Y fíjense que no me interesaba un bledo el comportamiento de los otros dos. Sus personas coincidían, más bien con la información que era de propiedad pública, y serían objeto de una investigación oficial. —Ese viejo pillastre loco de arriba me llamó sabueso —dijo el capitán del Patna. No sé si me reconoció; creo que sí. Pero de todos modos nuestras miradas se cruzaron. Él miró con furia; yo sonreí. Sabueso era el epíteto más suave que me había llegado a través de la ventana abierta. —¿De veras? —dije por no sé qué extraña imposibilidad de mantener la lengua quieta. Él asintió, volvió a morderse el pulgar y me miró con hosco y apasionado descaro. —¡Bah! El Pacífico es grande amigo. Ustedes, los malditos ingleses, pueden hacer lo que les parezca. Yo sé dónde hay lugar de sobra para un t