Aún está oscuro cuando abro los ojos. Isabella está profundamente dormida y nuestros cuerpos están enredados bajo la sábana, por lo cual debo salir de la cama con mucho sigilo para no despertarla. Son poco más de las cuatro de la mañana y estoy seguro de que mi abuelo ya está despierto. Por alguna extraña razón, cada vez duerme menos en la noche y eso lo obliga a tomar algunas siestas durante el día; dice que eso es cosa de viejos. Es verdad que está viejo, pero es el hombre más lúcido que conozco. Atravieso el corredor y busco su habitación, la cual, obviamente, es la más grande de toda la casa. Bajo la puerta se alcanza a filtrar algo de luz, lo cual me confirma que efectivamente está despierto. Golpeo tres veces la puerta y hablo. —¿Puedo pasar, abuelo? Escucho que una silla se corr