Les seguí pausadamente hasta el vestuario masculino. Al entrar en él, el joven se quitó la toalla dejando al descubierto su minga, sus huevos y su culo que, como me encontraba detrás de ellos, fue lo único que le pude ver. Los demás hombres, algunos en bolas, se asombraron y hasta se indignaron por la presencia de la dama que, con las tetas al descubierto y actuando con la mayor naturalidad del mundo, se la empezó a menear al llegar al umbral de la puerta que daba acceso a uno de los aseos ante la atenta mirada de medía docena de curiosos mucho más interesados en verla lucir sus “peras” que en observar como se la “cascaba”. En cuanto entraron en el aseo y cerraron la puerta me dirigí al contiguo, comprobé que estaba vacío, me metí en él y me dispuse a escucharles. Lo primero que oí es que