Freya se dejó llevar por el momento, permitiendo que Damon la guiara hacia la cama. Él la recostó suavemente, sin apartar sus labios de los de ella. Sus manos comenzaron a deslizarse por su cuerpo, quitándose los últimos obstáculos que los separaban. Freya respondió con la misma intensidad, ardiendo en deseo por cada caricia de Damon.
—Te deseo tanto, Freya, —susurró Damon contra su boca, mientras sus dedos jugaban con los bordes de su camiseta.
—Señor…, —respondió ella, con voz entrecortada.
Damon levantó la blusa de Freya, revelando su piel blanca y suave. Sus ojos se posaron en sus pechos, y una ola de deseo la recorrió. Él se inclinó y comenzó a besar su cuello, haciéndola gemir suavemente. Sus manos continuaron recorriendo su cuerpo, deslizándose sobre su piel como si fuera seda.
—Eres tan hermosa, Freya, —murmuró Damon, mientras sus labios seguían descendiendo hacia sus pechos.
Freya se arqueó contra él, sintiendo cómo el deseo se apoderaba de todo su ser. Sus pezones se endurecieron bajo las caricias de Damon, y un escalofrío la recorrió. Él los tomó entre sus dedos, acariciándolos suavemente, mientras su boca continuaba recorriendo su cuerpo.
—Damon, por favor, —susurró Freya, con voz entrecortada.
Él sabía lo que ella necesitaba. Levantó la falda de Freya, descubriendo sus bragas blancas y suaves. Las acarició suavemente, antes de deslizarlas hacia abajo, quitándoselas completamente. Sus dedos encontraron su entrada, húmeda y lista para él.
—Estás tan mojada, Freya, —murmuró Damon, fascinado por el deseo que veía en sus ojos.
Freya era incapaz de decir una palabra.
Damon no pudo resistir más. Se deshizo de sus pantalones, revelando su propio deseo. Se acercó a Freya, colocando su m*****o en la entrada de su ser. La miró a los ojos, preguntándole con la mirada si estaba lista. Freya asintió, con ansias de sentirlo dentro de ella.
Damon entró lentamente, sintiendo cómo el cuerpo de Freya se adaptaba a él. Sus movimientos fueron lentos y deliberados, disfrutando de cada momento en su interior. Freya se aferró a él, con las manos en su espalda, sintiendo cómo el placer se apoderaba de todo su ser.
—Te sientes tan bien, Damon, —susurró ella, con voz entrecortada.
—Tú también, Freya, —respondió él, con voz ronca.
Los movimientos de Damon se hicieron más intensos, y Freya respondió con la misma intensidad. Sus cuerpos se movían al unísono, como si fueran una sola entidad. El placer se apoderó de ellos, haciéndolos gemir y gritar.
—Sí, Damon, así, así —susurró Freya, con voz entrecortada.
—Me perteneces, Freya, solo a mí, —murmuró Damon, con voz ronca.
Freya no pudo resistirse a la intensidad de su voz, y se dejó llevar por el placer. Sus cuerpos se unieron en un clímax intenso y poderoso, liberando todo el deseo y la tensión acumulados. Freya sintió cómo su cuerpo se estremecía de placer, y Damon gruñó su nombre, sintiendo cómo el orgasmo lo abrazaba por completo.
Después de un rato, Damon se apartó suavemente de Freya, acostándose a su lado. Sus cuerpos estaban cubiertos de sudor, y sus respiraciones se entremezclaban en el aire. Freya se acurrucó contra él, buscando el calor que él podía darle al entregarse por segunda ocasión.
—Me perteneces, Freya, —murmuró Damon, con voz suave y cansada.
Freya sonrió creyendo que Damon se quedaría con ella, pero como la vez anterior, se paró después de decir aquellas palabras.
Freya yacía sobre la cama, envuelta en las sábanas, aún sintiendo los latidos rápidos de su corazón mientras su respiración intentaba volver a la normalidad. Creyó que esta vez todo sería diferente, que Damon mostraría algún signo de afecto, alguna señal de que aquello significaba algo más que un momento de deseo pasajero. Pero sus ilusiones se desmoronaron al verlo levantarse sin mirarla siquiera.
Damon se puso los pantalones con calma, su cuerpo perfectamente definido ahora cubriéndose bajo la tela mientras su expresión volvía a esa frialdad impenetrable. Freya lo observó en silencio, con un nudo en la garganta, esperando, deseando que él le dijera algo que le devolviera un poco de esperanza. Pero las palabras nunca llegaron.
—¿Ya te vas? —preguntó en voz baja, sintiéndose estúpida al instante por lo vulnerable que sonaba.
Damon, sin levantar la mirada, abrochó los botones de su camisa.
—Quiero pasta para la cena. —Damon dijo como si se tratara de cualquier cosa.
Ese fue el único comentario que recibió. Sin disculpas, sin una caricia, ni siquiera una mirada que insinuara que lo que había pasado entre ellos significaba algo más que un encuentro físico. Freya sintió cómo su estómago se hundía en la tristeza. Era la segunda vez, y aún así él la trataba como si nada. Sus palabras eran tan contradictorias, le decía que solo le pertenecía a él, pero la trataba como si no valiera nada. ¿Era su objeto?
Las lágrimas picaban en sus ojos, pero se negó a llorar. Se mordió el labio, intentando ahogar la sensación de humillación que la ahogaba lentamente. ¿Cómo había terminado en esa situación? Ella sabía que no debía seguir acostándose con él, sabía que aquello solo la hacía sentirse más vacía. Pero Damon le gustaba tanto… y cada vez que él la tocaba, su cuerpo traicionaba a su mente y la hacía entregarse por completo.
Damon se puso los zapatos sin prisa y se pasó una mano por el cabello desordenado. Ni siquiera le dedicó una última mirada antes de dirigirse hacia la puerta.
Freya, sin poder contenerse, lo llamó:
—¿Por qué haces esto?
Damon se detuvo un momento, aún de espaldas, como si estuviera debatiendo si responder o no. Al final, sin girarse, dijo con esa voz fría y cortante:
—No esperes más de lo que hay, Freya. Tú y yo no somos nada.
Esas palabras la atravesaron como un puñal. Lo había sabido desde el principio, pero escucharlo de su boca lo hacía más real y más doloroso. Damon salió de la habitación sin mirar atrás, dejando a Freya sola con sus pensamientos y la amarga sensación de ser usada.
Ella se abrazó a sí misma, sintiendo el frío de las sábanas ahora vacías. Una parte de ella quería gritar, pedirle que regresara y le dijera que estaba equivocado, que entre ellos había algo más. Pero la realidad era otra, y Freya comenzaba a sentirse como una cualquiera, alguien sin importancia en la vida de Damon.
Se pasó las manos por el rostro, limpiando las lágrimas que finalmente cayeron. No podía seguir así, pero cada vez que él la miraba, ella volvía a caer. Sabía que debía alejarse, pero no sabía si tenía la fuerza suficiente para hacerlo.
Freya se quedó en la cama unos instantes más, mirando el techo con la mente llena de pensamientos confusos. El aire de la habitación se sentía denso, como si toda la energía se hubiera evaporado junto con Damon. Ella deseaba desaparecer, dejar atrás esa sensación de vacío que la acompañaba cada vez que él se marchaba.
En ese momento, pensó en Jack, el hombre misterioso al que había ayudado en secreto. Él le había pedido algo, y aunque Freya no sabía con exactitud qué buscaba, deseó con todas sus fuerzas que lo encontrara pronto. Cuanto antes Jack consiguiera lo que necesitaba, más rápido podría escapar de esa mansión, de Damon y de esa dinámica destructiva que comenzaba a consumirla.
Se sentó en el borde de la cama, envolviendo su cuerpo desnudo con una sábana, como si esa fina tela pudiera protegerla de sus propios pensamientos. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué seguía cayendo en los brazos de Damon si lo único que obtenía era dolor? Cada vez que él se acercaba, ella perdía el control de su voluntad. Pero ahora sabía con certeza que necesitaba huir.