-Supongo que él se quedó en el taller mientras viniste con Aslan- dijo adivinando y negué con la cabeza suavemente. -No, el abuelo… Él murió- me encogí de hombros- Un infarto. Pero fue fuerte, el viejo dio mucho. Él tomó su té de durazno y me miró acongojado. -Lo que dices…. Admiras la fuerza de tu abuelo, pero, ¿Has visto la tuya, acaso?- lo miré curiosa- Sahara, has pasado por mucho, y creo que sólo me estás contando por encima, ¿Y sigues aquí- me señaló- divertida, coqueta, cómo lo haces? Respiré hondo y solté el aire poco a poco. -Aprendí a enamorarme del dolor en lugar de permitirle que me arruinara- dije con voz suave. -Eso hizo que empezara a gustarte el tatuaje, ¿No?- sonreí afirmando su adivinanza- Pero dudo que eso sea todo, digo, es placentero, ¿Pero qué más? Los tatuajes