Después de comer una grotesca cantidad de papas fritas con kétchup, Winter se relajó en el asiento. Llevábamos más de dos horas de vuelo, cuando le pregunté si quería escuchar música. Negó, diciéndome que quería saber a dónde íbamos. Winter no descansaría hasta sacarme la información, así tuviese que apuntarme el estómago con el cuchillo de mantequilla que le dieron para las papas. —Podrías dormir —la animé a descansar—. Faltan varias horas. —¿Me llevas a China? —No esta vez —bromeé. Winter me pateó con el filo de la bota. Me dolió como el infierno. —Es para que la próxima vez que salgamos, me anticipes. Una vez que me pateó, buscó la venda en el bolsillo de su pantalón y se la colocó. No solo estaba casado con una mula rabiosa, sino que Winter era adorable cuando dormía. Para que