Se sentía tan asqueada, no podía dejar de vomitar, todo le generaba repulsión. Pensó que tal vez era la comida que le había hecho daño, pero al revisar el calendario notó que tenía un retraso en su periodo.
Era temprano por la mañana, se terminaba de arreglar para ir a la empresa, pero no tenía ánimos de nada, pues el malestar la estaba invadiendo, quitándole todo tipo de fuerzas.
Marko no la llamó, algo extraño, pues era característico de él el estar siempre intenso, dejándola sin espacio para respirar.
Valentina mientras terminaba de arreglarse pensó en la posibilidad de estar embarazada, pues si todo era así, lo más probable es que estuviera embarazada de su difunto esposo. La idea la emocionaba. Tener una parte de él, qué lindo sería…
Se observó en el espejo y posicionó sus ojos en el vientre. Un hijo. Le encantaba la idea, hasta hacerla sonreír de alegría dentro de su turbulenta vida.
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Marko se comportaba como si nada, de hecho, estaba algo servicial. Le llevó a Valentina una ensalada de frutas; tenía en su rostro una sonrisa de perro emocionado, aunque unas enormes ojeras como de no haber dormido nada en días.
Se sentó frente a Valentina y la obligó a comer. Afortunadamente la ensalada le dio buen aspecto a la mujer y se sorprendió al darse cuenta que tenía hambre, así que empezó a comerla.
—¿Recuerdas cuando volvimos a vernos aquí en la empresa? —le preguntó él—. Me sorprendió muchísimo al ver que te habían contratado.
—Sí, lo recuerdo bastante bien —dijo ella. Lo recordaba porque por un momento creyó que él la dejaría en paz, pero fue su pensamiento más ingenuo.
—Recuerdo que llevabas una falda blanca y te llegó el periodo, así que tuve que ir a comprarte ropa —soltó Marko y dejó salir una risita—. Estabas tan avergonzada y nerviosa que temblabas y tuve que abrazarte para que te calmaras.
Valentina dejó de comer, tenía las mejillas llenas de fruta y los sabores se mezclaban en el paladar. No recordaba el incidente de la falda. Era verdad, le llegó el periodo justo en sus primeros días de trabajo, algo que la asustó muchísimo, sobre todo porque le estaba entregando un informe a Marko y él notó que estaba manchada. Se comportó como todo un caballero y la ayudó. Fue justo las acciones que tenía para con ella en aquellos primeros meses que creyó que podrían mejorar su relación. Hasta llegó a recuperar viejos sentimientos por él.
Qué ingenua fue.
—Val, ¿ya no estás enojada conmigo? —preguntó Marko y recostó sus codos sobre el escritorio de cristal.
Ella sabía que hacía alusión a la discusión en su casa.
—No, ya no.
—Eso está muy bien, porque quiero celebrar tu cumpleaños —comentó—. Dime, ¿qué quieres que te de para tu cumpleaños? Pide lo que sea, quiero hacerte feliz.
Pero qué complaciente. Marko Rumanof siendo Marko Rumanof. Como siempre, queriendo comprar a las personas con su sucio dinero. Ya le estaba llenando de joyas carísimas y aun así quería seguir dándole todo lo que ella pidiese.
Debía ser astuta y no descartar la oportunidad que se aparecía ante ella. Desplegó una mediana sonrisa.
—Déjeme pensarlo, así podré pedir algo que valga la pena —soltó con astucia.
Marko la toma de una mano y le da un beso.
Por un momento Valentina pudo sentir algo extraño. La mirada de Marko le quería transmitir algo, era como si quisiera protegerla de algo o… de alguien. Por un instante sintió que él podría ser capaz de dar su vida por ella.
Alejó la mano y siguió comiendo. Se sentía incómoda y al mismo tiempo enojada con ella misma por sentirse mal, había empatizado por unos segundos con él. No podía permitirse ser tan débil, no con el asesino de su esposo.