—O lo tomas o lo dejas, Tessa. Hay muchas mujeres que desearían ser mi esposa —dijo Jack sin titubear, su voz cortante como una navaja.
Tessa se desplomó en la silla para evitar que sus rodillas, temblorosas por la tensión, cedieran bajo su peso.
—No puedo darte un hijo —insistió, su voz quebrándose mientras las lágrimas brotaban de sus ojos—. Puedo hacer todo lo demás, pero un hijo... eso no.
Jack, quien siempre parecía inmutable, sintió un nudo inesperado en su garganta.
La vulnerabilidad en las palabras de Tessa lo desarmó, aunque no lo mostró.
—¿Tienes pareja, Tessa? —preguntó con frialdad, sin molestarse en disimular su curiosidad—. Esa sería la única explicación.
—¿Quiere escuchar la verdad? —replicó ella, con un destello de desafío en la mirada.
La pregunta sorprendió a Jack. Su cuerpo, que estaba recostado sobre la silla, se inclinó hacia adelante, alerta, como un depredador acechando su presa.
—¡Por supuesto que quiero saberla, Tessa! —exclamó con intriga, su voz más suave, casi expectante.
Tessa respiró hondo antes de responder, consciente de que una indiscreción podría arrastrarla al ojo del huracán.
—Sí, tengo pareja —confesó, sintiendo que el miedo le atenazaba el corazón—. Y estoy esperando que regrese al país para decirle que no podré estar con él.
El silencio se extendió en la oficina, cargado de una tensión palpable. La sinceridad de Tessa lo había dejado perplejo.
Bien sabía que ella podría haberle mentido, pero no lo hizo.
—Vaya, tengo suerte de haberte encontrado —respondió finalmente Jack, recuperando su compostura—. Me gusta tu sinceridad. Eliminaremos la parte del hijo. Ya veré cómo resolverlo más adelante.
—¿Qué? —balbuceó Tessa, completamente atónita—. Después de lo que le dije, ¿aún desea casarse conmigo?
—Tessa, no me casaré con tu novio. Me casaré contigo. Así que, tan pronto regrese, termina con él —dijo Jack, soltando una risa que mostraba su indiferencia.
Tessa sintió cómo su vida se desmoronaba poco a poco, como si estuviera siendo azotada por fuerzas que no podía controlar.
Se levantó del asiento sin decir nada y salió de la oficina, caminando con pasos vacilantes hasta el ascensor.
Una vez dentro, se desplomó, sintiendo que las lágrimas ardientes mojaban su ropa, como si quisieran atravesarla.
Al llegar a casa, Tessa subió directamente a su habitación. Su padre, Antoni, estaba sentado en el sofá, pero ella lo ignoró por completo.
Al entrar en su habitación, se dejó caer sobre la cama, abrumada por un torbellino de dudas y dolor.
Pero el amor por su padre, por quien estaba sacrificando tanto, se imponía sobre todo.
Mientras estaba perdida en sus pensamientos, un mensaje de texto llegó a su teléfono. Al ver la pantalla, un nombre le llamó la atención: Jeison.
“Ve esta noche a esta dirección, te estaré esperando” —decía el mensaje.
Una enorme sonrisa se posó en los labios de Tessa, pero al recordar lo que debía hacer, esa sonrisa se desvaneció.
—Jeison ha regresado —murmuró en voz alta, sintiendo que sus ojos se llenaban de lágrimas.
Cuando cayó la noche, Tessa se preparó para la cita. Estaba emocionada; después de meses, finalmente vería a la persona que amaba. Condujo despacio, deseando llegar rápido, pero al mismo tiempo, queriendo retrasar el inevitable momento.
A las 8:05 de la noche, Tessa salió de su auto y se dirigió al restaurante. Al entrar, un mozo la guió hasta una mesa al aire libre.
Para su sorpresa, había un camino de flores, y al final de él, Jeison estaba arrodillado con una cajita en sus manos que contenía un anillo.
La música suave y romántica comenzó a sonar, creando un ambiente armonioso.
Una sonrisa apareció en los labios de Tessa, pero pronto desapareció.
—Tessa, ¿quieres ser mi esposa por el resto de nuestras vidas? —preguntó Jeison con una mezcla de sonrisa y nerviosismo.
Tessa caminó hacia él en silencio, sus mejillas húmedas por las lágrimas. Sabía la respuesta, pero no era la que él esperaba.
—Jeison, no esperaba esto hoy —dijo, con la angustia reflejada en su voz.
—Ya no quiero estar un minuto más lejos de ti. Quiero casarme contigo y que vengas a vivir conmigo al extranjero. No soporto más tener que irme y dejarte atrás —dijo Jeison, cada palabra cargada de amor y desesperación.
Tessa se llevó la mano a la boca, tratando de contener las lágrimas que corrían sin control por su rostro.
Jeison se levantó del suelo, preocupado al ver la angustia en los ojos de Tessa.
—Amor, ¿qué pasa? Pensé que esto te haría feliz.
—Esto me hace feliz, pero... no puedo casarme contigo, perdóname —dijo Tessa, antes de salir corriendo.
Tessa abandonó el restaurante, intentando controlar el torbellino de emociones que la sacudían por dentro.
Necesitaba un momento para respirar, lejos de las miradas inquisitivas que la rodeaban.
Jeison la observó desde la distancia, notando la tensión en sus hombros y la rapidez con la que se dirigía al estacionamiento.
Sabía que debía intervenir; algo en su interior le decía que ella no estaba bien.
Con un suspiro, decidió seguirla.
—¡Tessa! —llamó mientras aceleraba el paso para alcanzarla.
Ella no se detuvo. Los nervios y la frustración la mantenían enfocada en llegar a su auto, su refugio temporal.
Cuando finalmente llegó, sus manos temblorosas apenas lograron sacar las llaves del bolso.
Fue entonces cuando sintió una presencia detrás de ella.
—Tessa —dijo Jeison, con voz suave pero firme.
Ella se giró lentamente, encontrándose con su mirada. Había preocupación en esos ojos que la observaban con tanta intensidad.
—¿Sí? —preguntó, tratando de sonar indiferente, pero su voz la traicionó con un ligero temblor.
—¿Qué está pasando? —preguntó Jeison—. Quiero saberlo, porque pensé que estarías feliz.
Tessa apretó las llaves en su mano, sintiendo que las palabras de Jeison le abrían una herida profunda en el pecho.
—Te amo, Jeison, pero no puedo casarme contigo —contestó, luchando por mantener la compostura—. Lo mejor es que no nos volvamos a ver.
Tessa se forzó a ser más dura consigo misma. Abrió la puerta del coche y lo encendió.
—Si me amas, ¿por qué no te puedes casar conmigo? —preguntó Jeison, viendo cómo el coche comenzaba a alejarse.
Tessa no tenía el valor para responder. No podía decirle que la razón era que se casaría con otro hombre.