Un par de días más tarde Sara invitó a João, su novio, a comer unas milanesas con puré caseras que ella había preparado con mucho entusiasmo. Esperaba una velada tranquila: cena, una copita de vino, una ducha en pareja y algo de sexo rápido antes de dormir. No pretendía acostarse muy tarde porque al otro día tenía que trabajar. Lo que no esperaba era tener que ir a la cama con mal humor.
Mientras esperaba que la comida estuviera lista, João se puso a jugar al League of Legends en la computadora de escritorio que Sara tiene en su living. Ella sabe que su novio aprovecha a usarla porque “tu compu es mucho mejor que la mía, Sari”. Cómo detesta que su novio le diga “Sari”. João se la pasa diciendo que en la compu de Sara el juego funciona a la perfección y “con una alta tasa de fps, amor”, lo que sea que eso signifique.
El problema no fue que João jugara con la compu, sino que lo hiciera en el preciso momento en que Sara sirvió las milanesas con puré en la mesa.
—Ya voy, amor —le dijo él, sin apartar la mirada de la pantalla—, es que recién empiezo una nueva partida.
—Bueno, podés cerrarla…
—No, no puedo… es una partida clasificatoria. Si salgo ahora me van a penalizar.
—Pues qué mal… porque la comida ya está lista y no pienso recalentarla.
—Son unos minutos, nada más…
La susodicha partida se extendió durante cincuenta minutos. Sara comió sola, masticando con bronca y malhumor, y el resto de la comida se enfrió.
—Uf, ahora sí… a comer… —dijo João, cuando se puso de pie—. Perdimos y lo único que me puede poner de buen humor son tus milanesas.
—Ok, muy bien. Las comerás en tu casa, porque yo me voy a dormir.
Le entregó a su novio un taper con la comida sobrante, solo porque se apiadó de él. Sabía que João terminaría cenando galletitas dulces o algo así si ella no le daba las milanesas.
—Pero, amor… yo…
—Nada de amor ni de disculpas. Andá a tu casa João, si no querés que terminemos discutiendo. Te invité a comer, trabajé todo el día y te hice milanesas caseras y vos te quedaste con ese puto jueguito todo el tiempo. Te vas a tu casa, porque yo mañana tengo que trabajar.
João abrió la boca para iniciar su defensa, pero la mirada asesina de su novia lo disuadió. Sabía que discutir con ella solo empeoraba las cosas y de nada serviría explicarle por enésima vez las consecuencias negativas de abandonar una partida clasificatoria en League of Legends. Resignado agarró el taper con las milanesas y se fue a su casa.
Sara se desnudó y se metió debajo de la ducha. No permitiría que una absurda discusión con su novio le arruinara el día… pero… “Qué bronca, la puta madre… ¿este pelotudo no sabe lo que tardé en hacer esas putas milanesas?”
Luego de ducharse se puso una tanga color n***o y una camiseta blanca que alguna vez perteneció a João y le quedaba grande. Era muy cómoda para dormir.
Cerró los ojos e intentó conciliar el sueño. “Mañana será otro día”, se dijo a sí misma. Tenía que trabajar, pero eso no le molestaba. El trabajo era parte de su plan, y siempre y cuando las cosas no se complicaran en la oficina, podía lidiar con eso. Sus párpados se volvieron muy pesados, la temperatura era agradable, y el murmullo de los autos en la calle le llegaba de lejos, algo a lo que ya se había acostumbrado. Estaba cayendo en los brazos de Morfeo, y de ponto…
¡Paf!
¡Paf! ¡Paf!
¡Ay, sí… así… así!
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!
¡Fuerte… así! ¡Aahhh!
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!
“¿Pero qué carajo está pasando?”, Sara se sentó en la cama y miró hacia la oscuridad.
¡Paf! ¡Paf! ¡Ay, sí… así! ¡Paf! ¡Paf!
El golpeteo era constante y resonaba como si estuviera ocurriendo dentro de su habitación. Encendió el velador y salió de la cama rápidamente. Miró la pared en la que se apoyaba su cama.
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!
Era como si alguien estuviera golpeando la pared con un mazo de madera…
¡Ay, sí… dame duro!
…y una mujer recibiera esos golpes, algo que parecía complacerla mucho.
Sara estaba confundida, porque había estado muy cerca de quedarse dormida. Su cerebro tardó unos segundos en llegar a la única conclusión lógica: sus vecinos estaban cogiendo.
“Esto no lo puedo permitir”, se dijo a sí misma. No le importaba en absoluto la vida s****l de sus vecinos; pero era imposible dormir con tanto ruido… y al otro día ella tenía que trabajar.
Sara salió de su departamento dando fuertes talonazos al piso alfombrado. El pasillo estaba desierto, tan solo había cuatro puertas. La de su departamento, la de una amable señora que vivía sola (justo frente a Sara) y a su lado vivía una pareja de recién casados. Frente a ellos estaba la puerta del nuevo y ruidoso vecino. Sí, justo al lado del departamento de Sara.
Tocó timbre, colérica, y aguardó mientras caminaba de un lado a otro, como un tigre enjaulado. Volvió a tocar el timbre y apenas unos segundos más tarde presionó el botón por tercera vez. Quería dejar bien en claro su molestia, por lo que se preparó para pulsarlo una cuarta vez; pero la puerta se abrió.
Sara se quedó anonadada, la mandíbula casi se le cayó al piso. Frente a ella apareció un gigante de piel tan oscura como el ébano. Debía medir un metro noventa, con toda facilidad. Ella debía levantar la cabeza para poder mirarlo a los ojos. El hombre tenía el pelo corto y rapado a los lados, le sonreía con simpatía. Estaba completamente desnudo y cubría sus vergüenzas con un toallón blanco.
—Hola ¿En qué puedo ayudarla? —Preguntó el hombre en perfecto castellano, aunque había un acento extraño que evidenciaba que no estaba hablando su lengua natural.
—Em… hola… —la rabia efervescente de Sara se vio disipada al instante. Hasta se sintió una imbécil por haberle tocado tantas veces el timbre a su nuevo vecino—. Yo soy Sara, vivo en el departamento de al lado. Este… —ella no pudo dejar de notar los definidos pectorales de ese hombre, estaban cubiertos con sudor y brillaban con la luz del pasillo—. Disculpá que te moleste, pero… emm… estás haciendo un poco de ruido. Mi cama está justo del otro lado y escucho todo…
—Uy, te pido disculpas. No me di cuenta…
El hombre siguió excusándose pero Sara no escuchó el resto de las palabras. Ella se quedó boquiabierta cuando bajó la mirada y se encontró con algo ancho que sobresalía por encima de la toalla. Al parecer el tipo no se dio cuenta de que esa toalla era demasiado pequeña para su corpulenta anatomía y eso que asomaba solo podía ser… ¿su pene?
Si bien Sara solo estaba viendo el comienzo de ese m*****o, no podía dar crédito a sus ojos. ¿Qué tan grande debía de ser ese pene para que la base fuera así de ancha? Cuando levantó la mirada se encontró con que ese sujeto le estaba mirando las piernas. Se sintió una estúpida. Había salido de su casa en ropa interior. Por suerte la camiseta alcanzaba a cubrirle la tanga, pero de todas maneras estaba mostrando más de lo que le hubiera gustado.
Detrás del tipo apareció una mujer rubia de grandes pechos y anchas caderas, estaba completamente desnuda y tenía el pubis depilado. Debía tener unos cuarenta años muy bien conservados, quizás un poco más.
—Hakim ¿Vas a demorar mucho? —Preguntó la mujer—. ¿Quién es esta?
Por su forma de hablar y por el modo en que la señaló, Sara dedujo que la mujer estaba alcoholizada.
—Es Sara, mi nueva vecina. Por cierto, yo soy Hakim Diabaye. Encantado de conocerte.
—Em… sí, claro… este… no quiero quitarte más tiempo, Hakim. Disculpá que haya venido a esta hora a tocarte el timbre, pero…
—Sí, entiendo. No te dejábamos dormir con tanto ruido. Lo voy a tener en cuenta.
—Perfecto. Perdón por interrumpir. Em… que descansen.
Sara volvió a su departamento con el corazón acelerado. No pretendía ver a su nuevo vecino prácticamente desnudo ni tampoco esperaba encontrarse con una mujer toda sudada, producto de un vigoroso acto s****l. De todas maneras ya había transmitido su mensaje, con suerte esta escena no volvería a repetirse.
Se acostó en su cama y esta vez sí pudo conciliar el sueño.
¡Paf!
¡Paf! ¡Paf!
Sara abrió los ojos e instintivamente tomó su teléfono celular. Eran las tres de la madrugada. Los ruidos llegaban desde el departamento contiguo.
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!
No eran tan potentes como antes, pero estaban allí. Giró en la cama y se tapó la cabeza con la almohada. El golpeteo sordo continuó y pudo escuchar los gemidos de la rubia. Sonaban apagados, como si ella intentara contenerlos. Aún así podía oírlos.
Una vez más dejó la comodidad de su cama para tocar el timbre del tal Hakim. Tuvo que insistir tres veces. Antes del cuarto timbrazo, la puerta se abrió y ese hombre que parecía estar tallado en ébano se personó frente a ella.
—Hola, Sara… —saludó con una simpática sonrisa—. ¿En qué puedo ayudarte ahora?
—Emm… este… disculpá que te moleste otra vez —ella habló en voz baja, manteniendo un tono comprensivo, no quería parecer enojada—. Lo que pasa es que sigo escuchando ruidos… y son las tres de la madrugada…
La mirada de Sara bajó automáticamente hasta la toalla que cubría la parte inferior de Hakim, esta vez la tenía más arriba. Creyó que eso le ahorraría el incómodo momento de ver el m*****o de ese hombre asomándose; pero no fue así. Sus ojos se abrieron como platos al ver algo que asomaba… por debajo. ¿Cómo puede ser esto posible? La toalla no es tan pequeña. Cubría casi hasta las rodillas de Hakim. Y sin embargo, allí estaba la punta de lo que claramente era un glande. Oscuro y brillante, como si lo hubieran lustrado recientemente.
—...por eso no me di cuenta que estábamos haciendo tanto ruido… ¿Estás bien?
Sara volvió a la realidad. Se dio cuenta de que no había estado prestando atención a las palabras de Hakim. Se había quedado petrificada mirándole la punta del pene asomando debajo de la toalla con el corazón en la boca. ¿Pero de qué tamaño la tiene este tipo? Es un animal. Había escuchado que los afrodescendientes estaban muy bien dotados, pero no recordaba haber visto uno desnudo para comprobar si este mito era cierto.
—Sí, sí… estoy bien… solo un poco dormida…
—Perdón por haberte despertado. No estoy acostumbrado a tener vecinas. Un gusto conocerte —él le tendió una mano, era gigantesca. Ella la estrechó y esos enormes dedos envolvieron los suyos hasta hacerlos desaparecer por completo—. Espero que este incidente no afecte la buena convivencia.
—No, no… quedate tranquilo. Una vez más, disculpame por… —Sara se quedó muda al ver a la rubia apareciendo un par de metros detrás de Hakim, la vio apenas por un segundo y le pareció que esa mujer tenía la cara cubierta de un líquido blanco y espeso… pero no, tuvo que ser su imaginación. O quizás ella estaba usando alguna clase de crema facial nocturna. No podía tratarse de… ¿o si?—. Em… no te interrumpo más, no quiero molestar a tu novia.
—No es mi novia.
—Ah, ¿están casados?
Hakim comenzó a reírse, sus dientes parecían perlas.
—¿Yo? ¿casado? Se nota que no me conocés —respondió—. Ah… ya que estás acá, Sara… —dijo con su extraño pero encantador acento—. ¿Podrías hacerme un favor enorme? Te prometo que no hago más ruido.
—¿Qué favor?
—¿Podrías preguntarle cómo se llama?
Sara volvió a quedarse muda con la boca abierta. Reaccionó porque pensó “Este tipo va a creer que soy idiota”.
—¿Ni siquiera sabés cómo se llama?
—No. Sé que me dijo su nombre, pero no me lo acuerdo. Y… me cae bien, quizás vuelva a llamarla. Pero no puedo hacerlo si no sé cómo se llama. Ahí vuelve del baño… —susurró—. Hey, rubia, la vecina quiere conocerte.
Hakim se hizo a un lado y dejó ver a esa mujer que irradiaba sexo por cada poro. Sus pezones estaban duros, el cuerpo cubierto de sudor, su v****a claramente húmeda. Cualquier cosa que haya tenido en la cara, ya había sido lavada.
—Ah, hola de nuevo —se apresuró a decir Sara, sin saber cómo había hecho para meterse en esta situación incómoda—. Un gusto… ¿cómo te llamás?
— ¿Y para qué querés saberlo? —Respondió la rubia, con tono desafiante—. No te conozco y vos no me conocés a mí. Prefiero que las cosas sigan siendo así.
—Ah, ya veo… sos casada.
—¿Y a vos qué mierda te importa, flaquita? ¿O sos una de las putas que se coge Hakim?
—No soy ninguna puta —Sara frunció el ceño y levantó la voz.
—No se peleen, chicas —intervino Hakim—. Sara solo preguntó para ser amable, no intenta meterse en tu vida. Solo quiere ser amiga.
Sara no podía dejar de mirar cada centímetro de la desnudez de esa mujer, en especial los pezones y su v****a. No estaba acostumbrada a hablar frente a personas desnudas, ni siquiera mujeres. El solo hecho de tener a alguien sin ropa frente a ella la ponía nerviosa.
—Ah, ya entendí. Bueno, está bien… pido disculpas —dijo la rubia. Cerró los ojos, tomó aire, exhaló y de pronto sonrió, como si fuera otra persona—. Empecemos otra vez, como si recién nos conociéramos. Encantada, mi nombre es Natalia. ¿Y? ¿Qué te parece lo que ves? —Natalia posó con altanería y sensualidad, acarició sus pechos, bajó por su vientre hasta llegar al pubis, abrió dos dedos para enmarcar su concha y luego siguió viaje por sus piernas.
—Em… sos muy bonita —respondió Sara, por pura cortesía.
—Vos también lo sos. Si querés entrar a coger con nosotros, te aseguro que la vas a pasar bomba. Hakim no se cansa nunca y yo seré casada, pero comer conchas es mi segundo pasatiempo favorito —la mujer se le acercó, con pasos fogosos, metió la mano debajo de la camiseta de Sara y acarició con gran destreza justo en la línea que divide su v****a en dos—. Me encantaría que te sientes en mi cara y me acabes en la boca, bombón.
Sara dio un salto y retrocedió cómo si le hubieran dado una descarga eléctrica.
—Hey… no, no… no te confundas, Natalia… yo no vine para eso… yo… a mí no me gusta… es decir, sos una mujer muy hermosa; pero yo… no hago esas cosas. —El cuerpo todavía le estaba vibrando por la forma en que la tocó Natalia. Esa mujer había conseguido acertar en una zona hiper sensible de su sexo, y no sabía cómo lo había conseguido sin siquiera mirar—. Solo vine a pedir que hicieran menos ruido.
—¿Segura? Por cómo estás vestida, a mí me parece que viniste buscando guerra —dijo la rubia—. Pasá, flaquita, no seas tímida. —Natalia salió al pasillo, se le acercó y volvió a acariciarle la concha. Esta vez lo hizo con dos dedos. Primero la frotó con intensidad, de atrás hacia adelante, y luego le hizo cosquillas en la zona del clítoris. Sara apoyó la espalda contra la pared, abrió mucho la boca y se puso en puntas de pie, como si quisiera alejarse aún más de la rubia—. Sé cómo tratar a una chica, y cuando veas lo grande que es la pija de Hakim, te vas a enamorar.
—No te confundas conmigo —Sí que Natalia sabía cómo tratar a una chica. Sara no podía entender por qué esos dedos indiscretos estaban teniendo un efecto tan potente en ella. Junto con una intensa oleada de vergüenza pudo sentir cómo su sexo se humedecía ante las insesantes caricias—. No soy esa clase de mujeres.
—¿Y de qué clase de mujeres estamos hablando?
—Emm… no soy de las que buscan una pareja por el tamaño de su pene… y tengo novio.
—Eso significa que el novio la tiene chiquita —le dijo Natalia a Hakim, soltando una risita burlona. Él no hizo ningún gesto.
Sara se puso roja de rabia.
—Mi novio es un chico muy bueno y con él soy muy feliz. No te voy a permitir que te rías de él. Tenías razón, yo no te conozco y vos no me concés, así que no me toques.
—Está bien, flaquita, no te enojes —Natalia apartó la mano y luego le susurró al oído—. Cuando te hagas la paja, pensá en mí.
Sara no tuvo tiempo a responder. La rubia giró sobre sus talones y se metió en el departamento. Hakim se asomó y lo único que dijo fue:
—Perdón por el ruido. Intentaré tener más cuidado. Que descanses.
La puerta se cerró y Sara se quedó en blanco, con el pulso acelerado. “¿Qué carajos acaba de pasar?”, pensó.
Fue hasta su cocina y mientras intentaba quitarse de la cabeza las imágenes de lo vivido en el pasillo, se preparó una taza de leche tibia y la tomó. Eso casi siempre la ayudaba a dormir, en especial cuando se desvelaba.
Regresó a su cama y ocurrió lo que tanto temía. Los ruidos comenzaron otra vez, primero suaves y de a poco se fueron intensificando.
“Ay, sí… sí… dame duro. No pares”.
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!
“¿Acaso este tipo no se cansa nunca?”, pensó Sara.
“Cogeme… sii… así… cogeme toda la noche”.
Sara comenzó a sospechar que Hakim sería capaz de cumplir con las peticiones de Natalia.
No lograría conciliar el sueño con tanto ruido, por eso se vio obligada a recurrir a la humillante “táctica secreta”.
Se quitó la tanga y acarició sus carnosos labios vaginales, los cuales estaban muy húmedos. Sara detestaba tener que masturbarse, lo consideraba una práctica absurda, de pendeja en celo que no puede controlar sus hormonas. Y más le molestaba tener que hacerlo sabiendo que tenía novio. El sexo con su novio debería ser más que suficiente para aplacar su magro deseo s****l. Se consoló diciendo que no lo estaba haciendo en busca de placer. Su intención era relajar su cuerpo. Sólo hacía esto en caso de emergencias, si la táctica de la leche tibia había fracasado. Masturbarse era su última alternativa.
Sacudió rápido los dedos, frotándolos contra su clítoris, como si quisiera terminar con este absurdo trámite lo antes posible.
“Cuando te hagas la paja, pensá en mí”.
—No estoy pensando en vos, puta —dijo en voz alta, con los dientes apretados.
Aún así, no pudo evitar recordar a la despampanante rubia desnuda. Esa imagen se coló en su cerebro solo porque era impactante, ya que no estaba acostumbrada a ver gente desnuda.
Se metió dos dedos en la concha y comenzó a sacudirse en la cama. Sus pajas eran breves, pero intensas. “Cuanto antes acabe, mejor”. Sara veía la masturbación como un proceso molesto para activar un mecanismo físico que la ayudaba a cansarse.
“Sí, sí… ay… sí… rompeme toda”.
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf! ¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!
Los dedos entraban en la concha de Sara al mismo tiempo que los golpes contra su pared. No podía evitar seguir el ritmo.
Posó los pies en la cama y levantó sus rodillas, hasta que su cola dejó de tocar el colchón. “Esto es bueno”, pensó. Adoptar esta posición era clara señal de que ya se estaba acercando al orgasmo. Aceleró el proceso de masturbación y, curiosamente, Hakim y la rubia hicieron lo mismo, por pura casualidad. Sara no se detuvo ni por un segundo. De su concha saltaban gotitas de flujos para todos lados. Hasta que de pronto explotó en un potente chorro de flujo que solo duró una fracción de segundo. Esta vez fueron sus propios gemidos los que llenaron la habitación.
Una cosa que detestaba era que su cama siempre quedara con una mancha de humedad que le obligaba a cambiar las sábanas. Pero al mismo tiempo esto iba en contra de su “táctica secreta” para dormir.
“Las cambiaré mañana”, se dijo.
Se cambió de lado, donde estaba seco, y esperó a que el sueño se apoderase de ella. Se sintió sucia, el flujo s****l tibio aún corría entre sus piernas.
“Me encantaría que te sientes en mi cara y me acabes en la boca, bombón”.
—Te hubiera llenado la boca de jugos, puta —dijo en voz alta—. ¿Acaso eso te hubiera gustado? ¿Eh?
Y al instante la invadió una ola de asco e incomodidad. La respuesta a esa pregunta sería “Sí”. A esa puta le hubiera encantado verla acabar de esa manera en su boca, y podía apostar lo que fuera a que también se hubiera tragado todo el jugo que salió de su concha.
—Puta asquerosa —susurró.
Y se quedó dormida.