Mientras contemplaba la grandiosa institución, en la que posiblemente ingresaría a dar clases, el taxista le exija que le pague. —Señorita, puede pagarme la carrera. —Lo siento señor, disculpe—. Sacó, la billetera de su cartera, cuando estaba por pagar, un Ferrari SF90 Stradale, empezó a pitar con impaciencia. Al fijarse quién era, el taxista se movió más adelante. —Me estasionare en el poste, acérquese acá. Con el ceño fruncido, Erika se preguntaba, ¿quién se creía ese tipo para sacar a alguien de su lugar?, ajustando los dientes se quedó parada, a espera de que el hombre del ese auto, se bajara. Al segundo siguiente que el taxista se movió el Ferrari se estacionó delante de ella, el asistente de Santiago bajó, para abrirle la puerta a este. —Señorita, podría retirarse, por favor—.