—¡Gabriel! —Perdón, fue sin querer. Es que ahora va a tardar un rato en bajar. —No me molesta que la tengas dura todo el día, siempre y cuando la dejes afuera. —Quizás lo mejor sea dejarla ahí. —¿Por qué? —Porque al menos así la puedo dejar quieta. El motivo le pareció tan absurdo como sensato, por partes iguales. ¿Se molestaría si le pedía que retrocediera? ¿Se lo tomaría como un rechazo? —Está bien, pero prometeme que no la vas a mover. —Lo prometo. Sara se mordió el labio inferior. ¿Cuánto tiempo más tardaría en acondicionar la ducha? Ahora la estaba envolviendo con una goma elástica negra. Con eso tapó el agujero que tenía el caño. —Tengo que atar esto con alambre —dijo—. Para que quede bien firme y no se salga. —Sí, sí… hacé lo que tengas que hacer. Dios… uf… Gabriel, la es