Golpeé el saco de box guindado en el taller del abuelo, una y otra vez. Luego paro. Patada. Otra ráfaga de puñetazos y luego una de patadas. Respiraba agitada y puse mis manos vendadas sobre mis caderas. Tenía un par de horas, dos hora y media para ser precisa, dando golpes cómo loca a ese hijo de puta juguete que me sentaba de maravilla. Los brazos me dolían un poco al igual que mis muslos pero al menos estaba más tranquila y menos ansiosa por arrancarle la cabeza a mi buen amigo Aslan. Subí a ducharme, la noche llegaba y en algún momento Ulises llegaría. Deseaba estar lista cuando llegara. Lavé muy bien mi cabello y acicalé cada vello de mi cuerpo. Busqué qué usar y me dije a mí misma que era realmente tonta al querer impresionar a ese sujeto. Un vestido informal y ajustado de rayas b