—Gracias —retribuí—. Aquí bajaremos. El hombre abrió nuestras puertas, ajusté el botón de mi saco y extendí mi codo para que Winter lo sujetara. Caminamos a la entrada, ambos envueltos en una gruesa chaqueta para soportar el frío. Subimos hasta el mirador en auto, porque Winter no llevaba calzado para pedalear. Aun con el clima que quemaba la piel, muchas personas compraban recuerdos y se fotografiaban junto a las cataratas congeladas, mientras subían en bicicleta. No era la mejor época, pero la vista era hermosa. El color que proyectaban las luces que impactaban el agua, era precioso. Una parte del agua, la imponente e indomable, descendía en un riachuelo, mientras el resto estaba tan congelado como un glaciar. La pequeña cantidad que descendía era suficiente para elevar la neblina, g