Arabella se quedó distraída y sintió la necesidad de tocarlo otra vez para asegurarse de que era real.
Había una gran diferencia entre su apariencia actual en comparación con los últimos días de su matrimonio.
Debido a que ella le había causado tantos problemas, a Ethan le resultaba difícil concentrarse en sus asuntos de negocios a pesar de su actitud resiliente.
Poco a poco, pasó de ser un caballero elegante a quien todos admiraban a un borracho gruñón a quien todos tenían miedo de acercarse.
—¡Arabella!
Parecía que la estaba llamando por su nombre desde hacía un buen rato porque su voz se hizo más fuerte, sacándola de su ensoñación.
—Dije que te prepares, vamos a la mansión Maxwell.
Su ira se había calmado porque incluso se dirigió a ella como solía hacerlo.
Sin esperar su respuesta, Ethan entró en el armario.
La mansión Maxwell....
El recuerdo estaba tan claro como el día en la mente de Arabella.
Aquella vez que drogó a Ethan, él le pidió que fueran juntos a la mansión Maxwell a la mañana siguiente, para disculparse con su abuelo por haber abandonado la fiesta de su cumpleaños sin avisarle.
¿Y qué hizo ella?
Ella gritó y protestó que no lo iba a seguir a ningún lado. Incluso rompió cosas en la casa, hasta que recordó...
Recordó el tipo de regalo que le había hecho a su abuelo político.
—¡Oh, no! —los ojos de Arabella se abrieron de par en par al recordar el regalo.
No podía dejar que su abuelo lo viera, de lo contrario, lo que sucedió en su vida pasada podría repetirse.
Esperaba que no fuera demasiado tarde.
Ella saltó de la cama y corrió al baño, olvidándose del dolor en su cuerpo.
Después de bañarse y prepararse, salió del dormitorio y se topó con la ama de llaves de la casa en el pasillo.
—B-Buenos días, señorita Maxwell, espero que haya dormido bien —tartamudeó Elena mientras intentaba esconder la tela en sus manos detrás de ella.
Ese era el vestido de Arabella. El que Ethan le había arrancado la noche anterior.
Al ver la expresión de Elena, el corazón de Ara se encogió de culpa. No solo le había complicado la vida a Ethan, sino que también había hecho miserables a sus sirvientes.
En el pasado en él momento cuando vio su vestido en manos de Ara, recordó la noche anterior y eso le hizo despedir a la mujer sin importarle las suplicas de la mujer, ya que era su único sustento para poder mantener a su hija enferma ya que los medicamentos eran sumamente caros.
Sonriendo, dio un paso adelante y le dio una palmadita en el hombro.
—Claro, espero que tú también hayas dormido bien, Elena. ¿Y puedes dejar de llamarme señorita Maxwell? Después de todo, soy la esposa de Ethan y llevo su apellido.
—¿Eh? —Elena la miró parpadeando.
—De hecho, llámame Ara. Que no haya formalidades entre nosotras.
Después de decir eso, Arabella se apresuró a irse. Todavía esperaba que el abuelo de Ethan no hubiera abierto su regalo todavía.
En el pasado, había advertido estrictamente a todos los sirvientes que solo se dirigieran a ella por el apellido de su familia. Así que nadie se atrevía a llamarla señora Spencer, o incluso señorita.
Su teléfono sonó y lo sacó de su bolso para ver el nombre de Mia en la pantalla.
Arabella cerró los dedos alrededor de su teléfono y apretó los dientes. Seguramente Mia la había llamado para alimentarla con más mentiras y palabras desgarradoras que la harían sentir más miserable.
Ara rechazó la llamada y apagó su teléfono.
Ethan ya estaba en la mesa del comedor, esperándola. El desayuno ya estaba servido y humeante.
La comida se veía sumamente deliciosa a Arabella se le hizo agua la boca, ¿¡Cuánto tiempo paso desde la ultima vez que tuvo buena comida para llevarse a la boca!? En su vida pasada cuando fue a la cárcel pasaba días, incluso semanas sin comer, una vez llegó a comer comida del piso.
Ella realmente agradeció y aprecio, esta segunda oportunidad.
Sin perder tiempo se sentó y comenzó a comer apurada.
—Arabella —mientras Ara devoraba su comida, Ethan la llamó y frunció el ceño—. No es que tengamos prisa —dijo con frialdad—. Come despacio hay suficiente comida en la mesa.
Aunque su expresión no mostraba ninguna calidez, Arabella ahora estaba lo suficientemente cuerda para saber que él estaba genuinamente preocupado de que ella pudiera atragantarse.
Ella le dirigió una sonrisa y disminuyó el paso, y eso hizo que el ceño fruncido en la frente de Ethan se profundizara.
Ara suspiró por dentro. Podría jurar que nunca antes le había sonreído. Su evidente aceptación de ir con él y obedecer su silenciosa orden debió haberlo tomado por sorpresa.
Ella sólo esperaba poder evitar que esas calamidades volvieran a ocurrir y liberarse de la culpa en su corazón.
De repente, perdió el apetito, dejó caer la taza de jugo de manzana que tenía en la mano.
—Eh, Ethan... ¿Podemos partir ya? Quiero que estemos allí lo antes posible —dijo.
—Parece que tienes prisa. —La confusión en sus ojos aumentó y dejó caer la cuchara—. Ara, ¿qué estás...?
—Por favor, por favor, por favor —lo interrumpió ella, juntando las palmas de las manos—. Vámonos ahora, Ethan. Además, vamos a pasar por una galería de arte, así que debemos salir temprano para llegar a la mansión antes de haga más tarde después de todo tienes que ir a la empresa. —Se puso de pie y fue a su lado, luego lo levantó.
—¿Galería de arte? —preguntó Ethan.
Ella asintió rápidamente.
—¿Qué vas a hacer allí?
—Comprarle otro regalo al abuelo —murmuro ella y le dirigió una mirada desesperada.
Ethan la miró como si le hubieran crecido dos cuernos. —Pero ya le disté un regalo de cumpleaños.
Ara cerró los ojos y se mordió los labios.
Ese regalo iba a causarles a ambos grandes problemas.
Y ella no se atrevería a contárselo a Ethan.
Ella abrió los ojos y frunció los labios, dándole su sonrisa más dulce.
—Siento que debería darle otro regalo. Anoche nos fuimos de su casa sin despedirnos de él, definitivamente, debe estar enojado. Mi regalo, sin duda, calmará su corazón.
Ethan la miró con incredulidad. Cuanto más hablaba ella, más escéptico parecía él.
—Entonces debo comprarle un regalo muy bonito y se lo daré. Ya sabes que a él le encanta las pinturas. Le hará feliz y no tendremos que disculparnos por mucho tiempo.
Ella no le dio a Ethan la oportunidad de hablar y continuó tirando de él hacia la entrada.
Cuando llegaron al estacionamiento, ella apresuró al conductor para preparar el auto.
Mientras estaban sentados en el asiento trasero, Ethan no le quitó los ojos de encima.
El coche estaba a punto de salir de la villa cuando le dijo al conductor:
—Detén el coche.
Los labios de Arabella se separaron en estado de shock y sus ojos se fijaron en él.
—Arabella —Ethan le sujetó la barbilla y la miró a los ojos—. ¿Qué estás tramando exactamente?