Al sentir sus manos temblorosas, y como sus lágrimas mojaban su espalda, el corazón de Marcos se estremeció; Maite lo ponía muy débil. Ella sólo era una joven de veinte años, estaba sola en el mundo, y él prometió cuidarla, pero no podía perdonar su engaño y el daño que le causó a su abuela. Cerró los ojos, y por un instante quiso abrazarla y decirle que todo estaba bien, que trataría de solucionarlo, pero recordó que la persona que estaba en coma era su abuela, su única familia. ¿Cómo iba a perdonar lo que esa mujer le había hecho a su abuela? Apretó con fuerzas las manos de Maite que lo sujetaban, y se soltó de su agarre. Una vez liberado la lanzó al suelo. —¡No quiero que vuelvas a tocarme, mucho menos que me digas “amor”!, ¡puedes morir si deseas! —expresó con odio. Dicho eso, Mar