La chica del Resto-Bar (parte 1)

1323 Words
Tac, Tac, Tac, Tac… A veces suave, a veces fuerte. Otras lento y, otras, rápido. Se dejaba oír el teclado de su portátil, siendo este el único sonido persistente en la vieja cafetería, interrumpido, de vez en cuando, por el suave tintineo de la taza al chocar con su plato de porcelana. Tac, Tac…Tac, Tac, tactactac… ¡Tac! Su escritura iba marcada por el ritmo de su frustración que, como un globo que era inflado sin parar, amenazaba con estallar de un momento a otro. La pantalla se congeló, siendo este incidente, la gota que colmó el vaso. Hans, dando un improperio digno de ser admirado por el mayor de los camioneros sindicalistas de Argentina, golpeó el teclado con sus manos, para luego cerrar la portátil sin miramientos. El sonido, sobresaltó a Gretchel que se encontraba a unos escasos metros de distancia. Ella levantó la cabeza y suspiró resignada. —Ya sabemos que tenés plata de sobra, primito… pero esperemos que esa pobre computadora siga viva después de eso… no tengo ganas de oírte llorarla si se rompe...— lo reprendió con la actitud de quién ya se había habituado a esos exabruptos. —¡Cállate!— espetó con rudeza, dirigiendo toda su rabia hacía ella. A menudo le ocurría esos arrebatos que no podía controlar. «¿Qué culpa tiene tu prima de que todo te vaya mal?¡Cálmate, idiota!» Se amonestó al respirar hondamente, tal cual era su costumbre instintiva en esos casos. Era cierto, Gretchel, aunque parecía no darse cuenta de su ira, no tenía la culpa de nada y él, en realidad no quería agredirla. —Todavía le quedan un par de meses de garantía por golpes…— continúo hablando mientras procuraba suavizar su tono. Sacó un cigarro y lo encendió —. De igual forma, tengo que hacerla ver, algo anda mal… últimamente se traba mucho la pantalla cuando uso el paquete de Office… —Seguro es porque te tiene miedo…— bromeó ella con tranquilidad acercándose a él. Estaban completamente solos en la cafetería. Ese día, parecía que no habría muchos clientes, para suerte y desgracia de Gretchel, que si los había en cantidad se quejaba de dolores en las piernas y si no los había, dado a su carácter extrovertido, se quejaba porque se aburría y no tenía con quién charlar. Mientras ella seguía hablando sentada en la silla contigua, él comenzó a disociar sus palabras, pero, dado su estado de ánimo, prefirió no decirle nada. Miró por la ventana, absorto en una nebulosa de pensamientos sin formas. De pronto, se dio cuenta que faltaba algo. Más bien, alguien. «Ah… parece que hoy, mi Hueso Roto, no vendrá… que lastima…» ¿Cuándo había comenzado aquella extraña obsesión de ir todos los días solo para verla? Quizás, fuera desde el primer día que la vio con la cabeza enterrada en el cuaderno de dibujo garabateando ideas que, según le había explicado su prima, luego pintaría en telas o las llevaría al digital para hacer alguno de esos bolsos de diseños raros que solía tener siempre a la mano. O, quizás, fuera cuando se dio cuenta de su condición. Ella era sorda, aunque pudiera escuchar gracias a una prótesis coclear. Al juzgar por ese corte estilo punk que rapaba la mitad de su cabeza, allí donde tenía las cicatrices de aquella operación, en dónde también se veía un aparatito, que parecía salido de alguna película de ciencia ficción, que iba conectado a su cráneo mediante imanes. Se podría decir que esa condición la llevaba con orgullo. Tal vez, fuera, cuando la escucho hablar, con esas características de un sordo que no sabía bien dónde estaban las pausas o las acentuaciones de las palabras. Con esa actitud dada a cambiar el acento de su país de origen, que, por momentos la hacía sonar como española, colombiana o argentina y todo eso en la misma oración. De igual forma ¿Qué importaba cuando había tomado él la costumbre de observarla en silencio? Si lo único que importaba en ese momento era lo agradable que se sentía ese pequeño respiro en su ajetreado itinerario. Le divertía, en el buen sentido de la palabra, lo sorprendía y, a veces, lo enternecía aquella estrafalaria jovencita. Deseaba poder hablarle algún día. «¿Para qué? Déjala tranquila, hombre… estarán mejor sin hablarse, ya lo sabes» Se dijo con dureza recordándose que él seguía tan inestable como siempre y que a menos que algún milagro ocurriera en su psiquis, lo mejor, para no lastimar y no lastimarse, era no intimar con NADIE. La puerta se abrió, sacándolo de sus meditaciones innecesarias. Vio por el rabillo del ojo quien entraba y sintió una oleada de pánico. «Hablé muy rápido…» —¡Hola, Bombona!¿Cómo estás?— saludó Gretchel a la recién llegada, que parecía no darse cuenta de nada y se dirigía a su mesa habitual sin mirar a nadie, como si no la hubiera escuchado—. Ay, no…parece que otra vez se olvidó ese coso que lleva en la cabeza… ¿Cómo se llamaba, Hans? Vos, sabes a qué me refiero… al “parlantito” ese que usa para escuchar … Hans, puso los ojos en blanco con fastidio. Entendía que la gente promedio no tuviera tacto al hablar de estos asuntos, pero no tenía paciencia cuando lo exteriorizaban delante suyo. Y, para su desgracia, su prima era experta en falta de tacto en todo lo referente a su trabajo. —Procesador de sonido, creo que esta debe ser la quinta vez que te lo digo…— respondió, tratando de que no se notará su fastidio— ¿Recuerdas al menos las señas que te enseñé para comunicarte con ella? Por la cara de Gretchel parecía que la respuesta era una obviedad. Bufando con malhumor se las repitió. Aunque, por alguna razón no pudo evitar sentir en su interior cierto malestar, como un mal augurio. Cuando Gretchel se acercó a la joven, la cual no sabía cómo se llamaba realmente, él se quedó observando atentamente toda la escena. Vio como su prima intentaba sin mucho éxito hacer señas que bien se podrían asemejar al tartamudeo de un borracho. Se llevó la mano a la cara, sintiendo vergüenza ajena. No podía creer que alguien pudiera ser tan malo para simplemente decir “Hola ¿Cómo estás?” en una lengua tan simple como esa. Intentó reprimir sus impulsos de aventarle el cenicero a la cabeza desde donde se encontraba y hacer las veces de intérprete. No quería involucrarse tanto. —¿Eh?¿Cuando empezaste a aprender señas, Gretch?...déjame decirte que, si estás pagando por eso, te están estafando… además, tendrías que relajarte un poco—. Bromeó, la chica, con una sonrisa un tanto incómoda. —En realidad, el que le enseñó se tendría que sentir estafado… no puedo creer que no puedas decir “Hola”, Gretchel ¿En serio eres mi prima?...—. Respondió mordaz al escuchar esas palabras, consiente que la chica no lo estaba viendo siquiera. —Igual, no te preocupes… solo dame lo de siempre y ya.— continúo ella sin enterarse de nada. Frustrada por no poder hablar correctamente y enfadada con su malhumorado primo, Gretchel gruñó y luego se giró, yendo hasta la mesa donde el rubio la observaba ceñudo. Lo tomó por el cuello de su musculosa y lo llevo casi arrastras hasta donde se encontraba Hueso Roto. —Ahora, te jodes… dile “hola, Gabriela ¿Cómo estás? ¿Qué le pasó a tu aparato?”— imperó mirándolo como si no fuera a aceptarle una negativa por su parte. —Ah… se llama Gabriela…— Replicó él, sintiendo una extraña satisfacción por saber su nombre, tomando nota de eso para que no se le olvidase. Suspiró e intentó dirigirse a Gabriela con una sonrisa, un tanto tensa. No quería hacer eso, él nunca quiso involucrarse. «Me pasa por bocazas…»
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