El resto del día transcurrió con su habitual rutina. Regresó del trabajo, se dio una ducha, salió a correr, soportó las miradas indiscretas de Gabriel y volvió a ducharse. Alguna vez su novio le había preguntado por qué se bañaba tres o cuatro veces al día. A lo que Sara respondió: ¿y cuántas veces al día se supone que debería bañarme? João prefirió no insistir con el tema.
Esa noche cenó sola. Todavía estaba enojada con su novio por haberse quedado jugando con la compu en lugar de disfrutar la cena casera que ella había preparado con tanto esmero.
Después la religiosa y obligada cuarta ducha del día, se acostó vistiendo solamente un viejo top deportivo color gris y una pequeña bombacha blanca de algodón.
Era más tarde de lo acostumbrado, porque tuvo que pasar un par de horas respondiendo unos email que le habían quedado pendientes del trabajo. Si hacía eso, al otro día tendría una jornada mucho más amena, y también ahorraría tiempo a las personas que esperaban una respuesta.
Durante el día estuvo pensando en una práctica que solía utilizar unos años atrás para relajarse antes de dormir: leer un poco. Aunque sea unos minutos. La lectura ayuda a centrarse en un tema distinto a las preocupaciones que vienen a molestar cuando se intenta dormir. Por eso al salir de su trabajo pasó por una librería cercana, le llamó la atención un libro titulado The Flight Attendant, escrito por Chris Bohjalian. Al parecer esta novela había sido adaptada en una serie por HBO, con Kaley Cuoco como protagonista. La premisa le llamó la atención: una auxiliar de vuelo se despierta en un hotel junto a un desconocido… que está muerto.
“Quizás debería leerlo para saber qué hacer si un día me despierto y el pelotudo de mi novio se olvidó de respirar”, pensó.
La historia la atrapó desde la primera página. Estaba recordando por qué disfrutaba tanto de la lectura y se preguntó por qué la había dejado de lado si siempre fue una buena compañía.
No había llegado ni a la página treinta cuando de pronto…
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!
—¡No, otra vez no! —dijo en voz alta, mientras bajaba el libro.
Al rítmico golpeteo lo acompañaron gemidos femeninos.
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!
Miró su celular. No lo podía creer, ya era la una de la madrugada. Tenía que dormirse ya, de lo contrario le costaría mucho levantarse al día siguiente. Sara salió disparada de la cama, dispuesta a poner fin al incesante ruido.
Como siempre, el pasillo desierto. Al parecer ella es la única que escucha los ruidos provenientes de departamento de Hakim… o la única con coraje suficiente como para hacerle frente.
Tocó el timbre una, dos, tres veces… antes del cuarto timbrazo, Hakim abrió. Esta vez solo asomó el torso por un lado del marco.
—Ah, hola Sara. Buenas noches. ¿Qué se te ofrece?
Ese sujeto se comporta de una forma tan amable que Sara simplemente no es capaz de gritarle o hablarle en tono agresivo.
—Disculpá, Hakim… me imagino que estarás pasándola muy bien; pero… no te olvides que la pared de tu pieza y de la mía son la misma…
—Uy, perdón. Es que a veces me dejo llevar y…
— ¿Quién es? —Preguntó una voz femenina desde adentro.
—Hola, Natalia. Soy yo, Sara.
—¿Quién es Natalia?
La puerta se abrió más y apareció una mujer completamente desnuda, pero definitivamente no era Natalia. Esta parecía más joven, quizás de unos treinta años, tenía el cabello n***o y lacio hasta los hombros. En lo que sí se parecían era en contextura física, las dos portaban una buena delantera, cintura estrecha y anchas caderas. Además de que llevaban el pubis completamente depilado. A Sara le resultaba incómodo ver mujeres desnudas, pero sin pelitos ahí abajo le resultaba aún peor. Ella lo lleva así, con vellos prolijamente recortados. Al menos los pelitos hubieran ayudado a disimular un poco, sin embargo podía ver perfectamente la división de los labios vaginales. Otra detalle que le llamó la atención es que la mujer tenía puesto un choker n***o, muy sencillo, pero que destacaba mucho en un cuerpo completamente desnudo.
—Perdón, te confundí con alguien más.
—¿Ah sí? Ahora estoy intrigada —a la mujer parecía no molestarle en absoluto que Sara la viera desnuda—. ¿Quién es esa tal Natalia? ¿Hakim, a vos te suena ese nombre?
—Este…
—Ay, perdón, Hakim. No quería meterte en un problema —se disculpó Sara.
—¿Y esta chica también es amiga tuya? —Preguntó la morocha.
—Es mi vecina.
—Y ya veo que es una vecina de mucha confianza, para venir a tocar el timbre a la una de la mañana en ropa interior.
Sara se sintió una estúpida. Salió tan rápido y tan enojada de su casa que olvidó ponerse un pantalón.
—Emm… no quiero causar problemas. Mejor me voy.
—No, chiquita, vos no te vas a ninguna parte. Antes me gustaría aclarar algunas cosas con vos. Adelante…
La morocha se hizo a un lado y le indicó que se sentara en un gran sofá en forma de L. Sara solo quería volver a su depto, para intentar dormir; pero sentía que había puesto a Hakim en un aprieto, por abrir la bocota antes de tiempo, y no quería que esto terminara peor para su vecino.
Sara entró y se sentó en el brazo más corto de la L. Hakim prefirió el brazo más largo y usó un gran almohadón para cubrir su desnudez. Lo hizo tan rápido que Sara no alcanzó a ver más que un fugaz meneo.
La mujer desnuda se sentó a su lado y sonrió.
—Antes que nada, me presento. Mi nombre es Vany. Encantada de concerte, Sara.
—Igualmente —respondió ella, muy tensa—. Yo solo venía a pedirles que bajen el volúmen…
—¿Segura? Porque yo tengo otra teoría.
—¿Y cuál sería?
—Creo que vos sos muy amiga de Hakim y viniste a divertirte un rato con él… y con esa tal Natalia.
—No, nada que ver. Yo tengo novio…
—¿Y eso qué tiene que ver? No sería el primer caso de infidelidad del mundo.
—No soy esa clase de mujeres. Yo… em… solo cometí un error.
—Tranquila, Sara. No intento causarte ningún problema —Vany mostró una amistosa sonrisa—. A mí no me molesta en absoluto que Hakim se haya acostado con esa tal Natalia, con vos o con quien sea. Sé muy bien que soy una más de sus amantes.
Sara miró a Hakim, él se limitó a sonreír con simpatía e inocencia, como si dijera: “Yo no tengo nada que ver con este asunto”.
—Entonces… em… si no te molesta ¿puedo retirarme?
—No hace falta que salgas corriendo, linda —Vany volvió a sonreír—. Si viniste a pasarla bien, podemos hacerlo juntas. Hay mucho Hakim para compartir, si es que entendés a lo que me refiero… —le guiñó un ojo.
—Em.. este… yo…
—No seas tan tímida, chiquita. Hace dos minutos a mí me estaban dando tremenda cogida. No te das una idea de lo bien que la estaba pasando… hasta que vos tocaste el timbre. Vení… ¿podés ver lo mojada que estoy?
No tuvo tiempo para reaccionar, Vany le sujetó la mano izquierda y la guió hasta su entrepierna. Sara se quedó pasmada. Sus dedos estaban haciendo contacto directo con el sexo de otra mujer… y sí… sí que podía sentir la humedad de esa concha.
—Y algo me dice que vos también estás mojadita —le dijo Vany, mirándola a los ojos. Sara sintió cómo los dedos de esta mujer se metían dentro de su bombacha blanca, acariciaban su vello púbico y luego llegaban hasta el clítoris. No lo podía creer. Ella que nunca participó en ningún acto s****l lésbico recibió toqueteos de otras mujeres en el transcurso de dos días. La diferencia entre Natalia y esta mujer era que Vany no actuaba de forma tan agresiva, sus dedos le estaban dando suaves caricias en el clítoris. Suaves y muy precisas, tanto que la hicieron vibrar desde la punta de los pies hasta los pezones, los cuales se le pusieron duros al instante.
—No te confundas Vani…
No alcanzó a completar la frase. Vany estrelló sus labios contra los suyos. Sara abrió la boca de pura sorpresa y esto le sirvió a la amante de Hakim para mater la lengua. En ese mismo instante pudo sentir como dos dedos se colaban dentro de su concha, y sin saber por qué, su mano acarició el sexo húmedo sexo de Vany. Fue instintivo. Visceral. Nació desde un área de su cerebro en la que ella ya no tenía control. Esta caricia involuntaria envalentonó a Vany, quien dejó caer parte de su cuerpo sobre el de Sara. Los pechos de ambas mujeres quedaron aplastados entre ellas.
Sara solo quería explicarle que ella no había ido con la intención de “pasarla bien”. Solo pretendía que bajaran un poco el volúmen para que ella pudiera seguir durmiendo. No pudo decir nada de esto porque su cuerpo cayó hacia atrás, quedando acostada en el sofá, con todo el cuerpo de Vany sobre ella.
—No seas tímida, mamita, meteme los dedos…
Esta situación que se estaba saliendo de control le trajo recuerdos de una muy similar que vivió cuando tenía unos diecinueve años y aún frecuentaba discotecas. Si alguien le pregunta a Sara si alguna vez tuvo un acto s****l lésbico, ella jurará que no. Jamás. Ni una sola vez. Sin embargo… aquella noche…
Había bebido más de la cuenta, y todo por culpa de una chica muy simpática que conoció en la misma discoteca. Ni siquiera podía recordar su nombre. Comenzaba con S. ¿Susana? ¿Samantha? ¿Selene? ¿Sabrina? No importa. Lo que nunca olvidaría era ese cabello rojo intenso y esos ojos verdes de gata. La colorada acaparaba las miradas de todos los presentes, pero por algún motivo parecía más interesada en Sara. Podría haberle explicado a esta preciosa muchacha que a ella no le interesaban las mujeres, pero estaba algo entonada por el alcohol y quería sacarse de encima a un par de idiotas que no dejaban de hacerle insinuaciones. Le pareció divertido seguirle el juego a la pelirroja.
Pero el alcohol le jugó en contra. Antes de que se diera cuenta ya estaba en un rincón oscuro y poco transitado de la discoteca comiéndole la boca a esa hermosa mujer que… por dios, tenía un gran talento para besar. “Ojalá los hombres besaran así de bien”, había pensado Sara en ese momento. Y no fueron solo besos. La colorada de ojos de gata metió su mano dentro del pantalón de Sara… o al menos lo intentó. Era un jean muy ajustado. Cuando Sara notó la lucha de la pelirroja se hartó del maldito pantalón y ella misma lo desprendió. Si alguien le preguntara por qué lo hizo, no sabría qué responder. De hecho, suele evitar recordar este momento, porque tuvo muchas actitudes que no puede explicar. Prefiere decir: “Era muy joven, estaba cachonda y muy borracha. Fin del asunto”. Pero en algún rincón oscuro de su mente sabe que fue ella la que le permitió a la colorada meterle mano. Ya con el pantalón desabrochado fue muy fácil para ella. Sus dedos acariciaron el clítoris tan solo unos segundos y luego se fueron directo hacia adentro. A veces, al masturbarse, Sara aún puede recordar exactamente lo que sintió cuando esos dedos la profanaron. Cómo su cuerpo ardió por un deseo prohibido.
Disfrutó de los besos y los toqueteos con la mente totalmente en blanco, se dejó llevar por la situación como un náufrago que se deja llevar por la corriente.
“Meteme los dedos”, le había susurrado esa gata pelirroja al oído.
Y ahora estaba con otra desconocida en una situación que no podía controlar y la petición era la misma: una mujer hermosa que le pedía… se suplicaba, que la ultrajara. Que explorara su sexo por dentro. Y al igual que con la colorada, Sara obedeció.
Dos de sus dedos se metieron dentro de la concha de Vany. Un escalofrío le cruzó el cuerpo cuando la escuchó gemir. Sabía que ella había provocado esa expresión de placer. Vany estaba muy dilatada y mojada, Sara pudo mover los dedos con total libertad. Su concha también estaba siendo explorada; pero ella la tenía más apretada.
—Despacito que soy estrecha —dijo en un susurro.
Y de inmediato pensó: “Pero Sara, ¿por qué carajo le estás dando a esta mina instrucciones para tocarte? ¿Qué carajo te pasa?”. Lo peor de todo era que esta vez no podía culpar al alcohol. No había bebido ni una sola gota.
—Uy, se ve que ya estás aflojando… ¿querés que lo llame a Hakim?
—¡No! —Sara se puso de pie de un salto, apartando a Vany—. No te confundas conmigo, flaca. Yo no soy lesbiana ni vine acá a “pasarla bien”. Solo quiero que dejen de hacer ruido, nada más. Quiero dormir en paz. ¿Es mucho pedir?
—Te pido mil disculpas —dijo Hakim, bajando la cabeza.
Sara salió del departamento hecha una furia.
Pero lo que más rabia le dio fue tener que acostarse con la concha tan mojada. A pesar de que ahora no tenía una sinfonía s****l ocurriendo en la habitación de al lado, Sara tuvo que masturbarse. Lo hizo con más furia de lo habitual, como si quisiera deshacerse de esa incómoda excitación que le había producido esa mujer.
—Otra puta asquerosa —dijo mientras se metía los dedos a toda velocidad.