Era la primera vez que Valentina visitaba la tumba de su difunto esposo en compañía. De hecho, era la primera vez desde la muerte de Lorenzo que Valentina aceptaba conversar con alguien que no fuera su hermana.
Hugo era uno de los pocos amigos de Valentina que conservó de la escuela, claramente el muchacho provenía de una familia adinerada como todos los que la rodearon en la infancia y adolescencia, pues el colegio de donde se graduó era de élite.
Aunque Hugo era un joven sencillo, si bien era guapo, con clase, su forma de ser era bastante humilde y muy cariñoso. Él, al ser amigo de la infancia de Valentina, conocía toda la historia que pasó entre ella y el heredero Rumanof, de hecho, tuvo que vivir esa historia, consolar a Valentina y llenarse de impotencia por no poder reclamarle a Marko, pues si lo hacía era como condenarse a la desgracia.
La pareja de amigos observaba la tumba de Lorenzo. Era temprano por la mañana y desde que iban en el auto sostenían una conversación que se convertía en debate. Hugo quería que Valentina renunciara o al menos tomara el traslado de sede, estaba preocupado por ella, por su actitud vengativa y presentía que corría mucho peligro.
—Rosa me contó todo, me dijo que estás intentando vengar a Lorenzo, ¿qué crees que vas a conseguir haciéndolo? Por favor, Vale, es la familia Rumanof, ¿crees que esa idea podrá salir bien?
—Si puedo hacer justicia por la muerte de Lorenzo, no me importa lo que me suceda —dijo Valentina.
—¿Te estás escuchando? —cuestionó Hugo.
La joven volteó a verlo.
—Toda mi vida he estado soportando las humillaciones y malos tratos de la familia Rumanof. Siempre me han quitado lo que yo más he querido, tú mismo lo has visto, ¿por qué no puedo enojarme contra ellos? ¿Por qué no tengo ese derecho? ¿Nada más porque son adinerados y tienen poder?
—Es porque son muy peligrosos —soltó Hugo y la tomó de los hombros—. Vale, sé que debe ser muy duro para ti todo lo que estás pasando, y sí, Marko te ha hecho mucho daño, pero es por esa misma razón que deberías darle un cambio a tu vida, dejar tu pasado atrás y comenzar desde cero. Toma el dinero que te dieron los Rumanof y vete muy lejos, sé que podrá irte muy bien y todos lo que te amamos podremos estar tranquilos. ¿Es que acaso no te das cuenta? Tus padres y Rosa están preocupadísimos, así como yo también… Hasta Miranda dice que no les respondes los mensajes y las llamadas.
Valentina inclinó la mirada llena de confusión y tristeza.
Miranda era la prima de Marko, también era una Rumanof, pero la única de toda esa familia que se preocupaba por ella y nunca le había hecho daño, todo lo contrario, se preocupaba por su bienestar. Se podría decir que era lo más cercano que tenía a una mejor amiga. En el colegio sus únicos amigos eran Hugo y Miranda, como también lo fueron en la universidad.
Valentina se alejó un poco de Hugo, se agachó y arregló las flores en la tumba.
No decía palabra alguna. Las lágrimas se acumulaban en su mirada, volviendo todo su alrededor borroso. A su mente llegaba el recuerdo de las muchas veces que Lorenzo la abrazó y le susurró al oído que todo estaba bien.
Su lugar tranquilo y seguro en su vida ya no estaba, se lo habían arrebatado.
Arrodillaba frente a la tumba de su difunto esposo, apretó con fuerza sus manos, arrancando a su paso parte del césped.
—Valentina… —llamó Hugo con tristeza.
—No me voy a detener, no lo haré —dijo ella—, necesito saber toda la verdad, necesito saber por qué lo hizo. Necesito saber por qué me quitó la única felicidad que tenía en mi vida.
—Fue un accidente —recordó Hugo.
—No lo fue —gruñó Valentina—. No fue un accidente.
—¿Y cómo piensas descubrirlo?
—Haré que el mismísimo Marko Rumanof me lo confiese todo antes de asesinarlo —dijo ella con rencor.
Hugo tragó saliva. Su amiga había enloquecido.
****
Marko desde niño sospechó que a su padre no le agradaba Valentina, no supo el por qué hasta que una tarde, cuando ingresó al estudio de su padre y lo vio fumando un habano el señor le dio el consejo que marcó un gran cambio en su vida.
—No debes juntarte con personas que son de baja clase, por más amable que quieras ser con ellos —dijo el señor Rumanof.
—¿Por qué?
—Porque las personas de baja clase están llenas de inseguridades y envidia —explicó el hombre a su hijo—. Personas como Valentina Sandoval no están acostumbradas a la alta sociedad y su forma de pensar no se iguala a la nuestra. Si pasas mucho tiempo con ella, te va a contagiar su mediocridad. Necesitas amigos que estén a tu altura.
Marko, que para sus ocho años no entendía muchas cosas, no comprendió en su momento el consejo de su padre, pero si él lo decía es porque era cierto, era un hombre sabio al cual admiraba mucho.
—Pero Valentina no es de clase baja, ¿o sí, papá?
—Claro que lo es, su padre no tiene dinero para pagar la matrícula del colegio, por eso la fundación Rumanof la ha becado, de lo contrario estaría estudiando en un colegio público de estrato bajo.
Y fue allí cuando la verdad se reveló ante los ojos del pequeño Marko.
Desgraciadamente tomó el consejo de su padre y se alejó de Valentina, no en ese momento, fue después, pero igualmente la consecuencia fue la misma.
Aquel recuerdo se volvía pesadilla y torturaba al ahora hombre, dándole noches desagradables cubiertas de arrepentimiento. El rostro de la pequeña Valentina llorando con sus ojos hinchados volvía a él como fantasma y le tocaba el hombro.
Se sufre mucho cuando se ha recibido daño de otra persona, como una traición o malos tratos, pero se sufre el doble cuando se es el victimario y se logra evidenciar la magnitud del daño que se ha ocasionado, sobre todo cuando no se tiene ninguna justificación que explique su nivel de maldad.
***
Valentina había llegado a la mansión, impresionando a Marko, se iban a ver ese sábado en la noche, pero nunca acordaron el que ella fuera quien llegara a la mansión.
La joven llevaba puesto un hermoso vestido blanco que hizo que el hombre la comparara con un ángel.
Era de tarde, aún se podía apreciar la puesta de sol. Se sentaron en el patio trasero de la mansión, tomaban vino mientras conversaban y apreciaban la hermosa tarde de verano.
Esto le recordaba a Marko las tardes después del colegio, cuando Valentina se quedaba en su casa y estudiaban juntos, robaban una botella de vino de la colección de su padre y la bebían en el balcón escondidos de todos. Fue una buena época, donde él llegó a creer que ella sería la única novia que iba a tener en su vida.
Fue un joven bastante ingenuo.
Valentina necesitaba que Marko se embriagara, para así poder sacarle toda la información que necesitaba. Estaba más cariñosa de lo normal con él, para esto necesitó varias copas de vino.
Con el paso de los minutos y caída la noche, Marko se mostraba muy relajado y de buen humor, le acariciaba la pierna y la atraía a él al rodearla con un brazo.
Valentina advirtió que todo podría terminar en sexo y no sabía si pudiera resistirlo.
—Marko, ¿recuerdas la vez que me mostraste las barras de oro que guardas en la caja fuerte? —preguntó la mujer con una sonrisa.
—Ah, sí… recién habías entrado a trabajar en la empresa.
—Sí, ¿confías tanto en mí como para enseñarme tus más profundos secretos?
—Eres la única persona en la que confiaría ciegamente —contestó Marko.
—¿En serio? No te creo… —Dejó salir una risita—, a ver, si confías tanto en mí, ¿cuál es la contraseña de la caja fuerte? No creo que seas capaz de decirme algo tan privado.
—Pero si ya la sabías… el que se te haya olvidado es diferente —respondió Marko—. Es la fecha en la que nos convertimos en novios. —Marko bebió de su copa de vino.
—Oh… —Valentina se sintió tonta, odiándose por no habérsele pasado por la cabeza que podría ser esa fecha—. ¿Y por qué colocaste esa fecha?
—Porque es muy especial para mí.
Valentina le besó los labios. Se sentía eufórica por haber conseguido la clave para abrir la caja fuerte.