El agua de la manguera salió con tal fuerza que empapó a Benedict por completo. Pero él, con esa típica indiferencia suya, ni siquiera parecía notarlo mientras intentaba, inútilmente, secarse el rostro. Con un movimiento rápido, logro cerrar el filtro, y el agua finalmente dejó de salir con tanta violencia. —Santa... María... —murmuró, quedándose con los labios entreabiertos, pero sus ojos no se despegaban de mí. La situación no podía ser más vergonzosa. El agua había vuelto mi ropa tan transparente que apenas ocultaba algo. Y como si eso no fuera suficiente, el sol que caía directo sobre mí hacía todo aún peor, revelando cada rincón de mi cuerpo bajo la tela mojada. —¿Qué estás mirando? —le espeté, cubriéndome los pechos con los brazos, el calor del momento subiendo a mi cara. —No es