Estuvieron tranquilas estudiando y viendo series en la tele, de vez en cuando le pedía un café a Nerea, que me traía encantada, y se quedaba un rato rozándome los pezones, y jugando con uno mío. Disimulaba bien, y ya no se extrañaba ninguna de darme cariño delante de la otra, siempre que no fuera descarado. Pasemos casi toda la mañana, y se me acerco Montse, me pego sus tetas al costado, y me dijo al oído: —¿Cuándo podemos jugar? Me dejo un poco a cuadros, pero la entendía, ella ya había descubierto el placer de la carne, y se merecía dárselo, y más con ese cuerpazo de “Curvi” con gafitas de empollona, que ponía a mil a cualquiera. —Pronto cariño, primero tenemos que ir a hablar con una buena amiga mía, y te diré cuándo. Pero debes tener paciencia. ¿Vale?— le dije acariciándole un pezó