —dijeron Hamish y Alice, haciendo una reverencia con su cabeza.
—Alice, antes de que te vayas. —Alzó la copa, para señalarle que quería más vino.
Así, la Madame en pocos minutos subió a su recámara. Sonrió con lascivia y expresión retorcida. Ahora era el turno de divertirse con sus juguetes. Luego de varias horas, despertó, sin ropa, en la cama. Alice y Hamish la abrazaban. Apartó con cuidado los brazos de ellos y se puso de pie. Se cubrió con una bata, sin colocarse ropa interior. Bajó a la cocina, para beber cerveza, pues tanta acción, le había dejado cansada y con sed. Agarró dos botellas y las destapó con evidente facilidad. De un trago se terminó una de ellas. Respiró hondo y bostezó, pero de frescura. Sin embargo, recordó que debía encontrar todavía que encontrar a una virgen de treinta años y eso la dañó el resto del día. Se asomó por la ventana, mostrándose sin la poca ropa que llevaba puesta. Al ser la Madame, siempre lo tenía todo bajo control, pero hallar a una mujer con esos excéntricos requisitos, era más difícil de lo que había imaginado. Frunció el ceño, cuando vio al guardia de seguridad en el puesto en la casilla de vigilancia.
El hombre salió del lugar y se acercó a su señora. Tocó a la puerta y esperó a que le abrieran.
—¿Qué quieres? —preguntó la Madame con suma molestia—. Estoy solucionando un problema.
—Me disculpo por molestarla, mi señora —dijo el guardia, de manera sumisa. Lo menos que deseaba era enfadar a su jefa y menos por alguien a la que no conocía. Ya hasta se debatía en si había sido buena idea venir a contarle sobre lo sucedido con aquella mujer de aspecto demacrado—. Es que debo informarle que venido a buscarla una muchacha que dice que es su ahijada y que ya había trabajado aquí antes. Esperó aquí por muchas horas, por no decir que todo el día y parte de la noche, y luego se fue.
Radne quedó petrificada ante lo que oía. Había estado mortificándose y viviendo una odisea al no poder encontrar a la persona que cumpliera con todos los requisitos puestos por los tres muchachos. No obstante, la solución a sus problemas había venido a ella, de forma literal. Sí, sería su tonta ahijada, la que podía ser la respuesta las plegarías que habían rendido al cielo. Recordaba a la sonsa de Hellen como una mojigata mansa a la que nunca le conoció un novio. Sin embargo, debía cerciorarse de que fuera virgen y de que ningún otro hombre la hubiera desflorado. La diosa de la fortuna y la abundancia la seguían bendiciendo, para aumentar su riqueza. Nada más de imaginar el olor de todos esos billetes, ya la estaban emocionando. Por fin había encontrado a la candidata ideal, a la tonta de su ahijada, su sobrina, la hija de la otra más estúpida de su hermana. Sonrió con satisfacción al encontrar, la que sería la más valiosa de sus mariposas hasta la fecha. Al fin ese engendro que no era de utilidad para nada, serviría para algo. Utilizaría a su estúpida sobrina, para ganar más riqueza. Moldeó una sonrisa astuta y perversa en sus gruesos labios, por haber colocado fin a su búsqueda.