La situación ideal en mi cabeza sería cambiarnos de ropa y partir de una vez a disfrutar de nuestra luna de miel, pero desafortunadamente mi matrimonio es tan atípico que esa idea está descartada por completo. Llegamos al penthouse donde viviremos e ingresamos a la habitación. La mirada de Isabella está ligeramente inquieta, así que pregunto:
—¿Estás bien? ¿Necesitas algo? —ella mira la puerta del baño y antes de que su respuesta llegue, obviamente ya la conozco —si necesitas ir al baño, ve —respondo lo evidente.
—No puedo —afirma ella con el rostro un poco más ansioso.
La miro sin entender el motivo de esa respuesta, así que debo seguir preguntando.
—¿Por qué no puedes ir al baño, Isabella?
—El volumen de este vestido no me lo permite —ya había detallado lo pesado y voluminoso que es, pero no se me había ocurrido pensar en que con ese vestido, ella necesitaría ayuda para poder ir al baño.
—¿Hace cuánto tienes ganas de ir al baño? —pregunto mientras busco en el interior de ese armario alguna prenda cómoda que Isabella pueda usar para dormir.
—No sé —dice frunciendo su ceño —mucho.
Es verdad, su memoria de los hechos desde que está medicada debe ser confusa. El gesto en su rostro se vuelve más angustiante y entonces comprendo que no puede esperarme más.
—Voy a ayudarte a quitar ese vestido para que entres al baño, Isabella.
Llego rápidamente junto a ella y logro bajar sin problemas el cierre que tiene el vestido en su espalda baja. Sin embargo, lo que no esperaba era encontrar otra falda debajo del vestido con muchas capas de tela. Ahora, me las tengo que ingeniar para descubrir cómo se quita eso, ya que no tiene una cremallera como el vestido. No importa cómo, lo importante es que al final esa monstruosidad de falda cae al suelo.
—Isabella, ve al baño —digo a la joven prácticamente desnuda al frente mío.
Ella entra inmediatamente al baño y cierra la puerta, pero durante esos pocos segundos que demoró la caída de la falda y su ingreso al baño, pude apreciar su hermoso cuerpo y realmente me sentí orgulloso de saber que ella es mía y que nadie la ha tocado. Me gustaba mucho Juliana y me encantaba aún más Catalina, pero dudo que con alguna de ellas hubiera podido sentir este nivel de posesividad que me está carcomiendo.
Isabella es mía, eso está grabado en mi mente. Quizás por la forma en que llegó a mi vida, una parte de mí la considera un objeto de posesión, un bello y valioso objeto de posesión. Muero por recorrer con mis manos y mis labios cada palmo de esa piel suave y sedosa, y conocer las expresiones de placer que puede hacer ese bello rostro de apariencia inocente. Solo imaginarlo provoca una punzada en mi entrepierna y ocasiona una erección que me obligo a controlar por el momento.
Vuelvo al armario y finalmente encuentro el cajón de las pijamas. Escucho el sonido del agua del sanitario y luego el chorro del lavamanos, indicándome que no tardará en salir. Todas las pijamas en ese cajón son del gusto y talla de Juliana, pero al no haber más opciones, saco la más cubierta que encuentro. Se trata de una especie de bata de tiras en seda de color blanco. Posiblemente tenga un nombre especial, aunque no estoy seguro, eso solo lo saben las mujeres.
Al abrirse la puerta del baño, la figura de Isabella hace que aquella punzada de deseo se repita un poco más intensa en mi virilidad, pero en mi defensa, no creo que exista un solo hombre heterosexual que pueda mirarla y no tener pensamientos sexuales en este momento.
No solo está usando una hermosa lencería blanca de encaje, lo cual por sí solo es algo hermoso de apreciar, sino que tampoco se ha quitado los zapatos altos blancos ni las medias blancas de liguero, y el velo de novia aún adorna su cabeza. No soy de piedra. La imagen frente a mí es tan sugestiva que creo que una parte de mi anatomía comienza a parecer hecha de piedra de verdad, pero esa es otra historia.
Soy consciente de que debo estar mirándola con exceso de lujuria, pero eso no significa que vaya a aprovecharme de la docilidad que aún le queda. Nunca he tenido sexo con una mujer que no me desee, y aunque me encante la idea de ser su primera vez, lo que no me gusta es pensar que no lo vaya a recordar. Drogada o no, eso sería un golpe duro para el ego de cualquier hombre, y peor aún, podría hacer que esta mujer me odie por el resto de su vida, si es que este matrimonio sin consentimiento no lo logra.
—Isabella prepárate para acostarte a descansar, aquí dejo tu pijama —le dijo dejándo la prenda sobre la cama y luego señalo el tocador —ahí deben estar los elementos para que te puedas retirar el maquillaje. Necesito una ducha y pienso demorarme, así que cuando termines, sólo acuéstate a dormir.
Paso por su lado resistiendo la tentación de besarla y de paso apretar ese redondo y firme trasero que tiene. Abro la ducha fría a toda su capacidad y me meto bajo el chorro. Maldigo por lo bajo al constatar con mi mano lo que visualmente ya estaba muy llamativo. Cierro los ojos y la imagen fresca de Isabella grabada en mi retina me sirve de inspiración para el trabajo manual que sí o sí debo hacer esta noche si quiero resistir la tentación de tomar ese cuerpo que descansará conmigo a partir de esta noche.
Imagino muchas cosas: el color de sus pezones, la agradable sensación que dejarán al halarlos y pellizcarlos levemente, y lo duros que se pondrán al pasear mi lengua de un lado al otro sobre ellos, entre otro montón de cosas que se me ocurren, incluyendo su redondo y firme trasero con la marca rosa de una palmada dibujada en él. No demoré mucho en aquella actividad.
Al salir del baño, me doy cuenta de que se ha acostado y aparentemente está profundamente dormida. Creí que eso me tendría calmado por un rato, pero luego noto que, junto al vestido de novia que ha acomodado sobre la única silla de la habitación, también ha dejado su hermoso juego de ropa interior blanca.
Miro hacia mi esposa quien está bien tapada y ahora sé que es un hecho que hará muy difícil que yo concilie el sueño esta noche: ella no tiene bragas puestas bajo esa diminuta pijama.
—Qué dificil me estás haciendo las cosas, Isabella —digo tomando una de las almohadas y aponiéndola entre mis piernas.