Cobrando /2

1973 Words
— Hey, ¿tu nombre? — Pregunté sin mirarla, estaba concentrada mandando unos mensajes por mi teléfono. —Eh… Soy… — Suspiró nerviosa, como si no hallara las palabras delante de mí. — ¿Aún bajo los efectos de las drogas? — Ladeé la cabeza, me acerqué a ella y dio un paso hacia atrás, levantando un poco sus manos como defensa. — Oye, calmada —asintió, aún confundida. — ¿Muñecas maltratadas? — Fijé mi mirada en ella. —Se nota que el tipo es un imbécil. — Le dedique una sonrisa, una sonrisa sincera en un mundo jodido. — Soy Gwen, pero me conocen como Red Diamond —dijo un poco sonrojada, ¿Quién se acostumbra a decir por ahí su nombre de prostituta como si nada, sin siquiera entender que hacía allí conmigo? Era comprensible su rubor, pero no dejaba de causarme gracia. Marqué un número en mi teléfono, caminé hasta mi auto y Gwen caminaba un poco lento, como si temiera que algún momento le arrancara la cabeza de un solo golpe. — Hola, Gwen —dije, colgué el teléfono y remarqué. Volteé a verla y me presenté — Soy Nayla Fitzgerald. Me serás de ayuda en estos días, así que confía un poco en este sicario. — Pronuncié lento. Vi la pantalla del teléfono y levanté una ceja cuando vi que se colgaba la llamada. —Odio que tarden en contestar. — Estoy acostumbrada a eso — Murmuró, una pequeña sonrisa salió de mis labios cuando volteé a verla. Seguía tímida, pero no estaba intimidada cuando sintió cierta tranquilidad cerca de mí. En ese momento me contestaron, hable rápido, expliqué cómo me fue en el negocio; escuché un par de gritos por no haber obtenido todo el dinero, lo callé con una voz sombría y directa acerca del trato: esperamos el mes y si el p**o no se ha realizado, quemamos todo. ¡Simple! Esto es lo bueno de dirigir tus empresas, lo malo son tus socios. ¿La mafia es una hermandad? No, para eso están las casas de las universidades. Colgué y guardé el teléfono en el bolsillo de mi jean. — Gwen, ven, camina — Levanté un poco la cabeza, apuntando con mi barbilla un pasillo. Me habían indicado una salida de este almacén después que le dije donde me encontraba exactamente. Llegamos a mi auto, le dije que subiera e hizo caso sin objeción alguna. Me mantuve en silencio, ella estaba en el asiento de copiloto sin decir una palabra. — Haré algunas cosas antes de ir a casa, no serán más negocios. — Reí un poco por el chiste estúpido, ella asintió sin comprender. Cuando ya no hubo rastros de almacenes y lugares bastantes olvidados, la ciudad se abrió paso, edificios sin mucho que lucir, pequeños restaurantes y mini centros comerciales. Gwen observaba por la ventana, me pregunté cómo era su vida antes de llegar ahí con ese Jefe Italiano. Algún burdel, quizá. Manejé con precaución y algo lento, no había mayor volumen de vehículos que cuatro o cinco autos que pasaban de un lado a otro sin prisa. Aparqué en un supermercado, bajé del auto y dejé a Gwen allí, quien seguía extasiada con las personas, las luces tenues de bares y un edificio de, probablemente, cinco o seis pisos. Entre al supermercado, vi mi reloj, marcaba las 4:37 pm. Me dirigí a un pasillo donde había frutas, compre fresas y manzanas, camine y busque helado de vainilla y galletas de chocolate. Espero que Meredith comprenda con esto que quiero dejar esa asquerosa dieta y proteínas por unos días. Pagué, regresé al auto y guardé todo en el maletero con cuidado. —Espera, ¿sales por ahí así? ¿Como si nada o nadie te pudieran matar? — Preguntó Gwen con temor, alarmada viendo a todos lados, al momento que cerré la puerta del auto y encendí el motor. —Si, Gwenny, ¿te puedo decir así? — Pregunté con calma, ella asintió tímida. Conducía tranquila, la ciudad de un momento a otro desapareció detrás de nosotras donde todo era verde, bosques y hojas. — No tengo nada de qué preocuparme, soy mi propia protección. Así que no te preocupes tú por cosas que no van a pasar bajo mi guardia. —Oh, claro. — Dijo incrédula, apartando la mirada de mí y fijándola en el paisaje. Viajamos un poco más, las casas enormes y elegantes aparecieron. Reduje la velocidad al llegar al portón de la casa, este se abrió, fui directo al garaje. Apagué el motor, salí del auto, Gwen igual bajó con temor, mirando todo. Su cabello pelirrojo se apreciaba mejor allí, un rojo atractivo y natural que combinaba con la palidez de su tez, y las ligeras pecas que llenaban sus pómulos definidos. Sus labios eran delicados, pero no dejaban de ser atractivos. La evalúe rápidamente, y sonreí despreocupada. — ¿Sabes por qué te elegí? — Le pregunté, mientras sacaba las cosas del maletero. Negó con la cabeza y sonreí mientras me adentraba a la casa. — Pues, porque me pareces interesante, curiosa, un poco tímida pero atenta. Se sorprendió ante mi explicación, se quedó un segundo parada, luego me siguió y cuando pretendía hablar la callé con un ligero gesto, sin resultar agresiva. — No estás tan llena de drogas como las otras, supiste donde colocarte, sin que te notaran, no lloraste desesperada. — Caminé hacia la cocina, ahí estaba Meredith cocinando. Metí el helado en la nevera. — ¿Tienes hambre? Yo sí. Guardé todo lo que había comprado, distribuyendo las cosas por la amplia cocina, entre sus gabinetes de madera con delicados detalles de metal, y un lindo refrigerador n***o que resaltaba en una esquina de la habitación bien iluminada. Salí de la cocina, estiré mis brazos por encima de mi cabeza, Gwen seguía mirándome curiosa, examinando lo poco que lograba ver y fui hasta la sala contigua, con ella detrás de mí, caminando en sus lindos tacones, con un vestido n***o que le cubría a duras penas las piernas. — Disculpa, pero creo que te equivocaste conmigo. Dudo ser tan valiosa. ─ Dijo Gwen con la voz distante, abrazándose como si el frío de la tarde la estuviera congelando dentro de mi casa. Me senté en un sofá, me recosté de medio lado subiendo las piernas y mis pies colgando ligeramente. Apoyé la mejilla en mi mano, colocando el codo en la posa brazos. Parecía una de esas pinturas caras donde las chicas salen desnudas, con pura coquetería ocultada tras la magnífica técnica de los artistas. Gwen no sabía muy bien qué hacer, y era comprensible, pues no le había dado detalles; muy en el fondo, sentía ganas de acercarme a ella y tocar sus ligeros rizos rojos. Me surgía una extraña compasión al verla tan nerviosa, pero no quería encariñarme con ella. Sacarlas de un sitio para llevarlas a algo mejor, era una tarea disimulada que me había propuesto a medida que me iba adentrando en este mundo de la mafia. Éramos mujeres, mejor dicho: éramos objeto de consumo. Usar y botar, así de simple era para muchos, aunque a veces en el proceso de usarnos, sufrían mucho dependiendo del papel que desarrollaran, no todas tenían tanta suerte. — Siéntate, tranquila —Ofrecí, le señalé una silla forrada en una tela sumamente suave de color marrón claro, contrastaba con el blanco de las paredes. —Sólo me interesa que seas de ayuda para algo particular, procura ocuparte en las cosas que yo te pida. Aquí estarás bien. — ¿Y en qué puedo ayudar yo, señorita Fitzgerald? —Dijo dudando de mi elección, se notaba que temía cuestionarme pero sentía cierta confianza en el ambiente para poder preguntarme. — No soy buena con las armas o esas cosas, yo realmente no sé de qué le serviría, a menos que tenga alguna relación a… al sexo — murmuró, conteniendo el suspiro, se sentó apenas en la orilla de la silla, sin apoyar su peso totalmente. “Las deben de maltratar horriblemente”, pensé. Me senté, bajé el cierre de las botas y suspiré. Apoyé los brazos a ambos lados hundiendo un poco el sofá bajo la presión. Observé la sala, dando tiempo para organizar mis ideas. Un cuarto no muy grande, dos sillas separadas una del otro, color marrón claro, una mesa pequeña que estaba en medio de la sala, y el sofá donde yo me senté. Paredes blancas, con un cuadro detrás de las sillas, una extensa repisa negra debajo del cuadro donde había dos fotos con marcos plateados y una estatua de un león con las patas delanteras levantadas en medio de las fotos. La decoración era llamativa, y el león era un recuerdo de mi padre. — Comencemos con lo fácil —dije, volví mis ojos a ella. Pasé mi mano por mi pierna hasta llegar a la bota y sacar el pequeño cuchillo, lo coloqué en la mesa. — Estás aquí, a salvo de otros hombres imbéciles, mientras no te metas en problemas por gusto, ¿eres problemática? — ella negó, pasé las manos por mi espalda hasta llegar a las pistolas que escondía a cada lado de mi cuerpo. — Puedes comer, beber, existir plenamente bajo mi techo. No me voy a aprovechar de ti, no voy abusar de ti, pero para seguir aquí, tienes que ayudarme con algo muy sencillo: ser linda cuando te pida que lo seas con uno de esos jefes imbéciles que creen que pueden inmiscuirse en mis negocios sin ninguna consecuencia. Tú serás mi mensajera de piernas largas y seductoras, ¿okey? — Expliqué, coloqué las pistolas en la mesa junto al cuchillo y la vi temblar. —Yo… —susurró— yo puedo hacer eso si es lo que quieres. ─ Aseguró colocando la espalda recta, con la cabeza en alto y una voz decidida. Veía en los ojos de Gwen que era mejor eso que seguir en un lugar donde esperaba cada día por su muerte. —Lo sé —confirmé con una voz suave, pude notar que erizó su piel, levantándome y quedando de pie con la cabeza ligeramente inclinada. — Estarás aquí un tiempo, relájate. Serás mi compañía — Le sonreí, Gwen bajó la cabeza y su espalda se curveó, como si su expresión dijera: “me rindo”, pude ver en su rostro los leves rastros de juventud. Realmente era hermosa, muy atractiva, pero algo delgada. ─ Aquí comerás bien, por cierto. Me levanté y le pedí a Gwen que me acompañara con un gesto, caminó delante de mí volteando a cada rato, asegurándose de estar dirigiéndose al lugar correcto. Al llegar al segundo piso, caminé hacia el lado derecho del pasillo, entré a la habitación que estaba a unos metros de la escalera. Abrí la puerta, la cara de sorpresa de Gwen me causó gracia, era como si aún no creyera que no iba a estar en un cuarto mugroso con un colchón roído y otras chicas agresivas o depresivas. No había sentido tantas ganas de reír desde hacía mucho tiempo, y sus gestos eran dulces, llamativos, no se veía como las demás prostitutas que había conocido en mi vida. La dejé allí, en una cama decente con sabanas limpias, cerré tras de mí y caminé hacia el lado izquierdo para ir a mi habitación al final del pasillo. Caminé hasta mi cama, había sido un día largo, así que realmente estaba exhausta. Me saqué las botas sin mucha dificultad, me quité la camisa y el sostén, el frío de la habitación me dio paso para que esa noche durmiera con total tranquilidad. Bostecé, levanté las sabanas y me metí debajo de ellas, dejando el mundo a un lado y descansando, olvidando, tratando de desaparecer por un rato de todas las responsabilidades que acarreaba cada día.
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