Cobrando /1

1037 Words
— ¡Te lo advertí! —grité, disparé sin mirar hacía donde y la bala quedó atrapada en la pared cerca de una de sus ayudantes. — Quiero toda la paga completa, ¡quiero mi maldito dinero! Y lo más importante: ¡A ti fuera de mis negocios! No vuelvo a meterte en mi mierda, ¡estoy harta de que me deban! — Bramé. Observé el lugar en una ojeada rápida por mi vista periférica, había 5 chicas aterrorizadas por el escándalo que armaba y otras 2 sorprendidas de que una mujer se atreviera a cobrarle dinero a un viejo mafioso italiano. Los más respetados, con sus códigos y morales altas; pero incapaces de reconocer cuando tenían la soga en el cuello. —Sabía que era inútil abrirme a negociones contigo — soltó aire del tabaco que tenía entre sus dedos y no dejaba de fumar. ─ Deberías dejar de esperar que todos te den lo que quieres, eres una niña encaprichada. ─ Dijo Bertolli, ocultando un poco el hecho de que él estaba casi en bancarrota. —Déjame refrescarte la memoria, cariño: armas y provisiones. ¿Recuerdas? —dije tranquila. —Ahora, ¿dónde está mi maldita paga? O ustedes los italianos definitivamente no sirven para nada, ¿eh? ─ Enmarqué cada palabra subiendo de a poco el tono de mi voz, sin llegar a los gritos esta vez. No iba a ceder, debía permanecer autoritaria delante de aquel viejo hombre. —Sé que quieres tu dinero, comprendo, lo has repetido mucho y todos sabemos que sigues tratando de arreglar el pasado lleno de deudas que echaron tus padres sobre ti. — Giró la silla en la que estaba cómodamente sentado, dándome la espalda. Bertolli dio una calada al tabaco, y sacudió la ceniza sobre el suelo. —Bien sabes que es mi único interés ahora —dije, recostándome en mi silla, echando la cabeza hacia atrás, colocando la pistola sobre mi regazo. No tenía intenciones de reflexionar mi vida con nadie. —Ya no eres una niña mediocre, Nayla. Es palpable el cambio en ti, aunque sigues teniendo muchos caprichos que no te ayudan de nada aquí —afirmó, y volvió su silla, mirándome con la cabeza inclinada hacia la izquierda, como si buscara ver dentro de mi cabeza y comprender cada cosa que pasara por allí. —Sé razonable, —dije viéndolo de manera severa— y págame. Aquello me parecía la manera más inútil de alargar un plazo de p**o que ya había tenido bastantes pausas. —Hemos hecho buenos tratos, lo sé. Drogas, armas, refuerzos, municiones —suspiró, dejando el conteo. — Personas y personal, ¿eh? —recordó, apoyándose sobre el escritorio que nos separaba. Dejó a un lado el tabaco, sobre un cenicero de cristal. — ¿Qué te parece si abro de nuevo las negociaciones? —me acomodé en la silla, carraspeé apoyando los codos sobre el escritorio. —Habla — Bertolli hizo un leve ademán con su mano. —Ya te he recargado de muchas cosas, como lo dijiste, hemos hecho buenos tratos. Ahora, si gustas, te puedo dar algo que te servirá de mucho: granadas y silenciadores para todos los calibres —moví mis manos para dar énfasis. ─ Como sabes, la muerte me da curiosidad. Silenciar la situación y ver qué pasa cuando haces que un policía se trague una granada: pequeña pero potente. — ¿Cuánto quieres? —dijo, en un tono casi despreocupado pero vi el interés. Perfecto, tú sí que sabes cómo alegrar a una chica, pensé sin sonreír. —10 millones, 20 más por lo que me debes y 10 personas que tengas bien entrenadas —dije encogiéndome de hombros, restando importancia a la situación. —Yo no… — golpeó la mesa con frustración. Una sonrisa salió de mí de una manera bastante sádica. — ¿En bancarrota o sin mucho personal? — Alcé una ceja, lo tenía al borde del abismo. — ¿Aceptas pagos por partes? — Ironizó. Bertolli sabía cuando se encontraba en un aprieto. — Oh… — tomé la pistola, cerrando un ojo y con el brazo extendido. Primero apuntándole a él, luego a varias de las chicas. Bajé el arma. — Pues, te lo haré fácil; dame 10 por los silenciadores, son como poner tres almohadones delante de la pistola y el impacto es mejor. Tres que sepan combate a cuerpo, necesito golpear algo, no guardaespaldas. Y por último, — miré a cada chica y sonreí, — la pelirroja. — La chica reaccionó y en un segundo todo su rostro se puso tenso, se notaba a leguas el miedo. — ¿Sólo eso por unos silenciadores? —objetó molesto. — ¡Hey, me debes dinero! —dije, con un tono bastante relajado. — Eso, o mejor le das una última calada al tabaco — Me dispuse a levantarme, cuando él se reclinó sobre su silla de cuero. — ¿Para qué la pelirroja? — Preguntó curioso. — Tú te revuelcas con ellas, — lo señalé y luego dirigí mi mirada a la chica, ­ — yo les pongo trabajos importantes. ¡Cada quien a lo suyo, eh! — Puse una mano en mi cadera, apoyando la otra sobre el escritorio. — Es un trato, ¿sí o no? — Te doy 5 ahora, 5 después, los 20 que te debo por las armas el próximo mes—."Dinero: relativamente listo". — Dos para combate y creo tener alguien con experiencia en armas. Y la chica, — Bertolli le hizo una seña para que se acercara — ya soy libre de ti. — Hasta el próximo mes —recalqué. —Te dejaré al de armas y sólo uno para luchas. Te harán falta—. Me acerque a la puerta. Baje la cabeza y rasqué mi nuca. —Por cierto, busca gente que se sepa manejar en estas cosas. Mate a 16 de tu personal y te hice un favor con el joven, un soplón —dije en un tono casi honesto. Abrí la puerta, salí y detrás de mí la pelirroja asustada. Bartolli casi se atragantó con el humo al escuchar la cifra de bajas que había dejado en su almacén, claramente tenía motivos para detestarme.
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