CHRISTIAN
—Estoy tan feliz de que estés bien —escucho a Ana decirle a su padre. Hace un rato que despertó, por fin, después de tres días.
Odio ver a Ana tan demacrada, pero hoy parece mas renovada. Tal vez por el hecho de que lo que la mantenía en ese estado era el saber que su padre estaba interno aquí.
En estos días nos hemos vuelto más cercanos de lo que nunca pensé. Ella ha estado insistiendo en que le cuente más detalles sobre mi pasado después de lo que le conté sobre Elena, pero cuando le pregunto sobre el de ella, se cierra como una ostra.
—¿Quien eres? —Siento mi respiración detenerse cuando escucho a Ray decir esto. Ana se ha quedado petrificada—. No es cierto, mi niña. No sería capaz de olvidarte. —Ríe con esfuerzo. Ana lo abraza fuerte mientras llora y le susurra algo al oído—. Y a mi me alegra que estés aquí, Annie. —Me siento como un intruso escuchando su privada conversación en una esquina de la habitación.
Me acerco a la camilla y saludo a Ray.
—Señor Steele, es bueno verlo bien. —Le sonrío.
—Christian, muchacho. Es realmente bueno verte otra vez. —Sonríe—. Me cuidas a mi Annie, ¿verdad?
—Por supuesto que sí, señor.
—¿Y cuando me pedirás su mano? —Escucho a Ana jadear de impresión y sé que mi cara es un poema—. Es una broma, chicos. Relajense.
—¡Papá, no juegues así! ¡Es humillante! —Ana cubre su cara con sus manos y yo siento mi rostro calentarse. ¿Me estoy sonrojando?
—Yo espero pedirsela pronto, señor Steele —me escucho decir en voz baja haciendo que Ana levante su cabeza hacia mí como un resorte.
—¿Qué dijiste? —Me quedo en silencio después de darme cuenta que pensé en voz alta.
Ray me saca del apuro. —Annie, cariño, ¿estás bien? Estás tan delgada y demacrada. ¿No que la estabas cuidando, Christian?
—Papá, he envejecido diez años en lo que estuviste en coma. Christian no tiene nada que ver con mi estado. —Me da una mirada que no sabría como interpretar—. Ahora, ¿nos vas a contar qué pasó? Nos dijeron que fue un accidente en coche pero no nos dieron más detalles.
Ray me da una mirada de agradecimiento. Sabe lo que he hecho al omitirle la verdad a Ana y al parecer él sabe lo que pasó.
—Pués... sólo recuerdo que iba hacia la casa cuando sentí el impacto a un costado.
—No te imaginas el susto que me llevé cuando José me llamó. —Ah, sí. José mierda Rodriguez. Está loco por meterse en las bragas de mi Ana. Estuvo aquí ayer y ella lloró en su hombro un buen rato mientras él me daba una mirada retadora, como si Anastasia fuera un jodido objeto. Imbésil—. He estado muriendo aquí y tú no despertabas. —Ana vuelve a llorar y su padre la consuela. Decido salir y darles un poco de privacidad.
—Ana, nena, te espero afuera. —Le doy un sonoro beso en la mejilla y le guiño un ojo a su padre, quien me sonríe con picardía—. Nos vemos luego, señor Steele.
-Hasta luego, señor Grey.
Dos horas depués, Ana y yo estamos recostados frente a frente, charlando en su cama. Esto se ha vuelto una costumbre estos días.
—... y el doctor me dijo que le darán el alta en unos días. ¿Crees que podamos cuidarlo en Seattle? No quiero dejarlo aquí solo mientras está en recuperación.
Su dulce voz me tiene embelesado. Sin pensarlo y por inercia, mi mano toma un mechón de su cabello y lo llevo detrás de su oreja. Mantengo mi mano en la suave piel de su mejilla y entonces mi ojos caen en su labios. En sus rojos y deliciosos labios.
¡Dios! Quiero besarla tan fuerte.
—¿Qué pasaría si te beso? —Me acerco más a ella, relamiendo mis labios.
—Te seguiría el beso. —Su respuesta me hace sonreír. ¿Es este un buen momento para hablar de mis sentimientos hacia ella?
—¿Y si quiero ir más allá?
—No te detendría.
Mis labios rozan los suyos y la escucho suspirar.
—¿Y si te digo que me gustas? —Retengo la respiración esperando una respuesta. Sus ojos azules se abren sorprendidos.
—Te diría que también me gustas. Mucho. —Mis ojos no se apartan de los suyos y mi corazón se acelera como nunca.
Esta vez la beso con fuerza, pero a la vez con suavidad. Nuestras lenguas se entrelazan mientras me cierno sobre ella acercándome hasta lo imposible sin llegar a aplastarla. Sus manos llegan a mi cabello y da un pequeño jalón que me hace gruñir en su boca. Entonces, nos separamos por la falta de aire.
Apoyo mi frente en la suya intentando calmar mi acelerada respiración.
—Y tú me gustas mucho. Mucho. Mucho. —Comienzo a besar desde sus parpados hasta llegar a su cuello.
La ropa empieza a estorbar y me tomo mi tiempo para desnudarla. Beso su delgadisímo vientre y vuelvo a subir para saborear sus tetas.
Esto es tan irreal.
Sus ruiditos me tienen al borde.
Al momento en que estoy dentro de ella, todo a mi alrededor desaparece. Solo somos ella y yo.
Madre mía. La amo tanto. Siento que ya no soy capaz de esconderlo.
Le hago el amor tiernamente. Embistiendola de manera lenta. Intentando demostrar lo que no puedo decir con palabras.
Mi corazón late fuerte contra mi pecho. La escucho gemir suavemente.
—Oh, sí... Más rápido, Christian.
—No, nena. Quiero que sea...lento. ¿Sientes eso, Ana?
—Sí —susurra en un jadeo. Su cuerpo está brillante por la transpiración y yo siento las gotas resbalar por mi frente, cuello y pecho.
Cuando siento su cuerpo tensarse bajo el mío, acelero mis embestidas. Entro y salgo. Entro y salgo. Entro y salgo. No hay nada mejor que esto.
Ana gime fuerte mi nombre cuando se corre y entierra sus uñas en mi espalda. Gruño y la sigo con un fuerte orgasmo.
Me desplomo a un lado de ella y la llevo conmigo apoyándola en mi pecho. Estamos pegajosos y sudorosos pero no podría estar mejor que ahora.
Entierro mi nariz en su pelo. Siempre huele tan bien.
—Lo que siento por ti me asusta —la escucho murmurar en mi pecho con un suspiro.
¿Lo que siente por mí?
—A mí también —murmuro en su pelo. Aún desconcertado por el hecho de estar teniendo una conversación como ésta con la mujer de mi vida.
Algún día quisiera decir que llevo 60 años amando a la misma mujer.
El conflicto aquí es que, si sigo sin decirselo, esa frase cambiará a algo como que llevo 60 años amándo a la misma mujer... el problema es que ella nunca se enteró.
Salgo de esos tormentosos pensamientos y la abrazo más fuerte a mí. Siento su respiración relentizarse y entonces sé que se ha dormido.
—Te amo —soy capaz de murmurar, sólo porque sé que ella no me escucha... o eso espero.