—Pero yo no podría hacer eso— dijo Gardenia sorprendida. —¿Por qué no? Su tía casi se está volviendo un dragón. No soy tan rico como mi primo, ni tan distinguido, pero yo la cuidaría y la haría pasar un buen rato, se lo prometo. —Lord Hartcourt dijo que usted deseaba enseñarme París—musitó Gardenia. —Bueno, ¿Y qué hay de malo en eso? —No creo que tía Lily lo permita —¿De verdad? No puede seguir con eso. ¿Por quién espera? ¿Por uno de los grandes duques? —No espero por nadie. —Entonces, vamos a divertirnos un poco ¿no?— dijo él meloso—, vamos, escapémonos ahora. Vaya por su abrigo. Pero, no se moleste; la noche es cálida. Mi automóvil espera afuera. —No puedo hacer eso— protestó Gardenia—, usted no entiende. Tía Lily ha sido muy bondadosa conmigo, y confía en mí. Si ella dice que de