Tierra del sol era un reino que se dirigía bajo una monarquía absolutista, la primera y última palabra había sido siempre la de su Rey, Morat. El hombre había preparado a sus hijos para ser más duros que él, para mantener a sus súbitos pendientes de cada movimiento de sus dedos y vivir bajo la tradición.
De alguna forma u otra, había fallado a su palabra cuando casó al príncipe heredero con una extranjera para mejorar su economía. El rey y el marqués acordaron que el primer hijo era del reino y el segundo sería un marqués. Morat estuvo contento cuando su hijo Kalhil no le llevó la contraria y se casó con la marquesa. Diez meses más tarde tuvo en sus brazos al príncipe Amir y cuatro años más tarde nació Isam, rey de la industria.
Cuando Morat murió, los cambios comenzaron a hacerse presentes.
El ahora, rey Kalhil, su hijo, no quería ser el centro del universo, no veía el chiste de mal educar a la gente o someterles a la ignorancia como modo de poder. Él y la marquesa estaban enamorados del pueblo y querían verlo crecer. Querían dejar un legado maravilloso del cual sus dos hijos estarían orgulloso cuando crecieran. Amir e Isam recibieron la misma educación, pero el menor vivía con la tranquilidad de no tener que hacerse cargo de la vida de todas esas personas.
—Isam, ¿en serio no quieres ser rey? —preguntó su padre horrorizado.
—No.
—Mi hermano quería ser rey, solo que no nació primero.
—Yo voy a ser el rey de la industria, voy a conocer modelos y ser feliz —respondió Isam. Su padre y su hermano le miraron antes de reír a carcajadas.
Todo el mundo quería ser rey, excepto Isam. El príncipe simplemente quería vivir; su padre lo veía cuando le enseñaban una nueva tarea. Lo veía cuidar de los animales e incluso cuando se metía a robar pan en la cocina para dárselo a los niños pobres, a Isam.
El príncipe Isam se alimentaba de los pequeños momentos. No es que careciera de ambición para hacer cosas grandes; de hecho, muchas de las iniciativas sociales se habían iniciado después de preguntas o propuestas de su hijo menor. Pero el hambre de Isam iba dirigido a disfrutar de la vida, vivir bien y ayudar a los demás.
El príncipe sería un príncipe de amor, lealtad y apoyo para su pueblo y su rey.
El rey quería conquistar el mundo, destruirlo y reconstruirlo. Él nació para eso. Amir adoraba saber que tendría el poder de hacer el bien.
—¿Isam, si alguna vez te necesito, vendrás? —preguntó su hermano.
—Eres y siempre serás mi rey, y te apoyaré incluso después de tu muerte.
—Qué hermoso, ¿saben que los amo? ¿Sabes que voy a extrañarte demasiado, Isam? —interrumpió la reina y los llenó de besos.
Sus padres trabajaron incansablemente para modernizar ese país que tanto amaban. Isam se había ido a vivir con sus abuelos maternos a los diez años, y Amir se había quedado con su padre para que el pueblo siempre lo reconociera como rey. Los tres trabajaron duro para modernizar y fortalecer el reino, incluso establecieron el primer congreso y se aseguraron de que las condiciones básicas de vida y las condiciones de trabajo fueran mejoradas tan rápidamente como les era permitido.
El rey tenía al pueblo dividido entre lo que habían sido, la tradición que tanto adoraban, y la opresión del pueblo; y lo que él se había prometido construir. Por otro lado, el príncipe Amir tenía un hermano que se rehusaba a ser rey porque no concebía una vida sin su hermano y odiaba la responsabilidad que eso significaba. El hermano del rey estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para coronarse como digno y legítimo heredero de su padre, sin importar que eso costara la vida de su hermano.
En el decimosexto cumpleaños del príncipe Amir, su tío decidió asesinar a toda la familia. Isam, de once años, y Amir, de dieciséis, fueron protegidos y refugiados por los empleados y la gente buena y agradecida de su pueblo. Isam se quedó para apoyar a su hermano y hacer las cosas menos difíciles y solitarias. En medio de la guerra desatada por su tío, el hombre falleció, pero existía el rumor de que había dejado muchos herederos y guerreros en espera de una señal para devolverle la grandeza a Tierra del Sol. Isam se mantuvo al lado de su hermano hasta el anuncio del próximo heredero. Kamal, su sobrino, le devolvió la seguridad de que no tendría que ser el rey.
El hombre se puso de pie y pidió que le prepararan un auto para ir al cementerio. Era momento de hablar con su hermano y pedirle perdón, porque se sentía como el más fracasado de los hombres. El rey se sentó a solas en el cementerio real, mirando la tumba de su madre y su padre, y encima la lápida de su hermano.
—Lo dejé todo por ustedes, dejé a Eleonor, me robé los sueños de viajar, comer y disfrutar. Tengo canas, he vivido más que ustedes y tengo hijos que se inclinan cuando me ven entrar en una sala. Yo amo a Tierra del Sol y les hice una promesa de cuidarla, amarla y protegerla. Yo... hice todo lo que mi rey me pidió, y he criado a ocho maravillosos hijos que ustedes casi no conocieron. De verdad sé que si les doy el reino a uno de esos dos, mucha gente va a sufrir. Perdón, mamá; perdón, papá; perdón, Amir. Yo no quiero ser rey.
Isam se giró y se encontró con su mujer. La reina Eleonor le miró a los ojos.
—Es el discurso más sincero que te he escuchado decir. No se trata de mí ni de tus hijos, se trata de ti, de lo que no quieres, Isam. ¿Cuándo fue la última vez que dijiste la verdad?
—Te digo que te amo todos los días. Lo que no te había dicho es que odio la empresa familiar —Eleonor acarició su rostro y Isam recordó que tenían las muestras de afecto prohibidas en público.
—Eres mi esposo.
—Lo sé.
—¿Cuál es el plan?
—Voy a dejar que se maten.
Eleonor sabía que ella y su esposo habían perdido diez años de sus vidas, primero por las palabras de Isam y luego por el miedo a ser vulnerables y decir la verdad. Para muchos, ser rey es tener poder y para otros es tener dinero, pero para Isam era una serie de responsabilidades; fue convertirse en padre de la noche a la mañana y en gobernante.
—Quiero morir en tus brazos.
—Estamos en un cementerio, estoy segura de que la muerte puede escucharte —respondió Eleonor—. Mi amor, ¿qué puedo hacer para hacerte feliz?
—Tengo un par de ideas, pero no son aptas para conversarse en un cementerio, no frente a tantos reyes. —Isam ayudó a su esposa a subir al auto, tomó asiento a su lado y dejó que el chofer los llevara de vuelta al palacio.
—¿Qué vas a hacer?
—Abdicar.
—¿A favor de quién, Elías o Kamal?
—Son los dos un desastre. Los reuniré después de la cena y les daré la noticia.