—¿Qué demonios significaba esto? Ella estaba toda sucia, harapienta, parecía más una vagabunda. Pero aun así, ¿por qué no podía dejar de mirarla? ¿Por qué no salía ni una sola palabra de mi boca? —¿Qué te pasa, Randall? —me dije a mí mismo—. Reacciona, maldita sea, ¡muévete, estúpido! —me repetía, hasta que junto a ella apareció Elinor. —Randall… —dijo ella, y fue en ese momento cuando mi mente volvió a la normalidad. —Eli, te dije que yo podía contestarle —argumentó su amiga, que aún se encontraba ahí. —Danna, estás toda manchada con cosas del jardín. Mejor ve a lavarte la cara. Yo me quedaré aquí para hablar con mi hermano. —¿Manchada? —preguntó ella, como si no pudiera creer lo que Elinor le decía. Entonces, buscando en el bolsillo de sus pantalones cortos, sacó lo que parecía ser