—Bienvenido a casa —dice la madre de Benedict, abriendo la puerta y permitiendo que Francesco lo ayudara a entrar. Yo aún tenía las mejillas un poco rojas después de lo que había sucedido en la habitación del hospital. Ni siquiera me atreví a levantar la mirada hacia la señora Vera, quien había sido testigo de todo lo ocurrido. —Muy bien, príncipe. Dime, ¿te llevo a tu habitación o prefieres estar en la sala? —Puedo moverme solo, tarado —se escucha decir a Benedict, apartándose de Francesco para dar unos pasos. —Ten cuidado, por favor, hijo. Apenas acabas de salir del hospital —dice la señora Vera. —Estoy bien, mamá. No te preocupes —responde él, suspirando mientras cierra los ojos. —Bueno, yo ya debo irme. Danna debe estar esperándome en casa —agregué, dándome media vuelta. Sin emba