En esta situación me encontraba cuándo estaba a punto de cumplir treinta años y continuaba viviendo solo en mi vivienda, convertida en “picadero”, sin haber conseguido entablar una relación estable cuándo, sin proponérmelo, todo cambió por completo en la todavía noche cerrada de una fría y húmeda mañana del mes de Noviembre. Me dirigía andando a mi trabajo e iba fumando un cigarro. Me detuve ante un semáforo en rojo y unos instantes más tarde se colocaron a mi lado dos jóvenes estudiantes que vestían el uniforme reglamentario de un centro escolar próximo al lugar en el que desarrollaba mi actividad laboral. No pude evitar mirarlas de reojo y me parecieron dos auténticos bombones, un par de diamantes sin pulir. Aunque ambas tenían el cabello moreno y una estatura similar, la de menor altura